“Una vez tomé un auto durante la pandemia y cuando me bajaba, el muchacho que conducía me dijo ‘chau, abuela’. ‘¿Me encontrás parecida a tu abuela? Vos no tenés ningún derecho a decirme eso, mi nieto sí’, le grité. El chico no entendía nada. Es un problema el abuelismo, pero después de cierta edad hasta perdés el nombre propio”, cuenta la reconocida filósofa Esther Díaz con el encanto de quienes saben contar buenas anécdotas y manejan al dedillo el relato, el suspenso en las pausas y los remates efectivos. A los 85 años, la filósofa punk presenta Una filosofía de la vejez, su nuevo ensayo donde discute la estereotipada pasividad con la que las sociedades piensan a los viejos y las viejas, a través de curiosos ejes de análisis. Y lo hace con su habitual pluma mordaz, propiciando la lectura adictiva en quien se adentre en su estudio.
En el primer capítulo de Una filosofía de la vejez hay una idea que me interesa que profundices y es cuando hablás de la edad de la que uno se percibe y la edad que uno tiene. Disforia etárea sería, para ponerle un término. ¿De qué edad te auto percibís?
- Yo me percibo de 40 y tengo más del doble (risas). Y eso que no miento con la edad, me parece algo muy flojo porque es algo que se nota. Recién a mis 80 años acepté que era vieja, antes sabía que lo era pero dentro de mí había algo que negaba a asumirlo.
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Antes de tus 80 años, ¿hubo algún momento de tu vida que te haya parecido relevante en el que chocaron tu no aceptación de la vejez y la realidad?
- Sí, cuando dejé de estar cogible para muchos hombres. Vivimos en una sociedad patriarcal en el que las mujeres somos cogibles lamentablemente desde niñas y hasta antes de los 40. Apenas pasás esa edad, fuiste, y sino mirá a los actores de Hollywood, por ejemplo, que tienen el doble de edad de ellas, chicas divinas de 20 años. En cambio, a las actrices de más de 40 años les viven ofreciendo roles de bruja.
O de abuela…
- Desde ya. Ese es un tema que me preocupaba y yo era muy consciente de que a los 40 años, a pesar de ser una mujer atractiva, me dejaban de mirar los tipos. Esto es consecuencia de una sociedad patriarcal y ultracapitalista: por un lado las mujeres somos apreciables y podemos traer hijos al mundo, con la producción como nuestra supuesta función, pero cuando, desde el punto de vista capitalista, estás pronta a jubilarte ya dejás de ser productiva y la no productividad en esta sociedad de derecha se paga. La prueba la tenemos actualmente con lo que pasa con los jubilados cada miércoles. Los jubilados somos descartables para el poder.
Hay otro aliado de esto, que es fundamental, que son los laboratorios que trabajan en la tecnociencia. Fijate que no hay mes en que no aparezca en algún medio la noticia de que se inventó alguna droga para vivir más años. En urbes como Buenos Aires, el término de vida esperable es 79 años, pero en ciudades del primer mundo es 85 y 90 años en promedio. Entonces, ¿cuál es la perversión? Que uno puede pensar “qué lindo es llegar a tantos años” y la verdad es que no es nada lindo. Mi mamá murió a los 103 años, pero los últimos 10 estaba ciega y paralítica. Entonces, si la tecnociencia invirtiera una cuarta parte de lo que gasta en tecnologías para que la gente viva más años, en ciencias sociales para ver cómo podemos hacer para cambiar el imaginario social, tendría sentido. Hasta que eso pase, ¿qué sentido tiene vivir más años en una sociedad para la que los viejos somos descartables? Una vez le pregunté a Pacho O’Donnell -quien también escribió un libro sobre las ventajas de hacer gimnasia en la vejez para alargar la vida- qué sentido tiene vivir más años y no sabía qué responderme.
Él suele decir que disfruta más de la vida desde que hace gimnasia.
- Sí, tal cual, pero a pesar de que hace gimnasia tiene que andar con bastón y justo el día anterior a ese encuentro Pacho me contó que estaba por cruzar la calle sobre la que vive -Avenida del Libertador- en un día de lluvia y se resbaló, se cayó y nadie lo ayudó a levantarse. Se tuvo que arrastrar por el suelo, bajo la lluvia, hasta una garita y le pasó una mujer en bicicleta que le dijo: "Dale, dale, que ya vas a llegar." Él mismo me contó eso. Esa es la prueba evidente de todo lo que estoy diciendo sobre la tecnociencia.
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“Únicamente en la cama puedo extrañar a un hombre, prefiero la soledad”
“Cuando no existía Tinder había páginas web y una podía entrar a chichonear con quien te gustara, hombres o mujeres. Yo entré a esos sitios pero no decía mi edad verdadera, que en ese momento serían 45 años, porque me mandaban a PAMI. Así que para poder jugar en esos lugares decía que tenía 25 años y estaba todo bien. Como no había fotos que delataran mi edad no había problemas… aunque lo que sí había era mucha más experiencia que una de 25”, menciona Esther Díaz cuando la charla se torne picante y se aborde uno de sus grandes temas de estudio a lo largo de su carrera: la sexualidad.
En el ensayo y también en tus memorias contás que llegaste a la plenitud sexual después de los 50. ¿Cómo fue ese proceso de autodescubrimiento?
- En esta sociedad colonizada por el machismo hay muchas mujeres de más de 40 años que se creen que después de esa edad “se cierra el negocio” y mi hipótesis es que el sexo nace con nosotros y muerte con nosotros. Lo que pasa es que hay tantos prejuicios sociales… por suerte no me los creí y cuando muchas estaban privándose del placer, yo me descubrí multiorgásmica. El sexo más pleno lo viví en la que, aparentemente, es la edad descartable respecto del deseo. O sea, que puedo dar testimonio con mi cuerpo. Soy testigo de que mi sexualidad, a pesar de mis 85 años, sigue viva. Lo que no sigue vivo es la posibilidad de formar pareja, porque hay una realidad, que las mujeres viven más tiempo que los hombres. Hasta los 69 tuve parejas estables, después eso mutó a sexo ocasional y llegó un momento en que hasta eso te falta. Y bueno, hay otro detalle también en el caso de mi vida y es que después de los 40 años ya no me gustaron más los hombres de mi edad sino que los prefiero más jóvenes. Con todas estas cuestiones podía resignarme y morirme de calentura, pero me abracé al autoerotismo. ¡Vivan los dildos, viva la pornografía y viva la excitación porque sí: por salir a la calle y ver cosas lindas, hombres lindos, por disfrutar una película! Estamos llenos de estímulos.
Algunos hombres se pueden sentir intimidados ante una mujer empoderada. ¿Viviste alguna situación de este estilo en una instancia de ligue?
- No, pero debo confesarte que yo cargué con ese prejuicio durante un tiempo. Cuando me atreví a hablar libremente del deseo, me empezaron a respetar mucho más que cuando me reprimía. Actualmente ya no quiero una cita a ciegas, pero cuando aparecen estas situaciones de estar presentando libros o cuando se hizo la película Mujer nómade, de Martín Farina, aparecen muchos candidatos virtuales y es muy gracioso porque todos los mensajes son “yo tengo 30 años menos que vos”, “yo tengo 27 años menos que vos”. Me mandan por Instagram, por Facebook, incluso algunos se animan a invitarme a tomar cafés. Obviamente que también hay mucho de lo otro, a veces me llegan unos mensajes horribles que mis amigas me prohiben leer porque son muy crueles. Una vez me publicaron un artículo sobre un libro erótico en Clarín y se me ocurrió entrar al foro de comentarios y casi me corto las venas. Me ponían, “¿a esta vieja chota quién se la va a coger?”. Cosas muy agresivas.
Y de los mensajes lindos, ¿aceptaste una cita de algún candidato?
- No, nunca se me hubiera ocurrido. Me pasa que ahora únicamente en la cama puedo extrañar un hombre, prefiero la soledad. Por eso estudié Filosofía, porque es algo que requiere mucha concentración. Y el tema de la soledad… yo no me daba cuenta por mí misma, me di cuenta por la mirada del otro.
En ciertos estratos la soledad está mal vista.
- Sí, la gente puede mirarte con extrañeza. Tengo una amiga que no soporta vivir sola, pero a mí me sucede lo contrario: no le tengo miedo a la muerte en soledad, le temo a la decrepitud, a perder independencia, a que tenga que tener una persona en mi casa todo el día cuidándome. Eso me desespera, porque yo disfruto muchísimo de la soledad, pero para disfrutar de ella tenés que tener vida interior. En mi soledad escucho música, leo, escribo, estudio y me acuesto a la hora que quiero. Y no me jode nadie. De todas maneras también disfruto salir con amigas y amigos a bailar.
Me acuerdo de una fiesta de disfraces en la que fuiste DJ.
- ¡Mi cumpleaños de 80 años! Los bailes que organiza Alejandro Ros, de quien soy amiga, son obras de arte vivientes. El vestido que yo tenía el día que fui disc jockey estaba inspirado en Madonna, con una capa dorada bellísima y estaba hecho con imitación de piedras preciosas. Lo más divertido es que yo no soy DJ, simplemente hacía los movimientos según la música. A mis costados tenía dos gogos, dos chicos dionisíacos semi desnudos, y habíamos ensayado que terminábamos la performance con un beso en la boca a cada uno. Bueno, terminé ligando dos besos porque había un fotógrafo que pedía otro. Estuvo bárbaro tener dos chongos hermosos a mi disposición.
Te digo, bastante buena actriz fui porque a los dos o tres meses le escribió a Alejandro un amigo para preguntarle si estaba disponible para hacerles un favor y pinchar unos discos en una fiesta porque no tenían DJ. Lo único para lo que estoy libre es para pinchar quesos (se ríe).
Te cambio de tema. Me gustaría saber si puede establecerse una relación entre la Filosofía y la muerte o si son materias que chocan entre sí.
- Ese es uno de los grandes temas. Cuando se estudia Filosofía uno se empieza a tutear con la muerte, desde el punto de vista intelectual, ya desde que te dan Platón. Sócrates, por ejemplo, dice que la filosofía es una preparación para la muerte y Heidegger, para nombrar un filósofo bastante nuevo, enuncia que ‘vivir es ser para la muerte’. No hay prácticamente filósofo que no se haya ocupado de la muerte en sus estudios.
¿Creés en un más allá?
- Durante el tiempo en que fui monja de clausura creía en un más allá. Fue un momento de mi vida en el que fui muy católica, hasta que empecé a estudiar Filosofía y me di cuenta que mi creencia eran una serie de cuentos de la antigüedad que no podían ser tomados como hechos reales. Creo que la Biblia es un invento y que nos morimos y ya está.
La última, ¿no te angustia pensar que cuando mueras ya no hay más nada?
- No, para nada, aunque eso no quita que soy un ser humano y tengo sentimientos. Estuve hasta la semana pasada muy preocupada porque anduve un año con anemia y recién ahora me cambiaron los valores. Fue una situación que no me gustó nada y me llevó a decirle a los médicos que si se llegaba a descubrir que esta anemia tiene que ver con células cancerosas, yo no quiero ningún tratamiento agresivo. No sé si después lo cumpliré o no, porque una cosa es hablar del futuro y otra es vivirlo. La contradicción está conmigo, por eso soy tan nietszchiana.
Una filosofía de la vejez, de Esther Díaz, puede comprarse en librerías.