La película El elixir de la inmortalidad (de título original Abadi Nan Jaya) es una historia de terror sobre zombis de Indonesia, disponible en Netflix, estrenado en 2025 y dirigido por Kimo Stamboel. La historia gira en torno a una familia disfuncional que dirige un negocio de hierbas medicinales: el patriarca crea una “poción de la juventud” para relanzar su empresa, sin imaginar que esa innovación provocará una plaga zombi en su aldea. Mientras los muertos comienzan a levantarse y atacar, los vínculos familiares rotos, la codicia empresarial y los secretos salen a la luz, obligando a los personajes a unirse, o perecer, en medio del caos.
En la historia hay muchos de los elementos clásicos del cine de horror: el contagio imparable, la transformación monstruosa de seres queridos, la tensión de la supervivencia ante lo imposible. En particular, esas horrorosas imágenes de zombis, sangre, mutilaciones y caos se combinan con la descomposición de la normalidad del hogar y de la empresa familiar. También se mezcla el terror corporal (la transformación del cuerpo humano en zombi) con el terror moral (la ambición, la traición) y el terror social (una empresa que gambetea los límites de la vida y la muerte). Así, el film aprovecha ese espanto doble: el externo (zombis) y el interno (los miedos personales).
Final y reflexión de "El elixir de la inmortalidad"
Al final, quedan muy pocos personajes con vida: Karina y su hijastro Raihan logran escapar en motocicleta, mientras que Kenes, la hija del patriarca, descubre que ha sido mordida y, para no convertirse en zombi, se sacrifica disparándose tras despedirse de su hijo. Además, aparece una escena poscréditos que sugiere que la plaga se extiende: una mujer poderosa que había tomado el elixir está infectada y por volar a la ciudad implica que el brote no se limita al pueblo.
Este final funciona como metáfora de varias cosas: primero, de cómo la ambición (crear el “elixir de la inmortalidad”) puede desencadenar una autodestrucción más profunda de lo que se pretendía. Segundo, de que la familia, rota por dentro, solo se salva cuando reconoce sus fallas, pierde al padre tiránico y acepta el sacrificio de uno de los suyos (Kenes) como acto de redención. Y tercero, de que el terror no termina con la supervivencia individual: aunque Karina y Raihan se vayan, el mundo que dejaron detrás ya está dañado, probablemente irremediablemente. Esa última imagen de la moto saliendo mientras un zombi los observa, y el indicio de que el virus se globaliza, deja al espectador con la inquietante pregunta: ¿qué precio tiene realmente jugar con la vida y la muerte? La “inmortalidad” prometida se convirtió en apocalipsis.
