Hoy se cierra una semana en que el juego y el fuego de las tres potencias dominantes -China, Estados Unidos y Rusia- nos mostraron el rumbo, sin duda provisorio, de la actual transición global.
El miércoles la cumbre presidencial entre Xi Jinping y Donald Trump en Corea del Sur certificó que ya es China la que ocupa la cabecera de la mesa. Los acuerdos, los lenguajes corporales y las decisiones a futuro así lo demostraron.
Hubo una escena de la diplomacia política que habló por sí sola: ya se anunció que Xi jugará de local primero y será Trump el que lo visite en abril próximo. En cambio, el presidente chino se dio el lujo de seguir pensando cuándo devolverá la visita y viajará a Washington.
La segunda señal de gran importancia que nos dejó la semana es que estos juegos de aproximaciones y diálogo se llevan a cabo con un arma gatillada en la mano, sobre todo por iniciativa de Trump.
Cuando estaba por encontrarse en forma “amigable” con Xi y sin aviso previo, Trump anunció un hecho peligrosísimo para el mundo: el Pentágono reanudaría las pruebas con armas nucleares suspendidas en 1992, inmediatamente después del colapso de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría. Lo hizo además de manera muy desprolija: con la táctica trumpista del hecho consumado y a través de un medio no oficial, su red Truth Social.
“He dado instrucciones al Departamento de Guerra para que comience de inmediato a probar nuestras armas nucleares en igualdad de condiciones de otros países”, publicó provocadoramente en la red cuando el avión Aire Force One volaba hacia la ciudad surcoreana de Busan para una cumbre de altísima significación.
El mensaje estaba dirigido, desde ya, también a Rusia, la mayor potencia militar del mundo en el campo nuclear. El Kremlin respondió de inmediato y sin nervios: “El presidente Trump mencionó que otros países están realizando pruebas nucleares. Rusia no las ha realizado ni tiene conocimiento de que otros países lo hubieran hecho (…) Quiero recordar algo que el presidente Putin ha reiterado en muchas ocasiones: si alguien se aparta de la moratoria, Rusia también lo hará”, declaró el vocero presidencial Dimitri Peskov.
Trump, como siempre, acompañó sus declaraciones y discursos con hipérboles, frases jactanciosas y datos falsos. “EEUU tiene más armas nucleares que cualquier otro país”, alardeó en su página de Truth Social. Aunque por seguridad no se sabe exactamente cuál es el armamento de cada país, el Instituto de Investigación por la Paz de Estocolmo (SIPRI) calcula que Rusia cuenta con unas 5.400 ojivas nucleares, Estados Unidos alrededor de 5.000 y China, 600. Beijing se propuso llegar a las mil ojivas en el año 2030.
América latina en el tablero mundial
El tercer elemento significativo de esta semana es la escalada bélica estadounidense en el Caribe y la deriva que tomó en Brasil la guerra contra el narco que lanzó Trump hace un mes. Inmediatamente después de la megarreunión de urgencia del Pentágono que convocóTrump en la base de Quántico, el presidente lanzó un ataque ilegal contra embarcaciones pesqueras en el Caribe alegando, sin pruebas, que se trataba de traficantes que llevaban droga a EEUU.
En agosto, el Ejecutivo había emitido una orden presidencial secreta por la que aprobaba el uso de la fuerza militar (aérea, naval y terrestre) en suelo extranjero con el fin de liquidar los cárteles de la droga latinoamericanos considerados por la Casa Blanca “organizaciones terroristas”.
Este cambio en el paradigma de seguridad es también de los años 90 tras el fin de la Guerra Fría. Cuando el “peligro rojo” dejó de ser un argumento (ya que había desaparecido la URSS), fue sustituido por un conjunto difuso de “nuevas amenazas”. La más efectiva para los fines norteamericanos fue la de asociar el narcotráfico con el terrorismo y permitir que estos delitos dejaran de ser competencia policial para pasar a la órbita militar.
A partir del supuesto tráfico de drogas -y renuncia mediante del jefe del Comando Sur, Alvin Holsey (al parecer por disentir con los planes del Pentágono en el Caribe)-, la Casa Blanca ordenó un aumento significativo de la presencia militar y las ejecuciones extrajudiciales en las proximidades de Venezuela y Colombia. Esta semana EEUU anunció el traslado de barcos de guerra del Mediterráneo al Caribe como el portaaviones Gerald Ford, el más grande, mortífero y sofisticado de la actual armada norteamericana.
En este contexto, Brasil es otro de los focos. Un megaoperativo de las fuerzas de seguridad (cuya planificación aún está en investigación) en contra de narcotraficantes en la favela de Río de Janeiro produjo, esta semana, un baño de sangre. La orden fue dada por el gobernador bolsonarista Claudio Castro sin consultar con el gobierno federal y cuando el presidente Lula da Silva no estaba en el país.
Real o no (aún se desconoce) la amistad de Trump con el ex presidente de Brasil, el ultraderechista Jair Bolsonaro; la masacre ordenada por el gobernador carioca y el accionar de los comandos narcos bolsonaristas de Rio podrían ser parte de una nueva intentona (como ya hubo en el pasado) de desestabilización y golpe de Estado contra el presidente Lula.
Días atrás, uno de los hijos de Bolsonaro, Flavio, senador por Río de Janiero, escribió en las redes en relación a los ataques de EEUU contra barcos en el Pacífico y Caribe, que dejaron ya varias decenas de muertos: “¡Qué envidia! Hay barcos como esos aquí, en la bahía de Guanabara inundando a Brasil con droga. ¿No les gustaría venir unos meses aquí y ayudarnos a luchar contra esas organizaciones terroristas?”
Finalmente, la cuarta pieza del rompecabezas que se fue armando esta semana la puso Argentina. El domingo 26, un 40% de los electores refrendaron la gestión de Javier Milei. La extorsión de Trump a los argentinos (“si no votan a Milei, el país se derrumba”) fue un factor central en ese resultado.
Al poner toda la carne al asador -la visita del Secretario del Tesoro, la declaración pública del cargo más alto de la Casa Blanca y una operación mediática global con una centralidad que ninguna elección (y mucho menos de medio término) de nuestro país tuvo jamás- la Casa Blanca dejó clara la importancia de nuestro país en la actual transición mundial.
EEUU, en declive irreversible, se repliega sobre el continente, quiere unificarlo bajo su trono y expulsar a China como alternativas para no perder todo su influencia y hegemonía. Por eso desestabiliza a Brasil, ataca a los presidentes de Venezuela y Ecuador, militariza aún más a Ecuador y a Perú, y usa a la Argentina como plataforma operativa, sabiendo que cuenta con un Milei (y ciertos gobernadores) que le regala recursos naturales, bases militares estratégicas, provocaciones contra los países vecinos, votos en las Naciones Unidas y todo lo que EEUU necesite, incluso el futuro de los argentinos.
Cumbre entre Xi y Trump
Para la prensa estadounidense (que es bastante opositora a Trump), el triunfador de esta cumbre en Corea del Sur fue el presidente chino. Incluso con cierta suspicacia The New York Times considera que si el norteamericano puede mostrar algún triunfo es porque su par chino se lo permitió. No era estratégicamente conveniente para nadie que Trump volviera a EEUU con las manos vacías.
El norteamericano logró que China vuelva a comprarle soja y que acceda a suministrarle tierras raras, elemento esencial para la tecnología actual. No obstante, este último pacto dura apenas un año. China posee el 70% de las tierras raras y procesa el 90% de ellas.
EEUU redujo a la mitad los aranceles a China y Xi se comprometió a disminuir el flujo de fentanilo, usado como droga por muchos adictos estadounidenses, pero que es un elemento esencial para la fabricación de medicamentos.
En cuanto al diálogo entre los dos líderes, a la desaforada adjetivación de Trump se opuso la calma y la distancia de su par chino. “Creo que fue una reunión increíble”, opinó el estadounidense. “Xi es un gran líder de un gran país. Creo que vamos a tener una relación fantástica durante un largo período de tiempo”. En cambio, el presidente chino matizó: “Dadas nuestras diferentes condiciones nacionales, no siempre coincidimos, y es normal que las dos principales economías del mundo tengan fricciones de vez en cuando”.
Xi le dio a Trump duras lecciones de realidad: primero, que China incide tanto como EEUU en el destino del planeta y, segundo, que hoy EEUU necesita a China para su desarrollo, por lo cual –aconsejó el chino-, sería bueno que ambos países tomen decisiones en común.
“Ante vientos, olas y desafíos, usted y yo, al timón de nuestros países, debemos dirigir el rumbo correcto y asegurar la navegación constante del barco gigante de las relaciones China-EEUU”, le dijo Xi. “Siempre he creído que el desarrollo de China va de la mano con su visión de “Hacer a EEUU grande otra vez”. El mundo se enfrenta a muchos problemas difíciles. China y EEUU pueden, como países importantes, trabajar juntos para lograr más cosas grandes y concretas para el bien de nuestros dos países y del mundo entero”.
