Resulta esclarecedor, una semana después del triunfo de Javier Milei en las elecciones de medio término, volver sobre lo que había dicho la titular del Fondo Monetario Internacional, Krystalina Georgieva en una conferencia que brindó en un foro del Instituto Milken unos veinte días antes de las elecciones: “Hemos tenido ejemplos de líderes valientes haciendo cosas muy difíciles, como reducir las pensiones y los salarios en un 40 o 50% y siendo reelegidos. ¿Por qué? Porque llevaron a las personas con ellos. Hay confianza en que se necesita hacerlo. Ahora miramos a la Argentina”.
Inmediatamente después de ganar una elección a la que no habría llegado en condiciones si no fuera por la ayuda extraordinaria de ese organismo, que aprobó un programa de 20 mil millones de dólares de nueva deuda en abril, cuando el programa económico de Luis Caputo ya trastabillaba, Milei anunció que su prioridad va a ser la reforma laboral, aunque él prefiere que le digan modernización. Eufemismo del eufemismo. En realidad se trata de cristalizar y profundizar este modelo de redistribución regresiva que ajusta permanentemente sobre los más pobres para garantizar las ganancias de los acreedores y el gran capital nacional.
Un verdadero acto confiscatorio de los salarios en línea con el proyecto de Georgieva, que desde el FMI va dictando las recetas. El gobierno anunció ayer que desde noviembre estarán liberadas las tarifas de servicios públicos, en línea con las exigencias del FMI en un documento en el que también figura una restricción en el acceso a la Asignación Universal por Hijo, que dejaría, por lo tanto, de ser universal, y continuar con los recortes de las pensiones en discapacidad. El proyecto de presupuesto 2026 enviado al Congreso prevé la disminución de más de 150 mil pensiones. Son políticas dictadas desde Washington.
Los acreedores antes que los argentinos. La especulación antes que el trabajo. Hoy para el capital es más lucrativo quedarse en el sistema financiero que fabricar cosas o brindar servicios cuya demanda viene declinando al mismo ritmo que la clase media se diluye nuevamente en el barro popular del que salió. Es un fenómeno global, pero en pocos lugares del mundo como en este país, el gobierno, en lugar de proteger a su población y su economía de los coletazos más fuertes de esta crisis, los deja a la intemperie. Otros presidentes toman medidas paliativas, incluso intentan frenar o revertir el proceso. Sólo Milei entrega sin condiciones.
Para el presidente argentino la mano de obra es apenas un costo más que se puede desechar sin problemas ante la posibilidad de una inversión más lucrativa, por eso insiste en remover todas las restricciones para hacerlo. Se trata de “capital humano” y no de personas. En el evangelio según Milei, el dinero no es una herramienta que ordena a la sociedad dentro de determinado set de reglas, administrando las desigualdades, para que todas las personas tengan una vida digna y el mayor nivel de libertad posible, sino que las personas pasan a ser una herramienta para que el dinero se reproduzca más eficientemente, causando más desigualdades y malestar.
En ese marco de valores, la plata vale más que la vida humana. Milei no es el primero en expresarlo sino el que lo hace de forma más explícita. Vivimos configurados por esa lógica, que es una de las acepciones de la palabra neoliberalismo, la mayor parte del tiempo. De qué otra forma se explica, por ejemplo, que destruir alimentos para especular con su precio mientras hay gente pasando hambre no solamente no esté penado gravemente sino que ni siquiera tenga condena social. Esa inversión de valores es central para entender lo que está pasando y si se acepta sin cuestionamientos será imposible evitar sus efectos.
La verdadera batalla cultural es un asalto al sentido común, que la ultraderecha se apropió sin resistencia. Hay muchos conceptos, ideas y sobre todo valores que son necesarios para combatir al fascismo neoliberal, el estado de malestar y el gobierno de los supermillonarios y que hoy están en manos de esa misma ultraderecha que los trastoca y los utiliza contra sus opositores. Sucede con el narcotráfico, por ejemplo. También con la corrupción. No importa que se acumulen los escándalos ni las pruebas, mientras no se dispute el sentido común serán vistos con descrédito o como casos aislados y no aliviará la condena social sobre el peronismo.
Pero hay casos más profundos, como el del trabajo, que son doblemente graves porque no sólo impactan en la opinión pública directamente sino que le dan contorno al debate político, separando lo que está en el ámbito de lo posible de lo que no se puede siquiera debatir. Se habla mucho de cómo la derecha corrió el límite durante los últimos años, haciendo que lo que hace no tanto parecía imposible hoy sea realidad. Apropiarse de algunos valores y conceptos fue parte esencial de ese proceso. Recuperarlos es una tarea imprescindible para comenzar a construir el camino que revierta el daño que están causando.
Un ejemplo perfecto es la idea de “racionalidad”, que desde hace mucho tiempo en la Argentina pasó a ser sinónimo de antikirchnerista o, más precisamente, de obediente a los mandatos del sistema. El peronismo racional es el que le vota cosas a los gobiernos de derecha. La oposición racional es la que brinda gobernabilidad, siempre y cuando no gobierne el peronismo, en cuyo caso cuanto más te oponés, más racional sos. Por el contrario, quien plantee ideas diferentes, sobre todo desde la economía, recibe el mote de “terraplanista”. Es gracioso porque la terraplanista es la diputada Lilia Lemoine, secretaria de la comisión de Ciencia de la cámara.
Estamos obligados a desafiar esa idea de racionalidad. ¿Es más racional pensar que la economía de un país puede funcionar solamente a deuda que pensar que puede funcionar solamente a emisión? ¿Es racional pensar que una crisis global causada por la desregulación del mercado financiero se resuelve desregulando aún más el mercado financiero? ¿Que la desigualdad se calma bajándole impuestos a los ricos? ¿Que la precariedad se revierte con más flexibilización y recortes a los mecanismos de contención que quedan? Mientras lo racional siga siendo eso, la caja de herramientas de la política siempre va a quedar corta ante la realidad.
Otro ejemplo: la idea de orden. Uno de los argumentos más aceptados para explicar el triunfo de La Libertad Avanza en las elecciones fue el temor a un estallido. Con muy poco, Milei se adueñó de la bandera del orden, porque el peronismo dejó un país muy desordenado en 2023 y nunca pudo explicarlo. Hay dos maneras de revertir eso. La primera es esperar a que Milei deje un quilombo aún más grande y cruzar los dedos para que vuelvan a votar peronismo en vez de elegir uno más loco. La otra es discutir la diferencia entre un orden basado en la justicia social y un orden basado en el sometimiento y la violencia, que además es, siempre, más precario.
Incluso la idea de libertad, que está en el centro del imaginario político del proyecto anarcocapitalista, puede y debe ser discutida y reapropiada por la oposición. Los libertarios toman esa palabra, incluso para darse nombre, lo hacen pensando en la libertad como falta absoluta de límites impuestos. Eso significa, en lo inmediato, libertad para que los fuertes sometan a los débiles, un cheque en blanco para el ejercicio del poder por parte de los sectores acomodados, el poder del dinero sobre la dignidad humana. Es libertad para los que tienen el poder y sometimiento para el resto, que rara vez pueden abandonar esa condición y pasar al otro grupo. Castas.
A eso debe contraponerse otra idea de libertad que es la libertad con justicia social, la libertad soberana, algo que no muchos países del mundo lograron y la Argentina lo logró y lo perdió o lo está perdiendo. Y es la libertad que permite que cualquier persona, sin importar en qué hogar nazca, en que provincia, o en qué barrio o en qué villa, pueda soñar con un futuro y haya un país en el que el Estado, las empresas y los trabajadores aúnan esfuerzos para que todos tengan una chance de lograrlo. Donde los méritos valgan porque tienen una plataforma que les permite llegar y no porque el talento vino acompañado de una suculenta dosis de fortuna… familiar.
No es la libertad, entonces, el valor más alto para los llamados libertarios, excepto que se trate de la libertad para el dinero: libre para circular, libre de preguntas, libre de impuestos. Porque en el centro de su sistema solar aparece, siempre, como un sol, la propiedad privada. A la ultraderecha monopolizar la idea de propiedad privada permite le perseguir cada disidencia con el mote de “comunista” y asociarlo al de ladrón, alguien que viene a quedarse con lo tuyo. Ladrones y comunistas. Corruptos y comunistas. Narcos y comunistas. Es el libreto habitual. Esta semana el gobierno anunció en simultáneo una reforma laboral y otra del código penal.
Esa apropiación automática de la defensa de la propiedad, como la de libertad, como la de orden, o trabajo, también descansa sobre una torcedura deshonesta de la realidad. No solo parte de una caracterización errónea del peronismo, que no es un partido anticapitalista y nunca lo fue, y que ha garantizado ganancias empresariales (no financieras) más que cualquier otro gobierno en la historia reciente, sino que toma una definición bastante restrictiva de “propiedad privada” en la que prevalece siempre es la propiedad privada concentrada cuando entra en conflicto con la de un ciudadano, el Estado, la naturaleza o cualquier otro obstáculo.
¿Entre un sistema que propone que cada familia sea dueña de la casa en la que vive y otro que vivas endeudado para pagar un alquiler hasta el día que te mueras, cuál está más favor de la propiedad privada? ¿Un proyecto que beneficia a los monopolios, concentrand la economía y reduciendo el número de propietarios, está más a favor de la propiedad privada que otro que regula los abusos de mercado para fomentar la competencia, multiplicando en la práctica la cantidad de capitalistas? Y aquí volvemos al principio: la propiedad privada, el capital, a falta de límites, se concentra y lo que nos venden como un derecho es cada vez más un privilegio.
