Con cancha inclinada, después del resultado electoral del 26 de octubre, Javier Milei está en un momento de enorme fortaleza relativa para cristalizar su proyecto de gobierno. Con el inigualable peso extorsivo de Donald Trump y el apoyo de una mayoría electoral, vuelven a alinearse actores que se conocen de memoria detrás de la ofensiva para imponer una arquitectura legal que blinde al experimento de la extrema derecha. Fondos de inversión, grupos empresarios y empresas de comunicación suman por enésima vez la anuencia de una dirigencia política que siempre sale en auxilio del vencedor.
La oposición vuelve a exponer sus divisiones y se repite la escena del sálvese quien pueda, en la que los bloques del peronismo se astillan. Pasó en 2016, se repitió en 2024 y ya hay señales de que la estampida pro Milei se va a repetir a partir de ahora en el Congreso.
Milei tiene condiciones para avanzar porque es el líder absoluto de ese arco que ya se consumió varias oportunidades que la sociedad argentina le dio al subsistema político que habla y obra a pedir del mercado. El presidente es un empleado estrella del poder económico y tiene la ambición de llegar más lejos que Mauricio Macri, el heredero al que casi todo se le había dado por portación de apellido.
Ex ex panelista tiene chances de prosperar con su aventura porque la oposición no encuentra un líder equiparable, viene de fracasar en el poder y recién ahora, dos o tres años tarde, se lanza a discutir algo más que la necesidad de frenar al presidente.
La ausencia de liderazgo no se limita a la disputa interna del peronismo político sino que se reedita en el ámbito del sindicalismo, donde el ocaso de Hugo Moyano como jefe dio paso a un reparto de sillones y recursos sin eficacia política. En los últimos 10 años, el invento de los triunviratos sindicales como forma de interlocución ante el mandato empresario que gobierna la agenda política no hizo más que aislar todavía más a la CGT de la mayoría precaria de trabajadores.
El sindicalismo es heterogéneo pero esa diversidad no se ve reflejada en el nuevo triunvirato. Este martes, el Congreso Nacional Aceitero y Desmotador reunido en Buenos Aires volvió a distinguirse con la convocatoria a un debate sobre la Argentina desde el punto de vista de los trabajadores. Es una organización que en los últimos 10 años se confirmó como una de las más poderosas del país.
Surgida en el corazón del polo oleaginoso y con un líder reconocido por sus afiliados como Daniel Yofra, la Federación Aceitera y Desmotadora (FTCIODyARA) y el Sindicato de Obreros y Empleados Aceiteros (SOEA) San Lorenzo vienen de lograr un acuerdo con los representantes de las grandes cerealeras nucleadas en CIARA-CEC y otras dos cámaras, CIAVEC y CARBIO. Después de semanas de conflicto, el sindicato aceitero logró que el salario inicial llegue a $ 2.344.000 a partir del 1° de enero y consiguió también una suma extraordinaria no remunerativa de $ 1.886.748,60 para enero y febrero en concepto de participación en las ganancias.
La Federación que lidera Yofra discute paritarias en base a criterios propios y establece como punto de partida la definición de Salario Mínimo Vital y Móvil que figura en el artículo 14 bis de la Constitución y el artículo 116 de la Ley de Contrato de Trabajo. Los dos hablan de 9 necesidades obreras que deben ser atendidas: alimentación adecuada, vivienda digna, educación, vestuario, asistencia sanitaria, transporte, esparcimiento, vacaciones y previsión.
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Las distintas facciones que tendrán un sillón en el triunvirato parecen unidas por una característica, la de un sindicalismo que se conforma con representar a los incluidos, una especie en extinción en un sistema que cada día genera excluidos. Paradoja letal, el que le habla al precariado es Milei, el vindicador de clase que viene a consolidar un mundo sin derechos, donde el que se enferma o se accidenta, no cobra. Para cientos de miles de personas, rige una reforma laboral de facto desde hace muchos años en Argentina. Milei quiere legalizar la intemperie laboral, sin garantías de ningún tipo.
No conviene generalizar. Pero el ensimismamiento de sectores importantes del sindicalismo y la endogamia de la politica coinciden en subestimar la realidad de laburantes que se adaptan a la era del pluriempleo para construirse un ingreso. Sin embargo, y en contra de los deseos del establishment, eso no quiere decir que la conflictividad social vaya a extinguirse. Al contrario, después del 26 de octubre, los empleados del Hospital Garrahan lograron lo que parecía imposible después de pelear durante 6 meses. En paralelo, se repitieron los despidos en distintas provincias y hubo protestas que incluyeron desde los trabajadores del frigorífico Euro en Villa Gobernador Gálvez, Santa Fe, hasta los choferes de colectivo de las empresas Moqsa, el Halcón y San Juan Bautista en el conurbano sur. La elección no sirvió para descomprimir la tensión sino que es el estado de indefensión actual el que obliga a muchos a pelear.
El proyecto de reforma laboral que el gobierno va a enviar al Congreso parte de una realidad que la actual oposición insistió en ignorar, la informalidad creciente. Según un informe reciente de la consultora empresaria IDESA, hoy más de la mitad de los trabajadores (52%) está en la informalidad o trabaja por cuenta propia, en ocupaciones de baja productividad y con ingresos que representan en promedio la mitad de lo que perciben los trabajadores formales. Solo el 31% de la fuerza laboral, dice el informe, cuenta con un empleo privado registrado y el 17% restante trabaja en el sector público. Por fuera de ese universo, existe un 22% de las personas en edad de trabajar que, por distintas razones, no participa del mercado: no tiene empleo ni lo busca.
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La extrema derecha de gobierno toma el pliego de condiciones del poder económico para instaurar la ley de los dueños, una nueva arquitectura legal que aproveche el segundo cuarto de hora de Milei para refundar el mercado de trabajo en línea con los borradores del abogado empresario Julián de Diego y el ex jefe del Departamento Juridico de Techint, Julio Cordero. Frente a esa ofensiva, la verdadera oposición sale a enfrentar la reforma con un instinto de preservación. Pero hay algo que no cambia: la iniciativa es del poder empresario y los que defienden los derechos en peligro quedan arrinconados, en su metro cuadrado de la resistencia.
Discutir el problema del trabajo en una Argentina gobernada por un delegado del poder financiero que tiene apoyo de clases medias y medias bajas ilustra sobre el drama actual. Cualquier debate debería exceder el rechazo al proyecto de Milei y partir de las necesidades concretas de las mayorías trabajadoras en Argentina. El mismo ejercicio que hace el sindicato de Aceiteros con los trabajadores registrados, pero a partir de las necesidades del precariado.
Especialista en capitalismo digital y nuevas formas del trabajo, el investigador Mariano Zukerfeld sostiene que Trump II y Milei son los representantes políticos del sector que produce información digital. Pero, aclara, no solo de los capitalistas digitales locales y de Silicon Valley sino también de los trabajadores digitales efectivamente existentes, un universo que las distintas corrientes del peronismo y las corrientes de izquierda por lo general olvidaron, aferrados a la nostalgia industrialista.
La única manera de confrontar con Milei en la nueva etapa parece ser abandonar la postura reactiva, dejar de correr de atrás en la discusión con el gobierno y plantear una agenda propia de prioridades que salga a disputar las nociones de futuro con las fuerzas politico-empresarias que profesan el evangelio del mercado. Eso obliga a la oposición pero también a las organizaciones sindicales y de trabajadores informales a redoblar esfuerzos para ir más allá de las reivindicaciones sectoriales y animarse a pensar, discutir y plantear un modelo de país que parta de la realidad para incluir en un sentido distinto. Tal vez así, la sociedad argentina vuelva a visualizar una alternativa desde la oposición y deje de creer que Milei es el único que tiene un plan.
