Cuántos amantes tuvo Yiya Murano: los hombres en la vida de la asesina

La historia de la asesina mezcló crímenes, escándalos mediáticos y rumores sobre amantes poderosos. Entre confesiones, sospechas policiales y testimonios, las pistas apuntan a una red de complicidades que la justicia nunca desentrañó.

13 de noviembre, 2025 | 12.50

María de las Mercedes “Yiya” Murano quedó para la historia como la envenenadora de Monserrat: entre el 11 de febrero y el 24 de marzo de 1979 asesinó con cianuro a Nilda Gamba, Lelia Formisano de Ayala y Carmen Zulema del Giorgio Venturini, tres amigas íntimas que confiaron en ella. Condenada en 1985 a prisión perpetua, liberada en 1995 y mediática luego de su salida, mantuvo hasta el final una mezcla de silencio, chistes sobre su vida sexual, guiños en la televisión y amenazas implícitas de llevar secretos a la tumba.

Entre policías, periodistas y familiares circuló siempre la misma sospecha: Murano no habría actuado sola. Fuentes del expediente creyeron en la existencia de cómplices -un médico que habría firmado o facilitado recetas, un hombre que consiguió el cianuro- y hasta un amante que habría huido de la escena. Las investigaciones periodísticas alimentaron la hipótesis de una trama más amplia: su propio hijo, Martín Murano -fruto de su relación con su esposo Antonio Murano-, dijo sospechar que su madre intentó matar a más personas y aportó testimonios escalofriantes sobre tentativas de envenenamiento en su infancia

Amantes, poder y fama: la mezcla que alimentó la leyenda de "Yiya" Murano

Murano cultivó una figura pública ambivalente: usurera y anfitriona, amiga de velorios y actriz secundaria de la farándula televisiva luego de su liberación. En ese personaje quedó incluida su afirmación de haber tenido “más de 250 hombres”, una cifra que circuló como prueba de su promiscuidad pero que no fue verificada judicialmente. Incluso, señaló que estuvo "hasta con un Presidente de la Nación", aunque no reveló su nombre. Los testigos y fuentes policiales, en cambio, señalaron la existencia de al menos un sospechoso concreto: un amante que fue visto corriendo por las escaleras desde la casa de una de las víctimas. Esa imagen, y la convicción de investigadores de que alguien con acceso a venenos —o a un médico— intervino, abrió la hipótesis de cómplices femeninos o masculinos con recursos o contactos.

Los investigadores de la División Homicidios rastrearon droguerías, laboratorios y veterinarias en busca del origen del cianuro; y preguntaron por recetas o firmas médicas que justificaran frascos que no se consiguen “en cualquier lado”. Nunca apareció una prueba concluyente que incriminara a un tercero. Sin embargo, eso alimentó el mito: la posibilidad de hombres poderosos vinculados a la envenenadora quedó flotando como una sombra.

Yiya Murano.

Testimonios contradictorios y la voz de los afectados

El periodismo de la época y las crónicas posteriores documentaron versiones cruzadas: algunos testigos negaron conocer a la mujer que se jactaba de su vida sexual; otros recordaron carreras por las escaleras o figuras que salieron de los edificios. Enrique Sdrech, el cronista emblemático del caso, registró la hipótesis policial de que Murano pudo haber matado a más personas -“creemos que mató a diez personas”, llegó a relatar una fuente- y subrayó la imposibilidad de explicar cómo consiguió el veneno sin la intervención de alguien con acceso profesional.

Los relatos familiares, como los del hijo Martín, y declaraciones de allegados (como la hijastra Julia Banín, que denunció intentos de envenenamiento a mediados de los '90) agregaron capas de sospecha, pero también contradicciones.

La propia "Yiya" jugó con su fama: negó los envenenamientos, sostuvo versiones alternas y después, liberada, apareció en programas televisivos donde bromeó sobre el tema. Esa exposición mediática difuminó aún más la línea entre verdad y espectáculo: ¿fue una protección el silencio de ciertos protagonistas, de miedo, de complicidad o de mero desinterés judicial?