Es cierto, a veces confundimos las imágenes. De una foto hacemos una película. O de una foto hacemos casi una estatua. Inamovible. Como si la vida no cambiara. Como si esa escena, real, claro, siguiera estática, un alguien, un hecho, que no puede escapar de ese pasado, aunque se arrepienta de lo que fuere y no se sienta representado en esa imagen que acaso siente injusta, porque ya no es aquel. Pero lo fue. Allí está la imagen. Y, cuando esa imagen es potente, y aun con todos estos peros, la foto suele tener entonces un poder único. De postal eterna. Inmortal. Congelada.
¿No ofrece esa sensación la imagen única y viralizada en estas horas por el mundo que logró el fotorreportero Alejandro Pagni del Changuito Exequiel Zeballos mezclado en un mar de camisetas de Boca tras su gol de apertura en el Superclásico de ayer en la Bombonera? Pagni, de experiencia enorme, y años en canchas de fútbol, entre otros escenarios, vio que Zeballos corrió directo a la gente, sin abrazarse siquiera primero con sus compañeros. El estaba a noventa metros de allí. Pero intuyó el desborde de Zeballos. Arco opuesto. Apuntó con un gran teleobjetivo. Y la imagen lo retrotrajo al fútbol de los viejos tiempos. Sin alambres, sin rejas que separen. Y que desunan fiesta popular y protagonista. Si cambiamos de color las camisetas de la foto, si pusiéramos allí camisetas de River, Racing, Platense, del cuadro que fuera, quedaría igualmente reflejada en esa foto esa fiesta popular.
Desafortunadamente, nuestro fútbol moderno tiene pocos jugadores como Zeballos. El primer tiempo, River algo mejor, pero ambos miedosos, contenidos, fue un sinfín de pelotas mal controladas. Pases y disparos sin precisión. Como si se tratara de objetos que bien podrían haber sido exhibidos en “La Noche de los Museos”, que se celebró justamente horas antes en Buenos Aires. Por eso, con Zeballos ya entonado, hubo una acción del segundo tiempo que marcó su condición de distinto: la forma cómo controló una pelota alta, durmiéndola con el empeine y dejándola lista para iniciar una carrera. Ya habían pasado el primer gol y el desborde que permitió el segundo de Miguel Merentiel. Ya comenzaba a ser un jugador de todo el ataque. La goleada que Boca no concretó porque Milton Giménez tuvo una mala tarde. La goleada que habría puesto bajo serio debate la arriesgada decisión de Stefano Di Carlo, presidente flamante de River, de renovarle por un año el contrato a Marcelo Gallardo, unos días antes del Superclásico. Una demostración de confianza. Y de autoridad. De hacerle saber a todo el mundo River, jugadores incluídos, que ese seguirá siendo el DT. Y que habrá que retomar acaso confianzas dañadas. O desorientadas.
Volvamos al ganador. Boca no es un club fácil para los habilidosos. “Huevo, huevo” como himno. Pero allí, entre tantos, jugaron Angel Clemente Rojas, Diego Maradona y Juan Román Riquelme, artistas. Todo fue aún más difícil para Zeballos, él también del club de los habilidosos, porque las lesiones, graves, afectaron su carrera, su cuerpo, su cabeza y su confianza. Hasta estuvo cerca de irse apenas unos meses atrás, tras una actuación rara y decepcionante en el empate humillante de Boca contra el equipo de semiaficionados del Auckland City en el Mundial de Clubes. No se fue y las últimas fechas comenzaron a hacernos recordar a aquel Zeballos que era promesa eterna. Tiene solo 23 años. Mucho por delante. El presente, como la foto que se hace postal eterna, hace ruido y es intenso. El fútbol lo sabe. Pero todos sabemos también que hay un pasado y un futuro, mucho más allá del presente, de estas horas que parecen adueñarse de todo. Al fútbol argentino, tan robótico y luchado de estos tiempos, le hacen falta jugadores como Zeballos. El hincha los precisa. Como lo muestra la gran foto de Pagni.
