La frase más reconocida de Miguel Ángel Russo tiene que ver con una gambeta. Al entrenador de Boca Juniors no le gustaba responder sobre el armado del equipo cuando detectaba que la consulta traía maliciosidad entonces, en cada conferencia, decia: "Son decisiones, son momentos". Se convirtió en latiguillo popular. Miguel Ángel Russo tomó decisiones, todo el tiempo y las respaldó con su comportamiento. Una de las más importantes fue cómo decidió afrontar su lucha contra el cáncer y sus días en el trabajo pero no solo en Boca Juniors, sino en su carrera en general.
La primera señal enorme apareció en 2017. Miguel Ángel Russo conducía Millonarios e iba hacia adelante en el torneo Finalización. La noticia a Miguel Ángel Russo le llegó cuando estaba en Colombia. Se hizo público casi sobre el final del torneo, pero la enfermedad había aparecido en los primeros meses del torneo. Nicolás Samper, periodista colombiano, habló con El Destape, y resumió en cinco palabras lo mejor del DT. Tuvo "el don de la discreción", recuerda. El entrenador vio el momento y tomó una decisión. No decir nada. Se calló, siguió trabajando y se fue a hacer cada uno de sus tratamientos mientras trabajaba.
Se enteró de su enfermedad en la clínica "El country", en Bogotá. Eligió decírselo a sus jugadores y pedirles mesura, pero también que guarden el secreto. Los jugadores lo hicieron. Ninguno salió a contar lo que padecía su técnico, su profesor. "Lo que se vio es que el plantel tuvo un salto de calidad. Se supo después que eso unió al plantel, después de conocerse una situación límite y les dio valor y poder para afrontar otros problemas. Ganaron diez partidos seguidos", recuerda Samper. Es que, entre tantas cosas, Miguel Ángel Russo fue a dirigir un partido, en pleno tratamiento, bajo la lluvia copiosa de Bogotá. En una charla, por ejemplo, dijo "Mi oncólogo no entendía cómo podía estar en la cancha bajo la lluvia, dando indicaciones". Pero no fue lo único. Dos días antes de la final, el 17 de diciembre de 2017, ante Independiente Santa Fe, Miguel Ángel Russo estaba haciéndose una quimioterapia, dirigió la final con dolores y todos los malestares de ese tratamiento. "La conexión entre Millonarios y Russo gue completa. Él se merecía estar acá ser amado y nosotros nos merecíamos amarlo", dice Samper, pero dejó en claro: "No solo fue un asunto humanitario, sino uno deportivo".
Después de un tiempo y de lógicos tratamientos, Miguel Ángel Russo pudo superar ese cáncer de vejiga. "Todo se cura con amor", lanzó en una conferencia de prensa. La frase mágica y que se hizo viral después de su fallecimiento este 8 de octubre, escondía más cosas. No solo tenía un profundo amor a la vida, a disfrutarla sino también a su pasión: la pelota. Y asi siguió. Después de su paso por Colombia siguió su travesía. El tiempo lo llevó por Cerro Porteño, Alianza Lima, Boca y Rosario Central. Sacando en el equipo peruano, en todos ellos salió campeón. "Son decisiones, son momentos", siguió repitiendo. La decisión estaba tomada: vivir haciendo lo que le gustaba. El momento, en ese caso, fue generar buenos instantes a chicos que la pasaban mal.
Russo vivió con su cáncer y aprendió de él. Así fue como en varias ocasiones fue hasta el hospital Víctor J. Vilela, el hospital más grande de Santa Fe para acompañar a los nenes internados en el sector oncológico. "Mi sobrino tenía 6 años y estuvo dos años haciendo tratamiento", cuenta a El Destape Tobías Davalle. Hincha de Rosario Central, enloquecido del Canaya, en sus redes sociales reveló cada uno de esos momentos. "De la nada aparecía con una bolsa de juguetes, sin decir nada. Sin decirle nada a nadie y entraba a la sala oncológica". Pero no era la visita solamente. Russo hablaba con los nenes constantemente. Se metía, charlaba, tranquilizaba a los padres y hacía los mismos chistes futboleros. "Mi sobrino es de Newell's y el lo miraba y le decía. Para vos tengo un regalo especia", sollozó Tobias a este medio. En los audios que cruzó con este autor para la nota, la voz se entrecortaba porque eso mismo le pasó a los futboleros. "El mensaje era el de darle esperanzas, ir para adelante. Que todo se cura con amor, que venga alguien así en un momento delicado era importante".
Miguel Ángel Russo vivió en primera persona cómo fue decirle a un pibe que no podía hacer más lo que le gustaba porque la salud no lo dejaba. El 22 de agosto de 2005 se sentó junto a Marcelo Bravo, un chico de 20 años que jugaba en Vélez, para decirle que los estudios cardiológicos que le habían hecho detectaron una miocardiopatía y tenía que dejar el fútbol. Le tuvo que decir a un jugador que no podía jugar más.
En algún lado de su mente habrá quedado ese momento y por eso, quien sabe a esta altura, Miguel Ángel Russo se habrá enojado en una de las últimas conferencia de prensa que dio después de dirigir a Boca. "Lo importante es como me sienta", se embroncó cuando le preguntaba si podía dirigir, si estaba mal. El entrenador estaba convencido de que podía mantenerse como entrenador: viajar a Estados Unidos para el Mundial de Clubes, ir a Mar del Plata, bancarse la lluvia copiosa ante Aldosivi, estar en cada una de los entrenamientos. No quería faltar Porque lo que lo volvía loco era la pelotita. "Tengo una pelota abajo de la cama, me levanto y le doy un beso. El día que me levante y no le dé un beso, llegará el momento". El fútbol era lo que lo movilizaba, ese amor por la pelota, por el juego. "Sin la pelota no soy feliz" y por eso siguió en un banco. En definitiva Russo decidió ser feliz.