El tono y la descripción que hace el filósofo italiano Franco Bifo Berardi sobre la deriva de la humanidad en el siglo XXI es dramática. Lo ilustra el título de uno de sus libros recientes -Desertemos- y su última publicación Pensar después de Gaza: ensayo sobre la ferocidad y la extinción de lo humano, editado por Tinta Limón no hace más que exponer los pliegues oscuros de la humanidad a partir de la violencia del gobierno israelí en la Franja de Gaza.
El filósofo italiano sostiene que “abandonamos” la dimensión de la historia para volver al reino de la naturaleza, donde la ferocidad es la única regla que existe. Una nueva fase evolutiva donde el género humano parece tener como único legado una técnica al servicio del depredador. Lejos de intentar polemizar -aunque algunas de sus hipótesis son radicales como la afirmación respecto de que la memoria solo garantiza la prolongación del odio- Berardi propone cuestionar la certidumbre de que existirá un futuro y presenta lo que sucede en Gaza como ejemplo de este devenir.
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"La cuestión es ¿puede la humanidad vivir sin ferocidad? Parece que no. La prueba que nos da el actual genocidio de Israel en Gaza es que parece que algo en la historia humana no nos permite salir de la cadena de violencia y de venganza", planteó en una entrevista con El Destape, desde Italia. Su tono sombrío nace en la “desesperación” por ver que no hay posibilidad de salvación, que los tiempos de reafirmación de principios humanos universales como la razón o el derecho internacional se terminaron y lo único que puede ver es que la humanidad no puede vivir sin ferocidad.
- ¿Por qué decretar el fin de la historia con el genocidio de Israel en Gaza -afirmar ahora la repetición del ciclo violencia-venganza- y no, por el contrario, tener esperanza en la respuesta que pueda articular de ahora en más el pueblo palestino?
- Lo que está pasando en Gaza es la vuelta de algo que durante el siglo pasado hemos intentado cancelar definitivamente de la historia de la historia humana. Pero volver al genocidio hoy, que reconocen personas como el escritor David Grossman o el historiador Omer Bartov, es algo que tenemos que interpretar de una manera que no es solo política, que va a un nivel más profundo. Es una redefinición antropológica de la manera en que vivimos social y políticamente. La cuestión es ¿puede la humanidad vivir sin ferocidad? Parece que no. La prueba que nos da el actual genocidio de Israel en Gaza es que parece que algo en la historia humana no nos permite salir de la cadena de violencia y de venganza. Además, lo que sucede en Gaza no es un fenómeno aislado, un acto de violencia excepcional. Es el centro de un proceso genocida que se desarrolla a lo largo de la frontera del norte y sur del mundo. Es un sobresalto del final del colonialismo blanco que parece imparable.
- Me resulta fuerte renunciar a la esperanza en las resistencias, ya sea que vengan del pueblo palestino o de los migrantes en Estados Unidos. ¿Por qué dejar de esperar que ahí surjan respuestas humanas ante la ferocidad animal?
- Yo no sé qué significa la palabra esperanza. No la uso. Me parece una trampa conceptual que no significa nada. Yo conozco las expectativas. Eso es algo que puedo entender. Se puede esperar si se cree que hay Dios. Yo no creo que haya Dios. Y si hay, es muy malo. Entonces, no es la esperanza, pero sí el entendimiento, la comprensión de un proceso de posibilidad y de subjetivación. Y no hay no hay resistencia, no hay cambio posible, sino hay una solidaridad subjetiva, una conciencia solidaria. Y no veo las condiciones para que se forme. Me parece que la mutación cognitiva producida por 30 años de contrarrevolución liberal, y sobre todo de transformación tecnológica, ha producido un efecto irreversible en la subjetividad colectiva. Eso no significa que no pueda haber procesos de lucha, pero me parece que la fuerza de la guerra, la fuerza del odio, de la locura, de la demencia, es la más grande de todas. Yo lo veo en el comportamiento de la última generación, particularmente de las mujeres, en su rechazo activo del futuro que se manifiesta a través de una baja continua de la tasa de natalidad. Me parece que a nivel evolutivo estamos entrando en una fase de autoterminación del género humano.
- Precisamente no es Gaza donde más se vea el rechazo a la procreación
- Estamos hablando del hecho de que en Gaza las mujeres siguen teniendo hijos. Yo no lo puedo juzgar, no me parece bueno hacerlo. El problema no está a ese nivel, es a nivel global. Ahora me parece que hay condiciones nuevas, a nivel de la conciencia femenina, y a nivel de la técnica de reproducción o de no reproducción. ¿Por qué Putin, Macron, Vance gritan contra las mujeres que no quieren procrear? Putin decretó el día de la mujer embarazada para glorificar a quienes tienen hijos para torturarlos o para explotarlos o para mandarlos a las trincheras de la guerra eterna que se está produciendo. Me interesa una tendencia muy profunda que la podemos ver al leer las cifras de la baja de natalidad en todo el mundo, incluido el mundo árabe.
- A la vez hay una aventura transhumanista que busca prolongar la vida con la ayuda de la tecnología. ¿Lo pensás como algo contradictorio o como consecuencia?
- Es lo que Giorgio Agamben predijo hace 40 años, la dimensión de la historia del siglo XXI no es la dimensión política, es la biológica; la biopolítica. Los grandes proyectos conscientes e incoscientes del futuro se fundan en la dimensión biológica. La creación del sistema de la Inteligencia Artifical, de un automáta cognitivo global pertenece a este proceso de transformación profunda, antropológica, técnica, linguística. Hay una tendencia que llamamos transhumanista, que pertenece a una pequeña minoría del género humano, que es la otra cara de la renuncia a la procreación. No digo que eso sea bueno o mal, estamos hablando de una tendencia, creo, irreversible. Podríamos imaginar cómo será el mundo dentro de 20 años: un mundo de ancianos, un mundo biológicamente incapaz de expectativas de futuro. Cuando se pone en marcha la tendencia de de natalización, de reducción de la natalidad y se cambian los elementos mismos del juego general.
- Sostenés que el accionar de Israel hoy se remonta a que ese Estado nació a partir de una hipótesis falsa...
- Israel ha sido fundada sobre la hipótesis de que hay una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra. Era una mentira porque el pueblo existía, pero la afirmación original sobre la cual se funda el Estado de Israel, ahora la entendemos con el genocidio. Yo no creo que lo logren porque Israel está en un punto próximo a desintegrarse y algunas señales que me vienen desde allá me lo permiten pensar.
- ¿Cómo cuáles?
- Señales como el alza continua de suicidios de los soldados de Israel, de los soldados que están en combate y sobretodo de los soldados que han terminado su servicio, que vuelven a sus casas y se disparan en la cabeza. No es algo que pertenezca al campo político, es algo que pertenece al campo psíquico, al campo cultural, al campo biológico. Es la desintegración psíquica de Israel.
- En el libro también asegurás que la resolución del conflicto por la vía de los dos Estados es imposible. ¿Por qué?
- La hipótesis de los dos Estados ha sido una trampa. La idea de que la posibilidad de una pacificación dependa de la fundación del Estado es una idea muy peligrosa porque significa que el Estado se funda sobre la identidad étnica. El Estado no es una entidad étnica, es una entidad política, jurídica. Hay muchos Estados en los que conviven pueblos diferentes, cada vez menos, es verdad. Pero sobre un principio de tipo nacionalista se ha ilusionado a los palestinos de que un día tendrían su Estado. El problema no es otro Estado, el problema es la convivencia de poblaciones diferentes al interior de la misma entidad política y jurídica. El apartheid de la población palestina es una prueba clara de que Israel no ha entendido la principal lección del pensamiento moderno que es que el Estado no se funda sobre un principio étnico.
- Otra tesis provocadora es tu afirmación sobre que la memoria funcionó siempre como una garantía de la prolongación del odio y la venganza.
- Mi libro es un intento de pensar después de Gaza y la palabra pensar significa no lidiar o polemizar con otros, significa buscar procesos muy profundos. El pensamiento tiene que cuestionar la certidumbre de un futuro. Esta certidumbre se está desvaneciendo. Cómo podemos pensar en una condición en que parece que la autoterminación ha empezado. Esta cuestión no se puede limitar al discurso sobre Gaza e Israel, es una cuestión que hoy se puede ver en Estados Unidos donde cada día 3 mil personas son secuestradas violentamente. Son personas que no son culpable de nada, solo tienen una cara latinoamericana y no blanca. Frente a un fenómeno de este tipo, que no se puede definir de otra manera que racista y nazi, toda la certidumbre del estado de derecho se desvanece. Tenemos que repensar el horizonte, por fuera de las categorías de la política moderna.
- Algo nuevo...
- O algo último. Lo nuevo que veo en el horizonte del siglo XX es la ultimidad. Ultimidad es una palabra que no existe en el vocabulario porque no la hemos pensado. Nunca los humanos han pensado su final. Hemos empezado a pensarlo con un pensador Günther Anders, un judío alemán que en los años 60 dijo: 'Produciendo la bomba nuclear, los humanos han creado la condición de pensabilidad de nuestro fin'. El siglo XXI se presenta en la conciencia de muchos, en los activistas del movimiento de última generación. Han pronunciado una definición muy clara del sismo: la última generación que puede evitar el fin del género humano.
- ¿Por qué crees que es importante romper el tabú y comparar lo que está sucediendo en Gaza con Auschwitz?
- Claro que es tan doloroso y tan monstruoso pensar que Israel está proponiendo técnicas de los nazis hitlerianos. La idea de que un genocidio producido de manera científica se ha puesto en marcha en Gaza, en la destrucción de los recursos que permitían a los gazatíes comer y beber. Todo eso es una planificación nazi del genocidio. Es muy duro decirlo, es muy duro para mí, que crecí al interior de la cultura judía. Mis autores han sido antes que nada autores judíos. Llegar al punto de admitir que el grupo dirigente israelí se está inspirando de manera consciente o inconsciente, no me importa, en una filosofía del genocidio, que es la filosofía de Hitler, eso me pone en un estado de sufrimiento, de desorientación, pero es preciso hacerlo. No para el gusto de los pensamientos más extremos sino por la necesidad de entender cuál es la verdad profunda de los procesos históricos. ¿Es la realización de programas, ideales, proyectos? ¿O es la ferocidad de la supervivencia y de la venganza? Si los judíos, no todos, solo una parte, produjeron un monstruo como Israel significa que tal vez los traumas no se pueden elaborar. Y que la cadena del trauma y venganza es la cadena primordial de la historia humana.
- ¿Por qué sostenés que la filosofía no tiene nada que decir?
- Primero, la filosofía moderna occidental ha sido capaz de producir la idea de la universalidad de los derechos humanos, de la universalidad de la ley y del derecho internacional. Y segundo, ha producido la idea de la lucha de clases, de una lucha histórica que permite la superación del capitalismo. Pero hoy tenemos que reconocer que la primera idea, digamos kantiana, de universalidad está completamente violada, transgredida y desconocida por el grupo mafioso global dirigido por Donald Trump. Entonces no podemos seguir creyendo en la universalidad de la razón. No hay razón, no hay ley, no hay universalidad. Segundo, el principio marxista de la lucha de clases explicó muy bien lo que pasó en el siglo XX, pero parece no explicar lo que está pasando en el siglo XXI. No intento negarlo, sigo siendo marxista cuando se trata de analizar la realidad del capitalismo, pero no puedo decirme marxista cuando se trata de pensar al horizonte de nuestro de nuestro siglo. No puedo ver una solución dialéctica; me parece que hoy el concepto de clase obrera no se corresponde con nada. Lo que sí hay es una masa enorme de trabajadores explotados a lo largo del planeta. Eso sigue existiendo, pero falta la posibilidad de una recomposición consciente, política y social de este trabajo que se presenta como un océano de fragmentos, incapaces de toda solidaridad. La raíz de mi desesperación está aquí. Porque el punto central es que sin la solidaridad internacional de los trabajadores no hay posibilidad de salvación. No hay posibilidad de reafirmar un principio humano en la historia.