Durante 2021, Javier Milei comenzó a popularizar en sus redes sociales un término que cambiaría para siempre el vocabulario político argentino: "la casta". Sus mensajes en X denunciando a "la casta política" que "vive del Estado y de nuestra plata" se viralizaban rápidamente, instalando un concepto que funcionaría como columna vertebral de todo el proyecto político libertario.
Como advierte Jorge Alemán (2025), las nuevas derechas no construyen cohesión a través de programas o ideas articuladas, sino mediante afectos primarios como el resentimiento, el rechazo visceral y la humillación simbólica del otro. El antagonismo no se elabora racionalmente: se ejecuta como ofensa viral que galvaniza identidades mediante la negatividad compartida. "La casta" cumplió exactamente esa función: permitió articular en una sola palabra décadas de frustración con la política argentina, canalizando hacia un enemigo específico la bronca difusa de una sociedad empobrecida y hastiada.
El término no era original. Milei había tomado la expresión del léxico de Podemos en España, donde Pablo Iglesias había popularizado la oposición entre "la casta" y "la gente" para interpelar el hartazgo con el bipartidismo español. Pero también resonaban ecos de Donald Trump y su denuncia del "pantano" (swamp) de Washington, y de Jair Bolsonaro contra el "sistema" brasileño. Las nuevas derechas globales comparten un arsenal retórico que se adapta a las especificidades locales, pero mantiene estructuras narrativas similares. La cultura del troll reemplaza la política con una forma de espectáculo emocional donde la indignación desplaza al pensamiento.
La versión argentina de "la casta" tenía particularidades que la hacían especialmente efectiva. La idea de "casta" funciona como significante vacío, capaz de absorber todo lo que el ciudadano frustrado desea destruir sin hacerse cargo del todo. La genialidad del concepto residía en su ambigüedad: podía incluir tanto a Cristina Kirchner como a Mauricio Macri, a sindicalistas y a empresarios vinculados al Estado, a jueces y a periodistas.
Milei había desarrollado esta estrategia discursiva a partir de su experiencia como panelista televisivo. Durante años había observado qué palabras generaban mayor reacción en las redes sociales, qué frases se volvían virales, qué insultos provocaban más indignación. La "casta" surgió de esa investigación empírica del odio: era la formulación que maximizaba el engagement emocional del público.
La transformación del insulto en doctrina fue orgánica. La definición de "la casta" era deliberadamente móvil. Las categorías de exclusión de las nuevas derechas funcionan como "fronteras líquidas" que se modifican según las necesidades estratégicas del momento.
¿Quiénes integran la casta?
La elasticidad conceptual de "la casta" fue una de sus fortalezas políticas más importantes. Milei había creado una categoría lo suficientemente amplia como para incluir a todos sus enemigos potenciales, pero lo suficientemente específica como para generar identificación entre quienes se consideraban "víctimas" del sistema. El enemigo del mileísmo no es una persona, ni siquiera una clase: es una figura fluctuante, maleable, determinada por los algoritmos del odio. Puede ser una diputada, un periodista, un artista o un piquetero. Lo que define su carácter antagónico no es su rol institucional, sino su impacto viral.
El mileísmo había descubierto que el castigo más eficaz no era la censura, había algo que funcionaba mejor: el señalamiento público amplificado por redes sociales. El escarnio como liturgia digital. Bastaba un retweet presidencial para que una jauría de trolls anónimos convirtieran a cualquier disidente en carne de linchamiento. "La infocracia no necesita vigilancia desde arriba. El control se ejerce a través del like y del follow", advierte Byung-Chul Han en Infocracia (2022). La represión ya no se impone con tanques, se ejecuta con trending topics.
En esa lógica, la "casta" es un significante vacío: una categoría abierta que se llena con el rostro de quien importune al líder.
En la primera acepción libertaria, la casta era el significante antipolítico por excelencia. Borraba toda distinción entre derecha e izquierda, entre conservadores y progresistas, para quedarse con un solo adversario: el Estado. Esta operación permitía que la categoría se expandiera sistemáticamente más allá de los políticos tradicionales.
Pronto el relato mileísta amplió el significante "casta" a casi todo lo que tuviera contacto con el Estado. Incluyó desde senadores hasta maestros, desde empleados públicos hasta cartoneros que reciben asistencia estatal. La expansión de la categoría siguió una lógica específica: cualquier actor que participe de espacios de mediación social resulta sospechoso de formar parte del "sistema parasitario".
En el significante "casta" Milei volcó sus frustraciones. De paso fallido como alumno y docente de la universidad pública, el presidente puso al universo universitario a la cabeza de sus azotes retóricos. En una entrevista con Jonatan Viale en abril de 2023, el entonces candidato declaró: "Las universidades públicas son centros de adoctrinamiento marxista. La casta académica vive del Estado para formar más casta. Es un círculo vicioso que hay que romper".
El Conicet recibió un tratamiento similar. Milei había caracterizado al organismo científico como "el aguantadero de militantes K disfrazados de investigadores". En una transmisión de YouTube de junio de 2023, afirmó: "En el Conicet investigan la historia del movimiento piquetero con plata del Estado. Eso no es ciencia, es militancia. La casta académica se reproduce a sí misma".
Los organismos de derechos humanos fueron otro objetivo prioritario. Milei había desarrollado una narrativa que presentaba a las organizaciones de derechos humanos como parte del "negociado de la memoria". En declaraciones a La Nación+ en septiembre de 2023, sostuvo: "Los organismos de derechos humanos son la casta de la culpa. Viven de mantener heridas abiertas para seguir cobrando subsidios".
Esta amplitud conceptual era estratégica. Permitía que diferentes sectores sociales proyectaran en "la casta" a sus propios antagonistas específicos: para un comerciante, la casta eran los inspectores municipales; para un padre de familia, los docentes "adoctrinadores"; para un empresario, los sindicalistas "extorsivos".
La categoría funcionaba también como mecanismo de autoexclusión. Como analiza Jessé Souza, las nuevas derechas consiguen que sectores populares adopten los intereses de las élites mediante la creación de enemigos aparentes, generalmente otros sectores igualmente vulnerables, pero presentados como más privilegiados. En lugar de dirigir la indignación hacia las estructuras de injusticia, el resentimiento social es canalizado hacia figuras construidas como culpables, lo que permite consolidar una fuerza política basada en la exclusión y la culpa, no en la búsqueda de soluciones estructurales.
Performance y espectáculo: odio como construcción pública
La eficacia política de "la casta" no residía solo en su contenido conceptual sino en las formas performáticas mediante las cuales Milei la escenificaba. Como documenta el informe de Amnistía Internacional sobre los primeros 100 días de gobierno (2024), "Twitter se convirtió en la herramienta preferida del gobierno para los señalamientos y acusaciones. Se despliega una cacería abierta contra todo aquel que critique o señale".
El repertorio de Milei incluye insultos específicamente diseñados para cada sector de la casta. Los políticos tradicionales son "ratas", "chorros" o "parásitos". Los periodistas críticos son "ensobrados", "operadores" o "esbirros". Los intelectuales son "pseudoacadémicos", "militantes disfrazados" o "vividores del Estado". Milei desarrolló un diccionario del desprecio que se actualiza permanentemente según las reacciones del público.
Como narra el mismo informe de Amnistía Internacional, "Milei apuntó públicamente contra periodistas como María O'Donnell, Luisa Corradini, Silvia Mercado, Martín Rodríguez Yebra y Marcelo Bonelli. No se trata de diferencias, se trata de estigmatización". La estrategia, claro, no buscaba el debate, se proponía la neutralización mediante el señalamiento público.
El caso del Conicet ilustró con crudeza el método. Científicos vinculados a proyectos de investigación en temáticas sociales, de género o medioambientales fueron hostigados y agredidos por cuentas oficialistas. En noviembre de 2024, un equipo de geólogos del Conicet y la Universidad Nacional de La Plata denunció haber sido insultado y agredido verbalmente durante tareas de campo en Mendoza por parte de simpatizantes de La Libertad Avanza. El episodio no fue aislado: se inscribió en un clima de creciente estigmatización hacia la comunidad científica, alimentado por discursos gubernamentales que señalaban ciertas investigaciones como "ideológicas", "inútiles" o parte de "curros académicos".
Esta personalización del odio caracteriza a los autoritarismos contemporáneos que utilizan las redes sociales para organizar linchamientos digitales. La estrategia opera mediante la selección de objetivos específicos que funcionan como blancos del resentimiento colectivo.
La diferencia con los fascismos históricos reside en la tercerización de la violencia. Como analiza Jorge Alemán, "los aparatos mediáticos dosifican el odio como una adicción diaria: odio a los pobres, a las mujeres, a los débiles". Las nuevas formas autoritarias no requieren aparatos represivos complejos porque logran que "multitudes conectadas" actúen aparentemente de manera espontánea.
La política como guerra: enemigos, traidores y adoctrinadores
La construcción de "la casta" como enemigo absoluto transformó cualitativamente la naturaleza de la política argentina. Milei operó una "schmittianización" del discurso político, convirtiendo cada diferencia de opinión en antagonismo existencial entre amigos y enemigos.
Esta operación se inscribe en una tendencia más amplia del neoliberalismo contemporáneo. Como analiza Quinn Slobodian (2021), las élites neoliberales desarrollaron una respuesta sistemática al avance de las ideas igualitarias mediante la construcción de un discurso que naturaliza la desigualdad social y convierte al Estado en sospechoso por definición. Desde esta perspectiva, los funcionarios públicos, burócratas y representantes políticos aparecen como enemigos del orden natural del mercado, sostenidos por un aparato estatal que debe ser reducido o desmantelado. Esta matriz ideológica alimentó la lógica libertaria de Milei, que convirtió a todo actor estatal en parte de una casta parasitaria.
La categoría de "adoctrinamiento" funcionó como bisagra conceptual entre "la casta" y esta lógica de guerra. Milei desarrolló una narrativa específica que presenta toda actividad educativa, cultural o científica no alineada con el libertarismo como "adoctrinamiento marxista", caracterizando a las instituciones públicas como espacios de manipulación ideológica financiados por el Estado.
Esta narrativa permite transformar diferencias pedagógicas o académicas en conflictos políticos existenciales. Un docente que explica la importancia de los derechos laborales es un "adoctrinador". Un investigador que estudia la desigualdad social es un "militante disfrazado". Un periodista que critica al gobierno es un "operador de la casta".
Esta lógica convierte cualquier espacio de producción de conocimiento en territorio enemigo que debe ser conquistado o destruido. No se trata de disputar interpretaciones sino de eliminar las condiciones materiales que permitan la existencia de perspectivas alternativas. El caso de las universidades públicas ilustra esta dinámica. El gobierno redujo el presupuesto universitario e implementó mecanismos de control sobre las instituciones educativas, cuestionando los contenidos académicos que no se alinearan con la perspectiva libertaria.
En paralelo, Milei desarrolló una narrativa que lo presentaba como "outsider permanente" incluso después de llegar al poder. Esta operación discursiva era crucial para mantener la lógica del antagonismo: si Milei se reconocía como parte del establishment, perdía su capacidad de denuncia contra "la casta".
El mecanismo incluye profundas contradicciones: Milei ocupa la presidencia, pero continúa presentándose como víctima de "la casta" que lo ataca desde el Congreso, la Justicia, los medios y las universidades. Esta narrativa le permite mantener la tensión entre el gobierno que dirige y las instituciones que supuestamente lo sabotean.
Los mecanismos del odio dirigido
La gestión del odio contra "la casta" requiere técnicas específicas que combinan espontaneidad aparente con puntillosa coordinación. El equipo del asesor plenipotenciario Santiago Caputo desarrolló un "ecosistema de odio" que incluye influencers, trolls, medios digitales y plataformas de financiamiento colectivo.
Como analiza Ariel Goldstein en La cuarta ola (2024), el marketing digital de la nueva derecha radical se estructura en torno a narrativas afectivas y binarias que enfrentan "héroes" contra "villanos", como en los cómics. Estas narrativas simplificadas, dirigidas al público juvenil, imponen esquemas como "libertad o kirchnerismo", oponen "la casta" al "pueblo", y reemplazan el debate político por una guerra emocional que otorga centralidad al storytelling por encima de la gestión. Esta segmentación permite dirigir mensajes específicos a diferentes sectores sociales: los comerciantes reciben contenido contra "la casta sindical", los jóvenes contra "la casta académica", los adultos mayores contra "la casta planera".
La producción de memes funciona como infantería digital del odio. Como analiza Da Empoli, los memes no son solo herramientas de humor sino armas de construcción masiva que pueden instalar narrativas complejas mediante imágenes simples. "Las campañas electorales se convierten cada vez más en guerras entre software, en las que bandos opuestos luchan entre sí, con armas convencionales (mensajes claros e información veraz) y armas no convencionales (manipulación y noticias falsas), al mismo tiempo que apuntan obtener dos resultados: multiplicar y movilizar a sus partidarios; desmovilizar los de los demás", concluye el autor.
Esta segmentación evita que los destinatarios perciban la artificialidad de la operación. Cada sector cree que su odio específico contra determinado segmento de "la casta" es espontáneo y natural, sin advertir que forma parte de una estrategia integral de fragmentación social.
La efectividad de estas técnicas se mide mediante métricas específicas: tiempo de permanencia en trending topics, cantidad de menciones negativas hacia figuras objetivo, nivel de engagement emocional de los posteos, y "temperatura" del odio según análisis de sentimientos automatizados.
Chivo expiatorio, culpa y sacrificio
La función más profunda de "la casta" trasciende la mera identificación de adversarios políticos: opera como mecanismo de canalización de la culpa colectiva que permite procesar décadas de empobrecimiento y frustración social. Como analiza Jorge Alemán, "lo que asegura el odio es que amalgama a distintos seres que se desresponsabilizan de sí mismos odiando a un objeto exterior que existe solo como blanco de imputaciones".
La lógica del chivo expiatorio requiere la identificación de un grupo que pueda ser culpabilizado por todos los males de la comunidad y cuyo sacrificio prometa la restauración del orden perdido. "La casta" cumple específicamente esa función: concentra en un enemigo identificable la responsabilidad por décadas de crisis económica, corrupción, violencia e inestabilidad política.
Estructurada bajo esos parámetros, la narrativa de campaña de Milei fue simple pero efectiva: Argentina había sido un país próspero hasta que "la casta" se apropió del Estado y lo utilizó para enriquecerse a costa del pueblo. Esta explicación proporcionó un relato coherente que canalizó décadas de frustración económica hacia un enemigo identificable.
A su modo, Milei desarrolló una versión específica de esta narrativa que combina elementos del liberalismo económico con tópicos del nacionalismo popular. En su relato, Argentina no fracasó por limitaciones estructurales o condicionamientos geopolíticos, sino por la "traición" de dirigentes corruptos que entregaron el país a intereses extraños.
La identificación de los enemigos como "parásitos", "vividores" y "ladrones de impuestos" apunta a destruir su legitimidad, no a debatir con ellos. La mecánica del sacrificio se despliega en múltiples planos: cada "victoria" contra la casta se escenifica como ritual purificador.
El lenguaje utilizado es deliberadamente religioso. Milei utiliza conceptos como "purificación", "redención", "sacrificio necesario", "fuego purificador", "resurrección de la patria". La política se convierte así en cruzada moral donde el sufrimiento presente se justifica como penitencia por los pecados pasados.
Milei incorporó instrumentos materiales a la construcción simbólica. La "motosierra" no es solo una herramienta de ajuste fiscal sino un instrumento de purificación nacional que elimina las "toxinas estatales" del cuerpo social. Cada despido de empleados públicos, cada recorte presupuestario, cada privatización, se presentó como "sacrificio redentor" que acercó al país a su "destino libertario".
Pero la lógica del chivo expiatorio contiene una contradicción fundamental que erosiona la sostenibilidad del proyecto mileísta. Si la casta es efectivamente eliminada, ¿qué quedaría del discurso que legitima al libertarismo? ¿Cómo mantener la cohesión política sin el enemigo que la hace posible?
Esta paradoja explica por qué "la casta" opera como una categoría expansiva que siempre encuentra nuevos integrantes. Apenas Milei eliminaba a un sector de la casta, identificaba inmediatamente nuevos enemigos: si despedía empleados públicos, descubría "la casta judicial"; si reducía el presupuesto universitario, denunciaba "la casta académica internacional"; si clausuraba organismos de derechos humanos, alertaba sobre "la casta de los organismos multilaterales".
Esta dinámica convierte al mileísmo en una "máquina de producir enemigos" que requiere antagonismos permanentes para mantener su identidad política. La trampa del relato está tendida: la "revolución de la libertad" no puede triunfar completamente porque su triunfo implicaría su propia disolución.
La casta como dispositivo de control social
Más allá de su función electoral, "la casta" también opera como un dispositivo de control social que disciplina comportamientos y limita expresiones disidentes. Como analiza Ginzberg (2024), los autoritarismos contemporáneos no requieren aparatos represivos masivos porque logran que la propia sociedad se autorregule mediante el terror a ser identificada con el enemigo.
El mecanismo es sutil pero efectivo: cualquier crítica al gobierno puede ser caracterizada como "defensa de la casta", cualquier reivindicación de derechos sociales como "privilegios de casta", cualquier propuesta alternativa como "programa de la casta". Esta lógica genera autocensura masiva entre sectores que temen ser estigmatizados como parte del enemigo.
El caso de los empleados públicos ilustra esa dinámica. Miles de trabajadores estatales modificaron sus perfiles de redes sociales, eliminando referencias a su lugar de trabajo, evitando comentarios políticos, y adoptando discursos "apolíticos" para no ser identificados como "casta" y, por lo tanto, ser víctimas de la "motosierra". La amenaza del escrache digital funciona como mecanismo de disciplinamiento más efectivo que cualquier prohibición legal.
Los docentes universitarios experimentaron presiones similares. La caracterización de las universidades como "centros de adoctrinamiento" generó procesos de autocensura por lo que profesores evitaron temas controvertidos, modificaron programas de estudio, y adoptaron lenguajes "neutrales" para no ser denunciados como "adoctrinadores".
Esta lógica convierte a "la casta" en lo que Michel Foucault denominó "dispositivo de normalización": un mecanismo que produce sujetos dóciles mediante la amenaza permanente de exclusión. Como explica Alemán, no es necesario perseguir a todos los disidentes; basta con hacer visible el castigo de algunos para que el resto modifique su comportamiento.
La efectividad del dispositivo se puede medir en la transformación del lenguaje público. Desde 2023 el debate mediático marginó al límite de la extinción términos como "derechos sociales", "justicia distributiva", "función social del Estado" y "soberanía nacional". No porque estuvieran prohibidos, sino porque su uso implicaba el riesgo de ser clasificado como "casta".
La internacional del odio
La construcción de "la casta" como enemigo interno se inscribe en una tendencia global de las nuevas derechas que desarrollaron narrativas similares en diferentes países. Como documentó Da Empoli, existe una "internacional del odio" que comparte técnicas, financiamiento y marcos interpretativos para la gestión del malestar social.
El modelo español de Podemos había sido pionero en la utilización del concepto "casta", pero las nuevas derechas se apropiaron del término invirtiendo el signo político. Milei se nutrió de la experiencia de Vox en España, que utilizaba "la casta progre" para designar a políticos, periodistas, intelectuales y artistas comprometidos con agendas de igualdad.
El "pantano" de Trump proporcionaba otro modelo. Milei también adoptó la técnica trumpista de personalizar el odio contra funcionarios específicos, convirtiendo diferencias políticas en animosidades personales que generan mayor engagement emocional en las redes sociales.
El Brasil de Bolsonaro había aportado la dimensión cultural del antagonismo. Como observó Souza, Bolsonaro había logrado convertir diferencias sobre políticas públicas en "guerra cultural" entre valores tradicionales e "ideología de género", entre patriotismo y "comunismo cultural". Milei replicó esta operación adaptándola al contexto argentino.
La versión local acuñó especificidades que la distinguieron de sus modelos internacionales. Como analizó Grimson, Milei logró articular en "la casta" tanto elementos del liberalismo económico como tópicos del nacionalismo popular, creando una síntesis original que le permitió interpelar simultáneamente a sectores medios empobrecidos y élites empresarias.
Uno de los actores clave en esa síntesis fue Agustín Laje, considerado el principal intelectual orgánico del mileísmo. Influencer alt-right e impulsor de la Fundación Faro —un think tank libertario creado como usina de la "batalla cultural"—, Laje promovió una estrategia de disputa ideológica centrada en la demonización del feminismo, los derechos humanos y el pensamiento progresista, bajo el marco conceptual de una supuesta "reconquista del sentido común". En palabras del propio Laje, su objetivo es disputar la hegemonía cultural construida por el progresismo desde el retorno de la democracia y "reinstaurar el orden natural de la familia, el mercado y la autoridad".
En el ecosistema digital Laje se destacó por su discurso abiertamente misógino y violento. En sus streamings, textos y conferencias, describió al feminismo como "una patología social destructiva" y a las mujeres organizadas como "resentidas sexuales con traumas de papá ausente". En una entrevista radial afirmó, por caso, que "el feminismo quiere abolir la belleza femenina y destruir la complementariedad entre el hombre proveedor y la mujer maternal". Su narrativa se construyó en base a una biología esencialista, en la que los roles de género están determinados por la naturaleza y cualquier forma de emancipación es presentada como amenaza a la civilización occidental.
La Fundación Faro, que preside Laje, fue presentada por Milei en noviembre de 2023 en un evento que incluyó una cena privada con un costo de entrada de 25.000 dólares. La convocatoria fue un éxito: una legión de empresarios deseosos de acercarse al calor del poder pagó la pequeña fortuna para escuchar al influencer y a su groupie, el presidente.
Ya en la convocatoria, la propia organización reconoció su doble objetivo: diseñar una arquitectura ideológica para el gobierno y financiar una red de contenidos digitales que funcionase como plataforma de propaganda libertaria. Según datos recabados por el diario La Nación, durante los primeros meses de gestión mileísta la Fundación Faro lideró el gasto en publicidad política en redes sociales, incluso por encima de los canales oficiales del Estado.
La Fundación actúa como interfaz entre el gobierno, los empresarios y el universo de influencers libertarios. Caracterizado por el propio presidente como "la fábrica de ideas y cuadros" mileístas, sus integrantes se consideran soldados de la "batalla cultural". El despliegue comunicacional de Faro, junto con las iglesias evangélicas ligadas al ecosistema libertario, configuraron el eje de un neofascismo vernáculo adaptado al siglo XXI. Varios de los contenidos elaborados por la estructura de Laje fueron replicados por templos y pastores evangélicos que apoyaron la candidatura y luego se sirvieron de recursos públicos provistos por el Ministerio de Capital Humano, a cargo de Sandra Pettovello, la acompañante anímica de Milei.
Además de su inserción religiosa, la Fundación Faro exploró vías de financiamiento alternativo a través de criptomonedas y plataformas digitales de donación, presentando estos mecanismos como formas "descentralizadas" de sostener la lucha cultural sin depender del Estado. El esquema no solo garantiza recursos para la producción de contenidos, sino que también opera como red de fidelización con su base de seguidores más radicalizados.
El rol de Laje no se limita a construir marcos ideológicos para Milei. También organiza conferencias internacionales, forma cuadros jóvenes y coordina con referentes de la alt-right global. Desde su origen como influencer mantuvo estrechas relaciones con Javier Villamor, vocero de Vox en América Latina, y participó del Foro de Madrid, una plataforma impulsada por la Fundación Disenso que articula a las nuevas derechas de Iberoamérica. Desde allí, contribuyó a consolidar una red transnacional de contenidos, marcos discursivos y estrategias de intervención pública que sirvieron como andamiaje ideológico del gobierno libertario argentino.
Como el propio Laje declaró en una entrevista con La Nación+, la misión pretendidamente preclara de los libertarios es "redefinir el campo popular como lucha entre casta y anti-casta". En esa acepción, la "casta" además de ser una categoría de exclusión estatal, deviene una narrativa cultural destinada a deslegitimar toda forma de pensamiento crítico, institucionalidad democrática o justicia redistributiva.
El laboratorio del resentimiento
La aplicación táctica de la lógica de "la casta" durante el gobierno de Milei convirtió a la Argentina en un laboratorio de nuevas formas de gestión del resentimiento social. Ya desde la campaña, el gobierno había logrado canalizar la frustración por el empobrecimiento masivo hacia objetivos que no cuestionaban las causas estructurales de la crisis.
Mientras se aplicaba el ajuste fiscal más brutal de la historia democrática, se dirigía el odio social hacia sectores que aparecían como privilegiados, pero que, en realidad, también eran víctimas del programa económico. Los jubilados culpaban a los empleados públicos, los empleados privados a los estatales, los comerciantes a los sindicalistas, todos unidos en el odio hacia "la casta" pero fragmentados en la resistencia al ajuste.
Esta fragmentación impedía la articulación de mayorías sociales capaces de cuestionar la orientación general de las políticas. Cada sector afectado por el ajuste creía que su sufrimiento se debía a los privilegios de otros sectores, no a las decisiones del gobierno que todos habían votado.
La efectividad de esta operación se medía en la persistencia de la adhesión electoral a Milei a pesar del deterioro de las condiciones de vida de sus votantes. Según las encuestas encargadas por la oposición, el 73% de quienes habían perdido empleo durante el gobierno mileísta continuaba apoyando al presidente en abril de 2025, atribuyendo su situación a "sabotajes de la casta" más que a las políticas gubernamentales.
Esta paradoja evidenciaba la sofisticación del dispositivo de control subjetivo. Como explicó Souza (2024), las nuevas derechas han aprendido a gestionar sociedades donde la mayoría de la población se empobrece mientras apoya políticas que profundizan su empobrecimiento. La clave reside en mantener activo el resentimiento contra enemigos específicos que aparecen como responsables del malestar general.
La casta como profecía autocumplida
Uno de los aspectos más perversos de la lógica de "la casta" reside en su capacidad de generar las condiciones que aparentemente denuncia. Las categorías de exclusión de las nuevas derechas funcionan como profecías autocumplidas que producen los fenómenos que supuestamente describen.
Al caracterizar como "casta" a todos los actores vinculados al Estado, Milei legitimó la destrucción de las instituciones públicas, lo que efectivamente convirtió al Estado en botín de grupos particulares. Al acusar a los periodistas de "ensobrados" profundizó el desprestigio de un oficio pauperizado, con mayoría de trabajadores de prensa empujados a ser mano de obra barata de medios concentrados que subordinan el periodismo a intereses económicos específicos.
Primero se destruyen las condiciones materiales que permiten la autonomía de las instituciones y luego se denuncia su dependencia como prueba de su corrupción original. Esta técnica permite a los nuevos autoritarismos presentarse como "restauradores del orden" mientras crean el caos que supuestamente combaten.
El caso de Grafton que relata Hongoltz-Hetling ilustra con nitidez esa mecánica. Los libertarios eliminaron los servicios municipales argumentando que "el gobierno era ineficiente", pero cuando la ciudad se llenó de basura y fue invadida por osos, no reconocieron la relación causal, sino que intensificaron su narrativa: "Las calles sucias y los animales salvajes eran prueba definitiva de que el gobierno no valía nada". La crisis que ellos habían generado se convirtió en justificación para profundizar las políticas que la habían causado.
Muerta la casta, ¡viva la casta!
La promesa del mileísmo era "terminar con la casta" para restaurar "el gobierno del pueblo". Sin embargo, la aplicación práctica de esta promesa pronto se reveló como una contradicción: la eliminación de la casta no fortalece la democracia, concentra el poder en nuevas élites que se presentaban como "anti-casta", pero reproducen los mismos vicios que supuestamente combaten.
El caso más evidente fue la conformación del gabinete gubernamental. El 78% de los funcionarios de primera línea provenían de grandes empresas multinacionales, estudios jurídicos de élite, o universidades privadas estadounidenses. Luis Caputo era ex-JP Morgan, Federico Sturzenegger segunda generación de funcionario económico y ex-Banco Mundial, Patricia Bullrich heredera de una familia patricia, Diana Mondino de familia con tradición financiera.
La composición del gabinete se presentó como estratégica. Milei había reemplazado "la casta política" por "la casta corporativa", pero esta sustitución se presentaba como "triunfo de la meritocracia" sobre "el acomodo partidario". Los nuevos funcionarios no eran "casta" porque provenían del sector privado, aunque sus ingresos fueran superiores a los de cualquier político tradicional.
Los mecanismos de enriquecimiento también se complejizaron. Mientras se denunciaba la "corrupción de la casta política", se implementaron esquemas de transferencia hacia el sector privado que replicaron experiencias históricas de captura del Estado. Los instrumentos financieros con sobretasas generosas, los subsidios encubiertos, las exenciones fiscales y los contratos extractivos generaron beneficios extraordinarios para grupos económicos específicos: especuladores financieros, mineras, petroleras y el complejo agroexportador.
El detalle es que, en el relato libertario, estos beneficios no se caracterizan como "corrupción" sino como "eficiencia del mercado". Como sus antecesores menemistas y dictatoriales, ya en el tramo inicial de su mandato el mileísmo logró naturalizar formas de apropiación de recursos públicos que en otros tiempos políticos habrían sido denunciados como escándalos de corrupción.
La herencia de la polarización
La lógica de "la casta" se presenta como una nueva versión de la tradición polarizadora de la política argentina. Aunque en este modelo, la polarización ya no se presenta como una estrategia electoral, pretende instalarse como una estructura social consolidada.
Con impulso gubernamental, los efectos se extienden más allá del ámbito político. La caracterización de sectores enteros como "casta" legitimó formas de discriminación que afectaron el acceso al empleo, la vivienda, los servicios de salud y la educación. En ámbitos juveniles, ser identificado como parte de "la casta" puede implicar la exclusión social.
El lenguaje público también sufrió mutaciones. Términos como "diálogo", "consenso", "pluralismo", "derechos humanos" adquirieron connotaciones negativas asociadas con "la casta". El vocabulario democrático fue reemplazado por un léxico bélico donde solo existen "patriotas" y "traidores", "leales" y "enemigos". Como explica Souza (2024), el resentimiento como estrategia política genera adicción: requiere dosis crecientes de odio para mantener su efectividad.
La necesidad permanente de identificar nuevos enemigos llevó a la fragmentación creciente del aparato estatal, la persecución de funcionarios técnicos, y la subordinación de todas las políticas públicas a la lógica del conflicto político. A golpe de decretos, resoluciones y ataques virales, Milei sometió a la sociedad argentina a una forma de dominación que se perpetúa mediante la producción de divisiones internas. Esa lógica de gobernanza amenaza la democracia y las condiciones básicas de convivencia social.
El balance del odio
Al cabo de un año de experimento libertario, el balance expresaba la implementación exitosa de un modelo de dominación que combinaba concentración económica extrema con fragmentación social.
Números al canto: mientras el 10% más rico incrementó sus ingresos 340%, el gobierno mantenía niveles de adhesión del 35% mediante la canalización del malestar social hacia "la casta". La transferencia masiva de recursos hacia el capital financiero se legitimaba como "castigo a los privilegios" de sectores que, en realidad, también eran víctimas del modelo.
Esta operación había requerido la destrucción de las capacidades de articulación colectiva de la sociedad argentina. Sindicatos combativos, centros de estudiantes, organizaciones sociales y medios independientes habían sido debilitados material y simbólicamente mediante su caracterización como "casta".
El resultado era una sociedad atomizada donde cada sector culpaba a otros por su deterioro, mientras el núcleo real del poder económico permanecía invisible y protegido. "La casta" había funcionado como cortina de humo que ocultaba la reconstitución de una oligarquía financiera más concentrada y poderosa que cualquier élite histórica argentina.
Esta operación de distracción seguía exactamente el modelo teórico descripto por Slobodian (2021): los neoliberales radicales habían aprendido que las persistentes demandas de reparación de la desigualdad requerían respuestas más sofisticadas que la mera represión. Era necesario convencer a los propios excluidos de que su exclusión respondía a "diferencias naturales inerradicables" y no a decisiones políticas modificables.
La Argentina emergente de este proceso presentaba una sociedad fragmentada por odios dirigidos, un Estado capturado por intereses corporativos, una democracia vaciada de contenido pluralista. Como advirtió Ginzberg (2024), se había instalado un "síndrome autoritario" que podría persistir más allá del propio gobierno que lo había creado.
Con la entronización de Milei, el relato de "la casta" había cumplido su función: legitimar un proyecto de dominación mediante la movilización del resentimiento social. Pero la operación pretende un alcance mayor que la mera gestión política del resentimiento. Se trata de erigir un baluarte contra las crecientes demandas de los progresismos mediante la naturalización científica de la desigualdad. El odio hacia "la casta" no es solo una estrategia electoral sino un mecanismo pedagógico que busca "enseñar" a la sociedad a aceptar las diferencias grupales inmodificables como fundamento de un nuevo orden social. La Argentina del algoritmo libertario propone convertir la desigualdad en ley natural, la exclusión en necesidad científica y la jerarquía en orden espontáneo. A fuerza de motosierra, la presidencia de Milei orientó a la Argentina hacia una sociedad donde la política se reduce a la gestión del odio, donde el gobierno se legitima por lo que destruye más que por lo que se construye, donde el poder proviene de la polarización más que de la persuasión.
Milei no inventó el resentimiento dirigido como combustible del poder. Como había advertido Carl Schmitt, la política se había reducido hacía tiempo a la distinción entre amigo y enemigo. Pero el experimento Milei demostró que era posible, al menos por un tiempo de manera sustentable, gobernar una sociedad entera basándose exclusivamente en la segunda parte de esa ecuación.
En esa estrategia "la casta" funcionó como el enemigo perfecto, porque era simultáneamente real e imaginaria, específica y universal, derrotable e indestructible. Real, porque efectivamente existían sectores que se habían beneficiado del Estado; imaginaria, porque su definición era arbitraria y móvil. Específica, porque tenía nombres y rostros; universal, porque podía incluir a cualquiera. Derrotable, porque se podía atacar a sus miembros; indestructible, porque siempre aparecían nuevos integrantes.
Esa plasticidad le permitió al mileísmo gestar una alquimia narrativa que convirtió la destrucción en construcción, el odio en amor y el autoritarismo en libertad.
Ficha técnica
🔹 TÍTULO
TIRANÍA 4.0
Algoritmo de una democracia hackeada
🔹 AUTOR
Adrián Murano
🔹 GÉNERO
Ensayo político / Crónica periodística
🔹 EDITORIAL
Punto de encuentro
🔹 ISBN
978-631-6641-06-09
🔹 FECHA DE PUBLICACIÓN
Julio de 2025