Del plan económico no hay mayores novedades, todo sigue dependiendo de la capacidad del mago Caputo para tomar deuda y sostener el ancla cambiaria. “Mago” porque cuando todos imaginan que se raspa el fondo de la olla siempre aparece algún nuevo empréstito de los lugares menos pensados. “Mago” porque refinanció todo lo que había que refinanciar. Se podrá argumentar que fue salvado sobre la hora por Estados Unidos, pero todo indica que jugó una carta que ya tenía asegurada de antemano, al menos desde el pasado abril, cuando Scott Bessent visitó Buenos Aires. Si se deja de lado el detalle de que toda la deuda que se toma deberá pagarse en algún momento, hasta resulta tranquilizador contar con la magia ministerial. De todas maneras, conviene no olvidar que cuando todo está tan finamente calzado, tan atado con alambre, cualquier descalce puede ser catastrófico, basta recordar marzo y abril de 2018.
En materia de continuidad del endeudamiento, la tendencia normal de cualquier analista de las finanzas públicas es detenerse en las razones de los potenciales nuevos acreedores privados para tomar deuda local. Lo que se mira siempre es la capacidad de repago, sobre la que pesan dos certezas. La primera es que después de las “buenas experiencias” de los fondos buitre se sabe que es muy difícil clavarse con la deuda de los Estados. A veces hay que esperar un poco o revender los títulos si se está muy urgido, pero a la larga la historia enseña que las deudas públicas siempre se cobran. La segunda es la gran zanahoria. Los mercados financieros creen, junto con todos los funcionarios de Economía, que, de la mano de la explotación de los recursos naturales, Argentina tendrá más dólares en el futuro, aunque no los tenga en el presente. Todavía no está claro el mecanismo por medio del cual el sector público se hará de estos futuros potenciales dólares privados, pero el primer paso es la capacidad de la economía para generarlos. Además está el camino, mientras dure el proceso de endeudamiento sigue la fiesta de los intereses, las buenas cotizaciones y las bajas transitorias del riesgo país. Es un círculo virtuoso. Hasta hace parecer que la economía crece. Fue precisamente la intermediación financiera la que infló los últimos EMAEs (estimador mensual de la actividad económica), prolijamente corregidos para atrás por el Indec, área conservada por el massismo.
Luego está la economía real, el día a día de la producción, la plata que hay en la calle, la situación del empleo. El relato oficialista se basa en una gran ficción de fondo, en la idea de que el ajuste fiscal y la transferencia de ingresos del trabajo hacia el capital fueron el costo a pagar por la estabilidad. El relato se ajusta poco a la realidad. Las políticas monetaria y fiscal solo sirvieron para provocar el estancamiento de las actividades productivas. Aunque de la peor manera, las recesiones siempre ayudan a que no se convaliden las alzas de precios, pero el verdadero freno relativo de la inflación fue el freno sobre el precio del dólar. Por eso tampoco es verdad que la inflación esté controlada, como el dólar comenzó a deslizarse, también lo hicieron los precios. Desde el piso de 1,5 por ciento de mayo, la inflación nunca dejó de crecer. Según el grueso de las consultoras en noviembre el número rondó el 2,5 por ciento, un valor que anualizado se acerca al 35 por ciento.
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Es redundante explicar que se trata de un número tan alto como problemático, especialmente en un contexto en el que el gobierno frena constantemente los aumentos que los gremios consiguen en paritarias. El resultado fue la pérdida progresiva del poder de compra de los salarios, dato que debe conjugarse con la destrucción del entramado productivo provocada por el atraso cambiario. Un proceso que, a su vez, se expresa en el reemplazo de la producción nacional por importada y en la transformación de asalaridos formales en nuevos monotributistas, lo que más crece en la economía junto con el pago de intereses.
En este espacio siempre se prefiere evitar la proliferación de números que abruman al lector, pero algunas cifras ilustran la gravedad de la tendencia. La primera es que desde el comienzo de la administración de Javier Milei se perdieron alrededor de 300 mil empleos formales. La cifra exacta según la Secretaría de Trabajo, relevada por la consultora santafecina MATE, fue una caída de 291.939 empleos registrados, de los que 169.240 fueron del sector privado, 101.051 del Público y 21.645 de casas particulares. Pero los salarios, además, perdieron poder de compra. Hasta el pasado agosto inclusive, los privados cayeron el 4 por ciento y los públicos el 20. Nótese que estos datos corresponden a menos de dos años de gobierno.
Un fenómeno concomitante a la pérdida de ingresos salariales fue el explosivo aumento de la morosidad de los créditos al consumo, es decir de los créditos que toman las familias. La morosidad “normal” de estas carteras ronda el 2,5 por ciento, pero de acuerdo al BCRA en los últimos meses saltó hasta al 7,4 por ciento.
En números, el ajuste más grande de todos los tiempos, fue un recorte de 87,9 billones de pesos, de los que 22,1 afectaron la obra pública, 16,1 a las jubilaciones, 13 a los planes sociales, 10,5 a los subsidios a la energía, 8,4 a salarios y 5,9 billones a la educación. Nótese que semejante afectación de la obra pública significa ni más ni menos que el evidente deterioro que se observa en la infraestructura. En otras palabras, a la falta de amortización del capital social.
Mientras tanto permanece intacto el problema del déficit externo. Si bien el incipiente desarrollo de la energía y la minería, más las buenas cosechas del agro, se tradujeron en un leve aumento de las exportaciones, el atraso cambiario aceleró las importaciones a mayor velocidad reduciendo progresivamente el saldo comercial, que todavía no está en rojo, un fenómeno que todo indica seguirá profundizándose. No debe olvidarse que el problema de consistencia del modelo aparece precisamente en este punto, en este descalce. Los dólares futuros son una promesa, los del presente se escapan de las manos, por eso persiste la deuda dependencia y la necesidad de acción del mago. Y por eso los economistas de todo tipo y color demandan que se comiencen a acumular reservas, cosa que desde Economía rechazan porque saben que equivale a romper el encantamiento de la estabilidad presunta.-
