Cuando los cimientos están agrietados, todo lo que se construye es frágil e inestable. Cincuenta días tardó Javier Milei, tras una sorpresiva e impactante victoria en las elecciones de medio término, en fagocitarse el crédito político, de la misma forma que se fagocitó -durante los últimos dos años- una cantidad récord de divisas sin poder acumular reservas. Ahora, tiene por delante dos años en los que su suerte está atada a la voluntad de aliados poco confiables. El FMI volvió a intervenir la economía, forzando un volantazo; los gobernadores pasaron por caja y después le votaron en contra. Un poco de su propia medicina. Hola incertidumbre, mi vieja amiga, podría cantar el presidente. Dos años, en Argentina, es mucho tiempo.
Después de la sesión del miércoles en la Cámara de Diputados, la mayoría de los medios titularon con un triunfo del oficialismo por la media sanción de diputados y apenas destinaron alguna línea en la bajada para comentar, como algo secundario, la inesperada derrota en el Capítulo 11 que se votó de madrugada. Con el correr de las horas, la realidad se encargó de corregir ese evidente error de criterio. La derrota del gobierno fue completa y sus consecuencias están teniendo ramificaciones imprevistas. Milei amenazó con vetar su propio presupuesto y Patricia Bullrich tuvo que anunciar la postergación del tratamiento de la reforma laboral, justo a la hora que la CGT desconcentraba la Plaza de Mayo. Una derrota indisimulable.
El debate sobre la Ley de Presupuesto en la Cámara Baja era la primera y la más sencilla de todas las sesiones que tiene por delante el Gobierno para aprobar las reformas que anunció. La dificultad insalvable que encontró esta semana echa dudas sobre la viabilidad del resto de sus planes, justo cuando tiene que convencer a los acreedores que le vuelvan a prestar el dinero que no podrá devolver en 20 días. La forma en la que intentó, sin éxito, salvar esa dificultad, repercutió negativamente en la relación con todos sus aliados, a los que necesita para que el Congreso le siga dando una pátina de legitimidad a sus decisiones, muchas veces ilegales e inconstitucionales.
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La caída del artículo 75, el corazón de la derrota, está cargada de significado político porque fue una rebelión contra la cláusula de la humillación. Enceguecido por una mala lectura de las urnas, el Presidente no se contentó con ganar sino que quiso escenificar un triunfo absoluto y definitivo sometiendo a los legisladores que antes de la elección habían apoyado las leyes que daban presupuesto a la Universidad Pública y a las personas con discapacidad, para que votaran explícitamente en contra de esas mismas leyes. Ese era el corazón político del proyecto que había enviado el Poder Ejecutivo. Las partidas pueden reconducirse por decreto. Lo importante era coronar a Milei.
Y el artículo 75 se cayó, de madrugada pero estruendosamente, arrastrando consigo todo el Capítulo 11, con cláusulas importantes que el Gobierno había apostado para tratar de torcer su suerte, y dejando al desnudo la debilidad intrínseca de su bravuconada, que es la misma debilidad de siempre, mal disimulada durante un par de meses por la billetera de Donald Trump y una sorpresa electoral. Cuando nadie lo esperaba, ni siquiera los diputados de la oposición, flaquearon las fuerzas del cielo, traicionaron los traidores, fallaron los planes de contingencia -si es que había- y cuando se encendió el tablero minutos después de la una y media de la mañana, había 123 luces rojas y solamente 117 verdes.
66 mil millones de pesos había distribuido en los días previos la Casa Rosada entre algunos de sus aliados para facilitar la aprobación de las iniciativas que enviaron al Congreso en sesiones extraordinarias. Es un tercio del total repartido en 2025. Osvaldo Jaldo, gobernador de Tucumán, recibió 20 mil millones. Dos de sus diputados votaron en contra y uno se ausentó. Raúl Jalil, de Catamarca, recibió 10,5 mil millones y sus tres diputados también rechazaron el Capítulo clave. Incluso legisladores que responden a gobernadores que compitieron con el violeta de LLA este año, como los radicales Leandro Zdero y Alfredo Cornejo, terminaron restando en la votación. Pasaron por caja, cobraron e hicieron su juego.
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Eso proyecta una incógnita sobre las negociaciones que se abren en el futuro inmediato. La sanción del Presupuesto, que parecía un trámite aceptado como la solución menos peor incluso por quienes nunca iban a votarlo, se convirtió en una necesidad urgente para un gobierno que otra vez tiene plazos cortos. La “gobernabilidad” es una condición que llega desde Washington y el sencillo examen que representaba esta ley la vara mínima para atar esa idea a un resultado. Para peor, en su afán de asegurar votos, el Gobierno incorporó al frustrado Capítulo 11 algunas cláusulas que exige el FMI, como la desindexación de la AUH, la eliminación de subsidios y la eliminación del régimen de pensiones no contributivas.
La reforma laboral, la reforma previsional y el nuevo código penal son todos trámites que resultarán más costosos y cuyo futuro queda en suspenso hasta tanto no sepamos dónde va a detenerse el proceso de deterioro interno que se aceleró esta semana. Hasta el mediodía del miércoles en el gobierno creían que el presupuesto iba a aprobarse sin cambios. En la madrugada se rechazó el Capítulo 11. El jueves por la mañana amenazaron con vetar el proyecto. El jueves por la tarde decidieron insistir en el Senado con la versión original. Un rato más tarde hablaban de modificaciones consensuadas. Finalmente, Bullrich tuvo que firmar el dictamen tal cual había llegado de la Cámara Baja porque la otra opción era quedarse sin nada.
Todos los cañones apuntan ahora en el mismo sentido: aprobar un presupuesto, el que sea, antes de fin de año. Ya no es un trámite sencillo sino un desafío político de magnitud. Todas las alianzas posibles y necesarias para saldarlo con éxito sufrieron innecesariamente el desgaste esta semana. El PRO se quedó sin los fondos que reclaman para la Ciudad de Buenos Aires ni el asiento al que aspiraban en la AGN. Los radicales reclaman que ellos siempre ayudan al gobierno pero en la Casa Rosada prefieren hacer negocios con peronistas. En Provincias Unidas reclaman que los discriminaron en el reparto de recursos respecto a sus pares del Norte. Los gobernadores del Norte cobraron y demostraron que no son aliados confiables.
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Sobre eso, Milei acumula errores no forzados: su inexplicable campaña contra el titular de la AFA, Claudio Tapia y el Tesorero, Pablo Toviggino, le está costando cara y hace ruido en la relación con dos actores importantes. Por un lado el empresario y comunicador Alejandro Fantino, ariete de La Libertad Avanza pero también muy cercano a esos dirigentes. Por el otro el gobernador de Santiago del Estado, Gerardo Zamora, líder político de un nutrido bloque de siete diputados y tres senadores que hasta hace un par de semanas coqueteaban con pegar un portazo del peronismo y sumarse a la llamada “oposición amigable” y ahora apareció alineado con Axel Kicillof, Gildo Insfrán, Ricardo Quintela y la oposición más dura.
Así, el solsticio de verano no sólo marca hoy el final de la primavera, sino también, en coincidencia, el de la primaverita política que había comenzado para el gobierno con el resultado de las elecciones de medio término y que terminó sin que pudiera capitalizar de manera alguna ese éxito. La realidad muestra que al fin y al cabo, las cosas no son tan malas como parecían en septiembre ni tan buenas como nos quisieron hacer creer después de octubre. Todo sigue más o menos parecido a lo que fue el largo 2025: precario, inestable, violento, cada vez más autoritario y deteriorado. Este año Milei necesitó tres rescates del FMI, de Trump y de las urnas, para llegar hasta acá. Va a necesitar uno más, de los Senadores, antes del brindis del 31.
Y con el 2026 comenzará una historia diferente.
