Las ballenas franca austral no solo vienen a nacer a la Argentina sino a revelar misterios de las profundidades del océano a través de sus marcas, heridas, fluctuaciones de peso, patrones de comportamiento que hablan de lo que ocurre en las aguas a las que las investigaciones aún no pueden llegar. Para los investigadores y aficionados, su presencia en las costas argentinas es un misterio que interpela, una revelación que nos obliga a mirar más allá del horizonte y preguntarnos qué nos están diciendo.
Cada año, entre mayo y diciembre, las costas de Puerto Madryn se transforman en escenario de un fenómeno único en el mundo: el avistaje costero de ballenas franca austral. A escasos metros de la playa, estos gigantes marinos se acercan para parir y amamantar a sus crías en aguas del Golfo Nuevo. También arriban los juveniles a socializar y las hembras adultas llevan a sus crías para el destete. Allí se puede observar su supervivencia, sensibilidad y experimentar una conexión profunda.
Este proyecto lo hacemos colectivamente. Sostené a El Destape con un click acá. Sigamos haciendo historia.
En 2025, Puerto Madryn y Península Valdés registraron un récord histórico: 2.110 ejemplares de ballena franca austral, incluyendo 826 crías, según el censo aéreo realizado por el Laboratorio de Mamíferos Marinos del CESIMAR-CONICET. Esta cifra superó ampliamente los registros de años anteriores y convirtió a la región en el epicentro mundial del avistaje. La tendencia poblacional sigue siendo de crecimiento, aunque más lento: pasó de 7% anual a 4%.
La temporada de fauna total en Puerto Madryn se extiende hasta diciembre. Además de ballenas, se pueden observar pingüinos, lobos y elefantes marinos, toninas overas, orcas y aves costeras. En Puerto Pirámides, las embarcaciones ofrecen avistajes tradicionales que permiten ver a las ballenas desde la superficie. También hay propuestas al atardecer, caminatas guiadas y actividades educativas. También en El Doradillo es un área natural protegida ubicada a pocos kilómetros de Puerto Madryn, famosa por permitir el avistaje de ballenas desde la costa.
Ballena franca austral: un nombre cargado de simbología
Franca, un nombre que las define pero también guarda una historia de dolor. Hasta la decada de los 80, estos animales estuvieron en peligro de extinción producto de la caza comercial: cada individuo rendía unos 40 barriles de aceite (alrededor de 7.200 litros). Estas razones le valieron el nombre inglés de “right whale”, la ballena correcta, “francamente” ideal para cazar.
Se las llamó así porque se acercaban a las embarcaciones sin resistencia, facilitando su captura. Desde ese momento, la ballena franca austral está protegida a nivel mundial por la Comisión Ballenera Internacional (CBI) y la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Flora y Fauna (CITES). La moratoria de la CBI sobre la caza comercial de ballenas, que prohíbe su caza, fue aprobada en 1982 y entró en vigor en 1986. La ballena franca austral también está protegida a nivel nacional, ya que fue declarada Monumento Natural en Argentina en 1984.
Hoy, esa misma cercanía se resignifica. Las ballenas se aproximan a la costa, giran sus cabezas para observarnos, como si quisieran decir algo. “Yo creo que se quieren comunicar de alguna manera, como si necesitaran decirnos algo”, reflexionó Karina Arezo, guardaparque en la Reserva El Doradillo desde hace 12 años, en diálogo con El Destape. El Doradillo es un área natural protegida ubicada a pocos kilómetros de Puerto Madryn, famosa por permitir el avistaje de ballenas desde la costa. Este sitio costero de la Patagonia argentina ofrece una experiencia única para quienes desean observar ballenas francas australes sin embarcarse.
Verlas saltar, danzar y cantar en las aguas del sur argentino es una experiencia transformadora. “La inmensidad nos enseña algo”, afirmó Karina, mientras observaba cómo los ejemplares se acercaban a grupos de visitantes. “Cuando hay más gente, más se acercan. Parece que hacen observación de humanos”, agregó entre risas.
Las ballenas francas australes viven en el sector austral de los océanos Atlántico, Pacífico e Indico. Su tamaño ronda entre los 14 y los 17 metros; las hembras son más grandes que los machos y su peso alcanza las 60 toneladas (casi como 10 elefantes). Se caracterizan por poseer manchas ventrales y callosidades, engrosamientos de la piel cubiertos por pequeños crustáceos blanquecinos, conocidos como “piojos de las ballenas”. La distribución, tamaño y forma de estos callos son particulares para cada ejemplar, por lo que sirven para identificarlos.
En su enorme boca curva se ubican alrededor de 220 a 260 placas o “barbas” córneas, de hasta 2,5 metros de largo. Colgando de la mandíbula superior constituyen el “colador” para retener las toneladas de krill que forman su alimento. Con sus extremidades anteriores convertidas en aletas, su gruesa capa de grasa y su capacidad para bucear, algunas a grandes profundidades, las ballenas son mamíferos que evolucionaron adaptándose a la vida en el mar. Su cabeza ocupa alrededor de un 30 por ciento del animal y posee espiráculos, orificios respiratorios por los que expulsa aire que se condensa formando una V.
La revelación de las ballenas sobre el océano
La identificación de cada ejemplar se realiza con paciencia y observación. “Cada una tiene algo que la define: una mancha, una cola torcida, una forma rara. Y eso lo ves después de horas y horas de observación”. Este vínculo permite detectar anomalías, como heridas por hélices o enmallamientos con cuerdas de pesqueras. “Hace 15 o 20 años no veíamos tantas marcas. Ahora es más repetitivo. El tráfico marítimo y los residuos son factores que las están afectando”, advirtió.
Karina señaló que el seguimiento científico de las ballenas en la región es constante y riguroso. Instituciones como el CONICET y el Instituto de Conservación y Manejo realizan estudios sobre patrones migratorios, salud corporal y causas de mortandad. A través de necropsias y observación directa, se detectan impactos humanos como colisiones o contaminación. Aunque no hay una alerta crítica, los datos muestran que las ballenas están siendo afectadas. Si no se modifican los hábitos industriales y sociales, advirtió, las consecuencias podrían agravarse en pocos años.
Ciencia, afecto y ballenidad: la importancia de las ballenas
Por su parte, Nicolás Lewin, integrante del proyecto colaborativo “Midiendo Ballenas”, sumó una mirada científica y amplió lo que está ocurriendo con los cetáceos: “Usamos drones y fotogrametría aérea para medir ballenas y estimar su peso. Con fotos y un altímetro láser convertimos píxeles en medidas reales. Luego estimamos el volumen y el peso. Esto nos permite seguir a las mismas ballenas durante meses y detectar variaciones en su salud”.
“Podemos ver cuánto peso pierden las madres, cuánto ganan las crías, si las heridas por ataques de gaviotas afectan su condición corporal. No hablamos tanto de peso, sino de si están gordas o flacas. Esta población tiene la mayor tasa de mortandad de crías del mundo. Queremos entender por qué”, explicó y detalló que “si el periodo entre apariciones es de tres años, es saludable. Si tardan más, quiere decir que no encuentran suficiente alimento. El calentamiento global, el retroceso de los hielos polares y la disminución del krill son factores que inciden directamente. Menos hielo, menos algas, menos krill. Menos alimento para las ballenas, los pingüinos, los delfines”.
“También detectamos heridas de origen humano: colisiones con embarcaciones, cortes por redes fantasma, cicatrices en el pedúnculo caudal. Cada vez detectamos más. Pero también tenemos más ojos en el mar. Aún falta analizar si hay un incremento real o si simplemente mejoramos las técnicas”, remarcó.
En este marco, hizo énfasis sobre el valor de estudiar ballenas: “Podría darte razones ecológicas: distribuyen nutrientes, moderan poblaciones de krill, alimentan el fondo marino. Son importantes a nivel turístico. Pero también tienen un valor intrínseco. Son importantes por el simple hecho de existir. Un mundo sin ballenas es un mundo en el que no vale la pena vivir”.
Lo que revelan las ballenas: claves para entender su importancia
Por qué son importantes las ballenas para el mundo
- Distribuyen nutrientes en el océano: Al migrar desde zonas de alimentación en latitudes altas hacia zonas de reproducción en latitudes bajas, las ballenas defecan en áreas donde sus desechos enriquecen el agua con nutrientes como hierro, favoreciendo el crecimiento de fitoplancton y algas.
- Regulan ecosistemas marinos: Actúan como moderadoras de poblaciones de krill y otros organismos, manteniendo el equilibrio ecológico.
- Alimentan el fondo marino: Cuando mueren, sus cuerpos se hunden y se convierten en fuente de alimento para cientos de especies bentónicas.
- Impulsan economías locales: El turismo de avistaje en lugares como Puerto Madryn y Puerto Pirámides moviliza miles de visitantes cada año, generando empleo y conciencia ambiental.
- Son símbolo de conservación global: La campaña “Save the Whales” en los años 80 fue una de las más influyentes en la historia del ambientalismo, logrando prohibiciones internacionales sobre la caza comercial.
Qué impacto tienen sobre nosotros
- Nos conectan con el entorno: Su presencia en la costa genera experiencias de contemplación, emoción y vínculo con la naturaleza. “La inmensidad nos enseña algo”, dijo Karina.
- Revelan el estado del océano: Las marcas en sus cuerpos, las fluctuaciones en su peso y los patrones de reproducción permiten detectar contaminación, escasez de alimento y efectos del cambio climático.
- Promueven la educación ambiental: Programas como “Los chicos de Madryn reciben a la ballena” acercan a niños y niñas a la fauna local, generando conciencia desde edades temprana.
- Tienen valor de existencia: “Un mundo sin ballenas es un mundo en el que no vale la pena vivir”, afirmó Lewin.
