Buenas noticias: la esperanza de vida de los argentinos creció de los 32 a los 77 años entre 1870 y 2023. Esa cifra es hoy superior a la media mundial y regional, y todo indica que seguirá aumentando. La mala es que si bien la esperanza de vida al nacer más que se duplicó en un siglo y medio, en otros países creció más.
Estas son dos de las conclusiones del informe que acaba de dar a conocer Argendata (https://argendata.fund.ar/), un sitio de referencia que recopila y analiza datos sobre el país para alimentar el debate público basado en evidencias.
El trabajo tiene otros puntos que sorprenden. Uno de ellos es que si bien las mujeres siguen viviendo más que los hombres, en el país, la brecha que los separaba se está achicando: desde principios de este siglo, la diferencia se redujo de siete a cinco años.
“Creemos que tiene que ver, por ejemplo, con la caída del tabaquismo, que hace que los varones, que eran los más fumadores, tiendan a aumentar más rápido su esperanza de vida –explica Daniel Schteingart, coordinador/curador del contenido del sitio–. Eso tiene efectos a largo plazo, porque yo dejo de fumar hoy y los efectos se van a ver dentro de 30 años. También puede haber influido el acceso de la mujer a los desafíos del mundo laboral…”
El indicador “esperanza de vida” es una medida que resume las tasas de mortalidad de todas las edades en un año determinado. Se calcula imaginando un grupo de personas recién nacidas que, a lo largo de su vida, enfrenta exactamente las mismas tasas de muerte por edad que se registraron en ese país y en ese año. No es una predicción del futuro, sino una foto del presente. En ella influyen desde factores socioeconómicos, hasta avances médicos o eventos extraordinarios, como guerras y pandemias.
“Se trata de un promedio ponderado de las tasas de mortalidad por edad –explica Schteingart–. Te dice a qué edad es probable que lleguen las personas que nacen hoy. Ahora, como esas tasas de mortalidad van cambiando en el tiempo, es probable que en realidad esa persona termine viviendo más. Un buen ejemplo lo da la pandemia. Hizo descender la esperanza de vida, pero eso no significa que los que nacieron en esos años van a vivir menos que los que nacieron en 2019. Indica a qué edad sería probable que llege alguien que nació en ese momento, si las tasas de mortalidad siguieran constantes. El problema es que esas tasas se mueven con el tiempo y tienden a mejorar producto de avances en la ciencia, la salud y otras áreas”.
Según se lee en el informe, en todo el mundo la esperanza de vida es mayor para las mujeres que para los varones. Esa brecha comienza al nacer. Los niños recién nacidos tienen tasas de mortalidad más altas que las niñas, ya que son más vulnerables a enfermedades y trastornos genéticos. Continúa en la juventud, cuando los jóvenes tienen una tasa de mortalidad más alta que las jóvenes; en general, debido a la violencia y los accidentes. Y se mantiene en edades más avanzadas, debido a que los varones sufren más que las mujeres ciertas enfermedades crónicas, lo que se debe en parte a las mayores tasas de consumo de tabaco, alcohol y drogas.
Sin embargo, hay diferencias. Por ejemplo, a principios del siglo XX, en la Argentina la brecha era de apenas un año: las mujeres vivían 41 años en promedio, los varones, 40. Para 1975, la brecha había aumentado a más de 7 años, cuando ellos vivían 64 años y ellas 71. Eso se mantuvo hasta principios de este siglo, y desde entonces baja paulatinamente: hoy la brecha es de 5 años.
Algo similar ocurre en países desarrollados, tal vez porque los cambios de hábitos no impactaron de la misma forma en ambos géneros, hasta 1970, la brecha fue en aumento y ahora desciende.
“Podríamos pensarlo como una carrera de obstáculos: una vez superado el primero (la mortalidad infantil), los varones se encuentan con más obstáculos que las mujeres en los distintos rangos de edad (violencia y accidentes en la juventud, enfermedades crónicas en la vejez)”, destaca el trabajo. Las diferencias se venían acumulando siempre en contra de los varones. Sin embargo, en las últimas décadas, algunos de esos obstáculos (como el tabaquismo o los homicidios) fueron menguando y los varones fueron recuperando terreno.
Mientras todo indica que los años de vida seguirán aumentando a nivel global por la reducción de la mortalidad infantil, los avances médicos, un mayor acceso a la salud pública y la ampliación de las redes de agua potable, ese crecimiento se da a diversos ritmos.
Hay países en los que las personas que nacen hoy pueden esperar vivir más de 85 (Mónaco, San Marino y Hong Kong, todos pequeños y muy ricos) y en otros (como varios de África) apenas se acercan a los 60…
En 2023, la esperanza de vida de la Argentina superó en cuatro años a la media mundial (77,3 vs. 73,3) y en casi dos a la media regional (75,6). Se ubica por encima de Brasil, México, Paraguay y Bolivia, pero se ubica detrás de Chile, Costa Rica y Uruguay. Está en el puesto 14 sobre 42 en la región, y en el puesto 79 entre 217 países y territorios del globo.
Si bien en nuestro país la esperanza de vida creció mucho, en otros creció más rápido y hoy nos superan. Aunque entre 1870 y 2023 aquí aumentó 45 años, en Chile aumentó 60 (pasó de 25 a 81), en España, 54 (de 30 a 84), en China, 53 (de 25 a 78) y en Corea del Sur, 59 (de 25 a 84).
Por eso, nuestra posición en el ranking global descendió: pasamos de ostentar el puesto 18 en 1913, al 44 en 2023, entre 115 países de los que se tienen datos.
Para Schteingart, si bien los factores socioeconómicos influyen, lo hacen de forma no lineal. “Salvo que sufras una catástrofe que te dispare la mortalidad infantil, que se produzca un colapso nacional, una guerra o una pandemia, en todos lados tiende a subir –subraya–. El vínculo entre desarrollo y esperanza de vida claramente existe, pero a través de muchas mediaciones. De lo contrario, no se podría explicar porqué Estados Unidos tiene una esperanza de vida que es apenas mayor que la Argentina, siendo un país tres veces más rico. O porqué, siendo más rico que Europa, tiene más baja esperanza de vida. En el trazo grueso, la correlación existe, pero hay otros factores que pueden hacer que ese vínculo se disipe”.
Lo que le interesa destacar es que en el largo plazo la decadencia relativa de la Argentina es una historia de progreso, pero más lento que los demás. No vivimos peor que hace 100 años, pero hay muchos países, incluso de la región, que progresaron más rápido en ese período. “La Argentina no es un país más pobre que hace 100 años, en el sentido de que el PBI per cápita hoy es más alto y gastamos mucho más en cosas que no son alimentos, pero progresa más despacio –subraya–. Por eso se va viendo una caída en los rankings. Y esto es parte de lo que nos interesa mostrar en Argendata: que en casi todo hay dos narrativas difundidas y que cuestionamos. Una es la de la decadencia absoluta, que hace 100 años vivíamos mejor. Eso es falso. Hoy vivimos más años, estamos más educados, hay menos desigualdad, hay menos posibilidades de morir de forma violenta que en el pasado. Pero también nos peleamos con otra narrativa que es la de 'Argentina, mejor país del mundo'. Es decir, aunque hay progreso, es más lento que en otros lugares. Con la esperanza de vida ocurre exactamente eso. Estamos muchísimo mejor que antes, pero queda un sabor un poquito amargo de que podría estar viviendo todavía más. Y lo mismo ocurre con la educación o el PBI per cápita. Todavía pertenecemos al ‘pelotón’ de mitad de la tabla, pero eso no basta para sustentar una idea complaciente con el país”.
“El fuerte aumento de la esperanza de vida en las últimas décadas es, sin dudas, una muy buena noticia –concluye–: significa que las chances de morir a cualquier edad vienen bajando de forma sostenida. Y todo indica que esta tendencia seguirá en el futuro. Pero también traerá nuevos desafíos, como garantizar un sistema jubilatorio sostenible y atender las crecientes necesidades de una población cada vez más envejecida”.