La "feminización de la cultura", la nueva cruzada del antifeminismo liberal hasta para hablar de accidentes: cuando la masculinidad se cobra vidas

Los siniestros viales revelan cómo la cultura de la velocidad y el riesgo, ligada a la masculinidad tradicional, choca con los valores de cuidado y prevención promovidos por, como ellos denuncian, la llamada ‘feminización de la cultura’.

01 de noviembre, 2025 | 19.00

El reciente siniestro vial que se registró en Campo Viera, Misiones, y dejó nueve personas muertas y casi treinta heridas, vuelve a evidenciar una trama compleja que involucra mucho más que la irresponsabilidad individual, el mal estado y abandono de las rutas o una imprudencia juvenil. Luego del accidente trascendió un audio que había enviado por Whatsapp Rafael Ortíz (34), conductor del Ford Focus que chocó contra el micro y falleció en el acto, donde reconocía que circulaba a gran velocidad: “Estoy volviendo a 180, 190… recién mordí la banquina, casi me pegué un palo”. Minutos después, lo que era jactancia se convirtió en muerte y dolor. El siniestro, el audio y el comportamiento temerario del conductor no fueron solo una tragedia. Son principalmente la radiografía brutal de una cultura que sigue asociando el riesgo, la potencia y la velocidad a la virilidad como principal rasgo del mandato masculino. La socialización masculina tradicional tiende a reforzar esas características, que se trasladan al espacio vial como formas de demostrar control, poder y dominio. Otra vez un episodio de violencia y muerte, completamente evitable, alerta sobre lo que los feminismos y movimiento de mujeres vienen advirtiendo hace años: que el modelo de masculinidad hegemónica no solo oprime porque fuerza a los varones a determinadas actitudes en la búsqueda de reconocimiento ante el grupo de pares, sino que también mata. Mata cuando convierte la imprudencia en orgullo o la angustia en vergüenza, mata cuando confunde el límite, la ley o el Estado como una amenaza a la libertad, y mata, literalmente, cuando la velocidad se vuelve sinónimo de adrenalina y potencia, y no de peligro.

La “feminización de la cultura”: una reacción contra el derecho al cuidado

No casualmente en medio de la llamada "batalla cultural” contra los feminismos, impulsada por grandes líderes políticos de la ultraderecha conservadora internacional y en Argentina por la propia palabra oficial, desde algunos espacios y organizaciones comenzó a instalarse y circular una teoría que traduce ese mismo “malestar”, o sensación de injusticia, con otro lenguaje: la llamada “feminización de la cultura”. Según esta lectura de la realidad y forma de analizar los roles de género en el campo del poder y lo público, el avance de las mujeres en espacios institucionales, la paridad, la voluntad para acceder y ocupar cargos de poder, y la ponderación de valores como la empatía, la regulación, la sensibilidad social, y el cuidado, habrían debilitado la cultura “masculina” del riesgo, la competencia y la autonomía.

En un texto reciente del periodista y escritor Hernán Iglesias Illa titulado “Déjenme manejar tranquilo”, se llevan estos argumentos al extremo para un caso concreto de la vida ordinaria: el autor se queja de los límites de velocidad que regulan las rutas de la costa entre Dolores y Madariaga que “son demasiado bajos", de los controles y las normas de tránsito, como si fueran el resultado de una cultura “feminizada” que no deja vivir ni disfrutar. En su lógica, el Estado que regula o cuida es una suerte de madre castradora que impide al individuo (léase: al varón) ejercer su libertad plena. “Además hay otra razón, que me da vergüenza admitir porque tiene el tufillo de la masculinidad tóxica, pero acá va: manejar rápido está bueno. Listo, lo dije.”. Lo interesante de la nota es que reconoce el poder de esa socialización masculina tradicional que se incorpora de forma automática, sin capacidad de reflexionar, y la defiende como bandera, como si se tratara de una emoción legítima y forma de resistencia a algún tipo de ataque.

El mito del varón libre vs. la convivencia

El reclamo de “déjenme manejar tranquilo” de inocente no tiene nada: es una declaración ideológica. Parece una obviedad decirlo pero las palabras no son neutrales, encierran universos de sentido que se trasladan a las prácticas concretas sin siquiera ponerlo en cuestión cuando se convierte en sentido común. De hecho el texto fue publicado en la revista Seúl que se presenta a sí misma como "revista digital de análisis y opinión que busca sumar a la conversación pública argumentos en favor de la democracia liberal y la economía de mercado". Una vez más, los hilos quedan a la vista. Algo similar había dicho hace unos años Javier Milei, antes de ser presidente, en contra del uso obligatorio del cinturón de seguridad: “Esto de usarlo porque te obliguen…Si quiero reventarme o no es opción mía”. En su genealogía condensa una visión del mundo que entiende toda regulación de la vida social, señalamiento o control como una amenaza a la libertad individual y al ejercicio pleno de la virilidad. El varón libre, dueño de su impulso, su dinero, su cuerpo, su auto, su propiedad privada y su tiempo, no quiere límites: quiere la certeza de que su deseo no será interrumpido por nada ni por nadie.

Nicolás Pontaquarto, miembro del Instituto de Masculinidades y Cambio Social, explica que la “feminización de la cultura” es un concepto importado de Estados Unidos para seguir atacando la agenda feminista: “dicen que las mujeres han avanzado en posiciones de liderazgo en instituciones públicas, académicas y de la justicia, y que esto amenaza la supervivencia de la civilización”. Esto, explica, “forma parte del backlash y la invención de estrategias discursivas que no son más que eufemismos para no decir que las mujeres tendrían que volver al hogar, a la crianza, a ese orden social que las ubica en las tareas de cuidado”. En ese sentido, quien coordina el área de capacitación del Instituto, analiza que si bien es cierto que en los últimos años se ha registrado “un mayor acceso a cargos jerárquicos y más mujeres se reciben de carreras universitarias y por ende acceden a empleos más calificados, eso no redunda en prestigio académico ni en mayor remuneración”. De hecho en empleos formales hay una brecha salarial de más del 27% que aumenta en la informalidad y agudiza la desigualdad en los deciles de menores ingresos. Por eso incorpora, como contra propuesta, la idea de la masculinización del poder que sigue en manos de los varones.

El varón al volante: autonomía, riesgo y poder

El mayor problema es que la libertad de conducir a 190 kilómetros por hora no es libertad sino un delito, un riesgo, violencia social y fundamentalmente muerte. No hay destino ni azar, hay factores sociales y culturales que son la causa de los comportamientos temerarios que ponen en riesgo la vida del otro. Los medios de comunicación y el Estado tiene un rol fundamental en ese sentido para evitar estos hechos, empezando por la concientización y la educación vial. Según datos del Informe de siniestralidad vial fatal, elaborado por la Dirección de Estadística Vial de la Secretaría Nacional de Transporte, en 2024 se registraron 3.238 siniestros viales que dejaron como saldo 3.894 víctimas fatales. Lo más llamativo de toda la serie es el perfil histórico de la víctima que se mantiene siempre vigente: hombres jóvenes y usuarios de motos. Los datos son contundentes y deberían funcionar como alarma: el 78% de los fallecidos en este tipo de siniestros son varones; y el 43% tiene entre 15 y 35 años de edad.

El tránsito es uno de los escenarios donde más y mejor se ve cómo actúa de forma automática e inconsciente el mandato de la masculinidad en la actitud por demostrar potencia, fuerza, falta de miedo, arriesgar, o tender a la competencia con el otro. En este escenario la velocidad sigue siendo un símbolo de poder, aunque los números demuestran que sigue aumentando el peligro y el daño. La teoría de la “feminización de la cultura” no hace más que intentar blindar o disfrazar ese mandato, dándole un marco “intelectual” que busca reestablecer la impunidad patriarcal.

Pontaquarto señala que la masculinidad históricamente se asocia con el riesgo y donde hay más exposición a ello hay más varones: accidentes de tránsitos, peleas callejeras, lesiones no intencionales, accidentes laborales, consumos problemáticos, mala alimentación, entre otros. “A la vez son los varones quienes más se resisten a aceptar límites externos desde el ‘NO’ si hablamos de consentimiento hasta las recomendaciones sanitarias en pandemia. Los varones cuestionan todo orden normativo porque lo entienden pernicioso con su libertad individual”, explica el docente. Las narrativas libertarias y antiestatales vinieron a re-empoderar esa potencia transgresora de los varones, no en un sentido de liberación colectiva, sino de libertad individual.

El cuidado no restringe la vida ni la libertad: la hace posible

La figura del individuo que confunde el límite con la censura, atraviesa no solo el tránsito, sino también la economía, la política, los vínculos y el discurso público. “El Estado muchas veces peca de ceguera institucional frente al género de los varones. En una población en la que el riesgo es un elemento constitutivo de su identidad, poco impacto tienen las campañas de seguridad vial que apelan a un autocuidado del que no tienen registro los varones. ‘Usar el casco salva vidas’ tiene una recepción distinta en mujeres que en varones. Eso es así. Entonces es cierto que faltan campañas de tránsito pero también de salud mental, de consumos, de apuestas online que reconozcan que los varones tienen género y que esa dimensión opera en el modo en que ellos reciben los mensajes", entiende el coordinador en masculinidades.

La pregunta y el gran desafío es cómo intervenir en la crianza y socialización para desarmar la idea de los riesgos que hoy son constitutiva de los procesos de masculinización de los varones: “Acelerar el auto, apostar en el casino o en una cripto muy volátil, siguen siendo actividades donde se hacen varones los varones. Hasta que no generemos otros procesos de validación identitaria, como ser reconocidos por estar atentos a lo que necesitan sus amigos, porque cuidan a sus hijos o comparten la crianza, por ejemplo, vamos a seguir viendo varones matando a otros, o muriendo en el camino de hacerse varones. Esto es más complejo y no se resuelve con una mejor campaña de comunicación”, señala el profesor.

Justamente el planteo y la propuesta programática de los feminismos es un giro civilizatorio vinculado a la convivencia y formación ciudadana: poner el cuidado en el centro de la vida pública. Cuidar desde este punto de vista no es maternalismo, no es blandura ni dulzura, sino reconocer que la libertad tiene condiciones materiales, que la vida, propia y de los otros, importa, que existen otras formas de vivencia más amables entre las personas, y que el Estado, ese que ellos llaman “feminizante”, puede y debe intervenir para proteger la vida común.

En ese sentido incorporar estas dimensiones permite diseñar políticas de seguridad vial que vayan a las causas y sean eficaces en modificar los comportamientos de riesgo. En síntesis, el análisis de las conductas viales revela que los factores sociales y culturales —como las representaciones de género, la presión social que ejerce el modelo de masculinidad tradicional y los modelos de consumo publicitarios— influyen en cómo se conduce, cómo se concibe el riesgo y la responsabilidad.