En medio del vértigo de las fiestas de fin de año, cuando la agenda se llena de compromisos y balances, hay un gesto simple que suele pasar inadvertido y que, sin embargo, dice mucho sobre nuestro bienestar. Salir del trabajo, encontrarse con amigos, brindar porque sí. Para la psicología social, ese tipo de encuentros cotidianos no solo hacen bien, sino que son un indicador claro de flourishing, un concepto que va más allá de la idea clásica de felicidad.
El flourishing, que podría traducirse como “florecer” o “prosperar”, no se limita a sentirse bien de manera individual, sino a vivir una vida que funciona en distintos planos. Así lo plantea el Global Flourishing Study (GFS), una investigación liderada por la Universidad de Harvard que cada año mide el nivel de bienestar de más de 200.000 personas en veinte países. El foco no está puesto en cuántos pasos damos por día ni en cuánto ganamos, sino en cómo se articula nuestra vida en seis dimensiones clave que son la felicidad, salud física y mental, sentido vital, carácter, relaciones y estabilidad material.
Cómo es el estudio del "flourishing"
Desde esta mirada, la felicidad no es un estado aislado ni puramente interno. Muy por el contrario, el flourishing subraya que el bienestar se construye en vínculo con otros. Quedar con amigos, sostener lazos afectivos, sentirse parte de algo más grande funciona como una forma de terapia antiestrés.
La Harvard Medical School sostiene que las relaciones sociales influyen en la salud a largo plazo con un peso comparable al de dormir bien, alimentarse de manera adecuada o no fumar. El contacto social, además, está profundamente arraigado en la cultura humana y funcionó históricamente como un factor de prevención frente a dolencias emocionales y físicas. Según los investigadores, interactuar con otras personas ayuda a reducir niveles nocivos de estrés que afectan al sistema cardiovascular, al funcionamiento intestinal, a la regulación de la insulina y al sistema inmunitario. Incluso, los gestos afectuosos activan la liberación de hormonas que contribuyen a disminuir el estrés.
El reverso de esta realidad también preocupa. El último informe sobre conexión social de la Organización Mundial de la Salud (2025) advierte que la soledad y el aislamiento social se convirtieron en un desafío de salud pública a escala global. La falta de vínculos está asociada a un mayor riesgo de muerte prematura, enfermedades cardiovasculares, diabetes, deterioro cognitivo y problemas de salud mental.
En este contexto, sociabilizar aparece como una pieza central del bienestar emocional. Los datos del GFS muestran que sentirse apoyado y contar con un sentido de vida están íntimamente ligados. “Cuando sentimos que formamos parte de algo y que podemos apoyarnos en los demás, nuestro nivel de activación baja. Se reduce la ansiedad, el riesgo de depresión y la respuesta de estrés se vuelve más manejable”, explica la psicóloga española Ana Galán.
Incluso cuando la estabilidad económica flaquea, la red social cumple un rol amortiguador. El apoyo de otros no elimina las dificultades materiales, pero sí cambia la forma en que el cerebro percibe la amenaza. “Sentir que no estás solo cambia por completo cómo se vive el estrés”, señala la especialista. El cerebro humano, sostiene, está diseñado para regularse en compañía, porque cuando estamos con personas significativas, el sistema nervioso se calma de manera automática. No se trata solo de sentirse mejor, sino de estarlo realmente.
