Las tres estrellas, la BIC, el mate y Favaloro son tan solo un pequeño porcentaje del orgullo que genera ser argentino. Otra coronación de gloria, que muy pocos conocen, es la de haber sido el primer país de Latinoamérica en contar con un subte. Y es que la línea A, fundada en 1913, es decir, hace más de 100 años, inauguró una nueva era en materia de transporte en la región.
La historia de la Línea A: el primer subte de Latinoamérica
A comienzos del siglo XX, Buenos Aires crecía a un ritmo vertiginoso en términos demográficos. Entre 1903 y 1913 su población se disparó de 895 mil a casi un millón y medio de habitantes, y el tránsito, colmado de coches y tranvías, se volvía cada vez más caótico. Para aliviar esa congestión, el Congreso Nacional aprobó en 1909 la construcción de un subterráneo. La concesión quedó en manos de la Compañía de Tranvías Anglo Argentina (CTAA), que ya manejaba la mayor parte de los tranvías de la ciudad.
Las obras comenzaron el 15 de septiembre de 1911 bajo la dirección de la firma alemana Philipp Holzmann & Cía. Participaron unos 1.500 obreros y se utilizaron cifras que hoy impresionan: 31 millones de ladrillos, 13.000 toneladas de hierro y más de 100.000 barras de cemento. Dos años después, el sueño se había hecho realidad: el tramo entre Plaza de Mayo y Plaza Miserere estaba listo.
El subte se inauguró oficialmente el 1° de diciembre de 1913 durante la intendencia de Joaquín Samuel de Anchorena. Al día siguiente, se abrió al público y más de 170.000 personas viajaron en el nuevo transporte subterráneo. Cada estación medía 100 metros y tenía un color de friso distinto para que los pasajeros pudieran reconocerlas fácilmente, un detalle pensado especialmente en una época con alto nivel de analfabetismo.
¿Cómo eran los vagones de la Línea A?
Durante casi un siglo, los característicos vagones de madera de la Línea A se convirtieron en un ícono de la ciudad. Con sus bancos lustrados y puertas corredizas manuales, transportaron generaciones de porteños hasta su retiro el 11 de enero de 2013. Dos meses más tarde, el 6 de marzo, la Línea A volvió a funcionar con trenes chinos fabricados por la empresa CNR Corporation.
Ese mismo año se completó la extensión hasta San Pedrito, en el barrio de Flores, alcanzando los 9,7 kilómetros de recorrido actual entre Plaza de Mayo y el oeste porteño. Hoy, alrededor de 250.000 personas viajan cada día en la línea que es una de las tantas consagraciones de gloria de nuestro país.