El libro de la filósofa Renata Prati y por qué la depresión es el concepto de estos tiempos

El Destape habló con la filósofa Renata Prati sobre su último libro "Esta es tu pena", editado por Siglo XXI.

01 de diciembre, 2025 | 14.07

El último libro de la filósofa argentina Renata Prati Esta es tu pena, editado por Siglo XXI, es un largo rodeo al dolor y a un malestar muchas veces intraducible, pero no por eso ausente de la conversación pública.

Es un texto que empieza por los orígenes del concepto de melancolía, desde los estudios griegos de Hipócrates sobre los cuatro humores y la bilis negra hasta las resonancias modernas en personajes como Hamlet, y que llega hasta la popularización en los últimos años del concepto 'depresión' como el más eficaz para nombrar los malestares actuales.

Renata Prati, autora de Esta es tu pena

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Si bien el libro no hace una oda al dolor ni tampoco una valoración positiva de la melancolía en detrimento de la depresión, Prati sí encuentra que en el traspaso de uno a otro el sufrimiento se volvió más inhabilitante y patologizado. En palabras de Juliana Schiesari, Prati dice: “La melancolía supo ser un ethos para los hombres, desde Cicerón a Hamlet y Burton y más allá, pero para las depresivas modernas, artistas o no, el dolor es mero pathos: incapacitante, desagradable y vergonzoso”.

El problema que plantea Prati es cómo pensar el sufrimiento actual, que se presenta bajo la forma de la depresión, sin quedar atrapados en el leguaje de la psiquiatría. Sin hacer una celebración del sufrimiento, Prati propone interrogar el dolor desde la filosofía y encontrarle nuevas formas de nombrarlo. 

El libro de Renata Prati Esta es tu pena, editado por Siglo XXI

-¿Por qué elegiste el concepto de depresión y no, por ejemplo, el de ansiedad como otro de los síntomas de la época?

-Primero hay una razón básica biográfica. Siempre me identifiqué más con los estados de ánimo más bajón que con la ansiedad. Aunque ahora, con la salida del libro, sentí mucha ansiedad (risas). No sé si hubo un por qué más allá de esa intuición y resonancia personal pero sí después hubo un momento más terco de insistir en que fuera depresión y no melancolía, nihilismo o pesimismo. Este libro empezó como una investigación del doctorado y me preguntaban: “¿En qué autor lo vas a trabajar?”. Y me hablaban del pesimismo o de la melancolía, pero yo sentía que ese no era el vocabulario con el que se estaban discutiendo los malestares afuera de las casas de estudios. Esas eran cosas que podían entrar más fácil en una tesis sobre filosofía con algún autor como Kierkegaard, Nietzsche o Benjamin pero a mi me interesaba usar el concepto de depresión, que es el que se está usando. 

-Hiciste una breve historia del concepto de depresión y encontraste matices importantes con el de melancolía, principalmente en la cuestión de género y en su aplicación a algunos animales, por ejemplo. 

-Es que no usamos igual el concepto de melancolía y el de depresión. No decimos que un perro está melancólico pero sí hay perros que consumen alimentos con antidepresivos. El otro contraste es la cuestión de género. A la melancolía la asociamos a los grandes hombres como Van Gogh y Hamlet. Pensamos un prototipo muy masculino como el pensador de Rodin y si ponés imágenes de melancolía en Google te aparecen hombres pensando. La melancolía tiene toda esa profundidad, toda esa nobleza, ese carácter más elevado, más artístico. En cambio la depresión tiene una marca mucho más negativa, asociada a una enfermedad y que puede ser aplicada a los animales y se usa como un diagnóstico con una epidemiología muy marcada por el género. La depresión afecta dos a uno a mujeres y a hombres. La pregunta es cómo se construyen esas cifras; hay que desarmarlas y ver qué nos están diciendo. La construcción del concepto de depresión está mucho más asociado a lo femenino que a lo masculino. 

-Hacés énfasis en que en este contraste entre la melancolía y la depresión, lo que aparece es un padecimiento mucho más devaluado: si la melancolía estaba asociada a un valor positivo, la depresión hace otra cosa con el dolor 

-Para empezar, la depresión como categoría tiene una historia mucho más reciente de lo que solemos pensar y está ligada al surgimiento de la psiquiatría científica en Estados Unidos y al desarrollo de psicofármacos y antidepresivos. A toda una batería de estudios de cómo hacer cuantificable la depresión en base a signos visibles. Ahí el factor que contribuye a devaluar nuestros malestares es la asociación con lo animal. Porque los primeros estudios para desarrollar fármacos se hicieron en animales. Entonces acá hay escenas bien distintas. Si la melancolía está asociada a Hamlet y la pregunta por el “ser o no ser”, o a la cuestión de la pérdida si lo pensamos desde el psicoanálisis, en la depresión su historia está marcada por los primeros estudios que se hicieron sobre ella muchos con animales. Como tomarle el tiempo a una rata y ver cuánto tardaba en dejar de luchar en un tanque de agua del que era imposible escapar. 

-¿En la depresión, a diferencia de las escenas melancólicas, se pierde la posibilidad de politizar ese malestar? ¿Es una vivencia mucho más asociada al mundo interior?

-El hecho de que la depresión esté asociada más a las mujeres, en buena medida por factores azarosos y prejuicios de la época, como por ejemplo el tipo de poblaciones que se tomaban para hacer los estudios, hizo que se ligara al plano de lo doméstico y lo emocional. En ese sentido me refiero a la interiorización. La devaluación del malestar tiene que ver con esta juntura: que sea un malestar más biológico, más patologizado, más ligado a la interioridad y que también sea aplicable al mundo animal. Nuestro vínculo con el malestar termina en esta trampa de la devaluación que hace se obture su capacidad de comunicar otras cosas, ver qué nos quiere decir este dolor. 

-Es una pregunta que te hacés en el libro: cómo armar un mapeo del estado de la sociedad a partir de interrogar este malestar 

-Siento que desde que empecé con este tema, de 2018/2019 hasta hoy, está mucho más habilitada la discusión, incluso dentro de la filosofía. Hay mucha discusión interdisciplinaria sobre los malestares y las emociones. Aunque al mismo tiempo hay un uso cada vez mayor de este lenguaje psicológico psiquiátrico para hablar de los malestares. Habitamos esta sensación de crisis en la que no hay escapatoria. No estamos pudiendo cambiar las cosas, los mecanismos de acción que conocíamos para tratar de cambiar el mundo no están funcionando ni para cambiar el mundo ni para que nos sintamos mejor. Ante esa sensación lo que tenemos disponible para ponerle nombre, para tratar de tramitar algún tipo de alivio subjetivo, es el lenguaje psiquiátrico. No quiero decir que ahora estamos peor que antes, pero sí me parece que la particularidad de este tiempo es que no hay otras maneras de canalizar y nombrar que no sea con el lenguaje psicológico psiquiátrico. Por un lado está bien porque es el lenguaje que tenemos, entonces usémoslo, discutámoslo; pero por el otro, tengamos presente que encierra una trampa. Porque el lenguaje psiquiátrico nos remite a una autoridad institucional a la que no accede todo el mundo. Si queremos discutir nuestros problemas públicos con un lenguaje que no es público caemos en una trampa.