Las mil voces de An Espil en 'Laura Polines', el manifiesto de su constante metamorfosis

An Espil presenta Laura Polines, un disco breve, oscuro y camaleónico donde convierte el caos emocional en pop afilado y lleno de guiños generacionales.

10 de junio, 2025 | 16.22

La cámara se enciende antes del mediodía. An Espil aparece ya maquillada como si fuera de noche, aunque es miércoles y la entrevista es por Zoom. El delineado está impecable, los labios cargados de intención. “Aprovecho que estoy así y salgo a la calle después”, dice, como quien se disfraza de sí misma para habitar el día. “Y agradezco que la nota sea virtual porque me puedo fumar un pucho tranquila”, remata con una carcajada, mientras enciende uno con el mismo cuidado que pone en una armonía vocal.

An habla como piensa: rápido, entre desvíos, conexiones inesperadas y lucidez aguda. El pretexto de este ida y vuelta es su nuevo disco Laura Polines, una secuela de Jessica Alegría, producido nuevamente junto a Iván C. Bakmas, ese beatmaker que conoció en plena pandemia por un mensaje directo de Instagram y con quien, desde entonces, parece compartir no solo canciones sino también una brújula creativa.

El disco lo escribí todo el año pasado, salvo dos temas que ya habían salido”, cuenta. “Tiene algo más oscuro, más raro. Iván se puso así en su vida, entonces me empezó a mandar cosas más locas (ríe). Me acuerdo que me mandó un beat medio electrónico y yo soy cero de ese palo, no me salía ni de casualidad. Pero entre todas esas rarezas, encontré joyas”.

El concepto de sus dos discos con Bakmas es tan pop como autorreferencial: las chicas que le rompieron el corazón a Bart Simpson. Una idea brillante que funciona como excusa para hablar del amor y sus catástrofes, pero también para llenar las canciones de referencias a la cultura que nos crio: de A jugar con HugoRadiohead. Todo es cita, guiño, sample emocional.

“Me encanta esa idea de que el amor, aunque te salga bien, igual es medio como el orto. Siempre hay algo que duele. Y eso lo dice la bruja del videojuego de A Jugar con Hugo: ‘Estoy segura de que perderás’. Eso me marcó para toda la vida”, asegura. El disco, de apenas 20 minutos, dura lo justo y necesario. “Me parece perfecto. Yo no hago escucha completa de un disco de 40 minutos ni en pedo. A los 20 ya estoy mirando el celular”.

Para ella, no es solo una cuestión de duración. Es una estética, una forma de consumo, una decisión artística. “Hoy todo es single, la gente no se sienta a escuchar discos enteros. Entonces si vas a hacer uno, que sea noble. Que se pase rápido, que te den ganas de volverlo a escuchar”.

An Espil presentará 'Laura Polines' junto a 442 este 13 de junio en el Teatro Margarita Xirgú.

Y ahí está lo interesante: en cómo logra hacer música pop sin perder profundidad, sin sacrificar lo que la hace única. Desde la estructura coral final del tema Triste inspirado en Paranoid Android (a la vez un momento hermoso donde se mezcla Radiohead con Because de los Beatles) hasta la convivencia múltiple de sus versiones. Porque An Espil no es una sola. Hay muchas.

Si yo fuera la misma persona en todo lo que hago, me llevaría como el orto conmigo misma. Con Abril (Olivera) soy una, con Iván (Bakmas) otra, con Nafta otra. Uno tiene que adaptarse al colega. Lo aprendí”, dice, mientras apaga el cigarrillo y se ríe del absurdo de coordinar proyectos musicales en Argentina. “Hacer música es el arte de combinar los horarios”, suelta, una de las frases más populares y lúcidas de nuestra cultura.

Y se nota que lo tiene aceitado. “Me anoto todo en el calendario. Pero no solo lo que tengo que hacer. Me anoto cuándo pensar cada cosa. Para no pensar antes de tiempo y olvidarme después. Si estoy en una prueba de sonido de Nafta y viene Abril a hablarme de su show, le digo: ‘No, ese show no existe ahora. Un show a la vez, amiga’”.

Con Laura Polines ya lanzado y la presentación en vivo programada para el 13 de junio en el Teatro Xirgu, la pregunta cae de maduro: ¿y ahora qué? An no duda en responder, aunque lo hace con ese modo elástico con el que piensa y proyecta: “Me gustaría probar algo nuevo con Iván en formato más acústico, más tranqui, hay que ver”. Lo cierto es que, de una forma u otra, quiere salir a mostrar este nuevo material. Lo pide el disco y lo pide ella.

Pero eso no es todo. En su hoja de ruta aparece una idea más ambiciosa: una banda nueva. Una que le permita tocar todo su repertorio. Todo. “Ese sería mi bien de este año”, dice con esa forma poética y práctica que tiene para hablar de lo que la moviliza. Un show donde convivan todas sus versiones, todas sus “yo”. “Juntas”, dice. Y se ríe. “Ahí hay que pelar la verdadera… o una nueva”. 

Con esa misma lógica milimétrica y emocional, construye su discografía, su personalidad artística, su caos ordenado. Y aunque en el Zoom ya apagamos la cámara, sabemos que An está saliendo a la calle, maquillada y con la cabeza llena de ideas, tarareando en loop esa bruja que sentencia con tono lírico: “Adelante... Estoy segura de que perderás”. Porque perder también puede ser pop.