Diego Maradona, los 6 lugares que más emoción generan: el mapa emocional del crack

El mejor jugador de la historia del fútbol tuvo una larga trayectoria y vida por el fútbol mundial. A lo largo de su vida, estuvo por varios lugares y ciudades maravillosas. El video que muestra todo. 

27 de noviembre, 2025 | 17.33

La historia de Diego Armando Maradona puede narrarse a través de sus gambetas, de sus goles, de sus viajes, de sus escándalos, de sus resurrecciones. Pero también —y quizás de manera más íntima— puede contarse a través de los lugares donde vivió. Cada casa guarda un pasaje de su vida, un sueño cumplido, un dolor al descubierto. Cada puerta, cada ventana, cada esquina tiene una foto posible, un testimonio escondido, un recuerdo que hoy puede sostenerse en imágenes.

En Esquina, en el sur de la provincia de Corrientes, se conocieron Don Diego “Chitoro” Maradona y Dalma Salvadora Franco, “Doña Tota”. Desde esa tierra ribereña comenzaría una historia que más tarde marcaría al deporte y a la cultura popular del siglo XX. En 1955, el matrimonio migró hacia territorio bonaerense en búsqueda de oportunidades; sería en Villa Fiorito, Partido de Avellaneda, donde echarían raíces definitivas.

 

El 30 de octubre de 1960 nació Diego Armando en el Hospital Evita de Lanús. Desde allí, la familia regresaría a su modesta casa del pasaje Azamor, en Fiorito. Ese lugar todavía guarda el eco de ocho infancias juntas: las hermanas mayores Ana María, Elsa (“Lili”) y Rita (“Kiti”); luego María Rosa, Raúl (“Lalo”), Hugo (“El Turco”) y Claudia (“Cali”), la menor del clan. En aquel ambiente pequeño —humilde, comprimido— Diego encontró una frase que lo acompañaría para siempre: “Nuestra habitación era tan chica que con mis hermanos soñábamos todos lo mismo”. La pobreza como cuna, el sueño como herencia.

La historia cambia de escenario cuando Francis Cornejo lo ve jugar en una prueba en Parque Saavedra y lo ficha para Argentinos Juniors. Así comienza la etapa de La Paternal, con un niño de ocho años destinado a la epopeya. Allí, en la casa de Argerich, Diego ya era Diego; allí fue adolescente, hermano mayor, hijo protector y novio incipiente de una joven Claudia Villafañe. En el estadio de Argentinos —hoy con su nombre— debutaría el 20 de octubre de 1976: los testimonios juran que lo primero que hizo cuando tocó la pelota fue tirar un caño.

En ese barrio fue también donde Argentinos le entregó las llaves de la casa de Lascano 2257, apenas una semana después de cumplir 18 años. El barrio entendió rápido quién había llegado: su figura quedó eternizada en murales, pasacalles, placas improvisadas, y hasta en las anécdotas gastronómicas que siguen vivas en la Cantina Chichilo.

La siguiente mudanza fue rotunda: Villa Devoto. En febrero de 1981 Boca acordó su llegada a préstamo y el pase completo se cerró por 4 millones de dólares. De aquel movimiento, Diego recibió un porcentaje que el club pagó en departamentos. En ese contexto compró el chalet de la calle Cantilo 4575, una casa que marcaría una época. Allí vivió hasta su transferencia al Barcelona, y allí quedarían sus padres. Décadas después, el inmueble se transformaría en símbolo: estuvo a punto de derrumbarse, fue rematado sin éxito y finalmente adquirido para convertirse en refugio de fanáticos; un lugar donde ver juntos los partidos de la Selección durante Qatar 2022, como si Diego caminara por sus pasillos.

La Bombonera es otro capítulo de esta biografía geográfica. El inicio de una historia de amor irrepetible entre ídolo y templo. Desde aquel campeonato Metropolitano de 1981 —el de los grandes momentos futbolísticos y el recordado 3-0 a River— hasta la intimidad de su palco, lugar de lágrimas, rabias, besos y reconciliaciones. Ahí celebró, ahí sufrió, ahí volvió a resucitar. Ese palco hoy es santuario.

El mapa emocional continúa lejos: Barcelona, Nápoles, Sevilla… y, brevemente, Rosario, donde dirigió a Mandiyú tras su dopaje en el Mundial 1994. Luego llegaría el regreso en 1995. Cabellera con mechón rubio, hijas en cancha, Charly en la platea. Aquel retorno sería la antesala de la esquina mítica.

Villa Devoto otra vez: Segurola y Habana. El emblemático séptimo piso. Primera casa de la última etapa como jugador. Allí existió la frase que quedó en la cultura popular para siempre: la invitación pública a Julio Toresani salió en vivo, desde el vestuario, hacia ese domicilio exacto. También, desde ese balcón, celebró la Intercontinental de 2000 como un hincha más: bata, bandera y euforia. Hoy esa esquina es peregrinaje: estampitas, flores, camisetas ajadas, cintas celestes y blancas.

Entre estas direcciones se intercalan exilios y resurrecciones: La Habana, Cuba; luego Dubái; más tarde Minsk, en Bielorrusia; después Sinaloa, México. En cada destino dejó huellas, fotos, notas, titulares.

El último capítulo se escribe en la provincia de Buenos Aires. La Plata. Bosque. Gimnasia. El 8 de septiembre de 2019, el Lobo recibió a Diego como técnico. Diez años después de su último paso por el fútbol argentino, volvió al país y volvió al abrazo colectivo. Hubo lágrimas, hubo cantos, hubo promesas. Esa cancha fue su último hogar deportivo, el último lugar donde Diego fue feliz.

Ese recorrido por sus casas no es solo un itinerario físico: es un mapa del corazón.  Una línea directa entre la cuna humilde y el altar eterno.  na ruta para contar —en imágenes— la vida de un hombre que vivió muchas vidas.