Gabriel Rojas, lateral pero líder en asistencias del Torneo Clausura, de los poquísimos jugadores locales con derecho a prueba en selección, cometió, justo él, el error infantil (un foul absolutamente innecesario cuando el partido ya terminaba) que permitió el empate uno-uno de Estudiantes de La Plata y cambió por completo la narrativa sobre el nuevo campeón que hoy celebra el fútbol argentino. Rojas no se lo merecía, pero así de injusto suele ser el fútbol.
La crónica que felicitaba al “Racing campeón” ya estaba casi escrita. La vigencia del equipo de Gustavo Costas para imponer su chapa de ganador de partidos calientes, jugando bien o mal. El golazo de Maravilla Martínez, inusual en una final inevitablemente tensa, y mediocre, justificaba por sí solo la victoria. Pero Rojas cometió su foul torpe y a destiempo. José Sosa (39 años) lo sirvió en bandeja casi en la boca del arco, Guido Carrillo (34) saltó imparable para el 1-1 y Estudiantes (“lo viejo funciona”) se llevó el título en los penales.
¿Qué le pasó al Racing imbatible de las grandes paradas, que venía de frenar nada menos que al Boca de Leandro Paredes en la mismísima Bombonera? ¿Y qué le pasó al Estudiantes de Eduardo Domínguez, que se clasificó a los playoff de milagro, casi dando pena luego de tres derrotas seguidas, y con sabor de ciclo cumplido para el DT y algunos jugadores? Es fútbol. Puede ser injusto sí. Y también suele ser impredecible. Un mínimo detalle (como el foul de Rojas) cambian la historia. Y luego viene la narrativa, el relato que construye la épica.
Algunos dirán que la AFA de Chiqui Tapia y Pablo Toviggino, acosada como nunca, dejó de manipular arbitrajes y por eso Estudiantes fue campeón. Pero Estudiantes ya había ganado antes otros tres títulos bajo la misma gestión de Tapia-Toviggino. Mejor omitir ese recuerdo, porque restaría épica a la gesta. En el playoff de cuartos contra Central Córdoba se dramatizó que a Estudiantes hasta le habían cortado la electricidad en su hotel de concentración, cuando el corte había sido en buena parte de la capital de Santiago del Estero. Igual que la suspensión de cuatro fechas a Carrillo, clave en la final, otra “prueba” de la persecución, omitiendo que el goleador había sido expulsado por codazo alevoso y porque además salió de la cancha acusando de “ladrones” a los árbitros o a los dirigentes de la AFA.
En rigor, para graficar que sí hubo hostigamiento de la AFA hacia Estudiantes con la imposición del pasillo al “campeón” Rosario Central y la rebuscada sanción posterior contra jugadores y contra el presidente “enemigo” Juan Sebastián Verón. Solía decir Eduardo Galeano que “no hace falta adornar la flor”.
Y así terminó la historia con un final que ningún guionista habría imaginado mejor: Verón, suspendido, y celebrando el título en la tribuna junto con los hinchas, y “Chiqui” Tapia dándole el trofeo a los jugadores de Estudiantes, y con música a todo volumen en el Estadio Madre de Ciudades para tapar el coro de “Chiqui Tapia botón, Chiqui Tapia botón…”, para regocijo no solo de hinchas enojados, sino también de rivales en negocios, desde el gobierno de Javier Milei a canales de TV, alimentados con historias que parecían acumuladas desde hace tiempo y solo esperaban el momento oportuno para estallar (la escena de ese final no puede omitir el gesto de Racing, buen perdedor, con pasillo y aplauso para el Estudiantes campeón, una bofetada para quienes afirman que “esas cosas son para Europa y no para el fútbol argentino”). Fiesta para los hinchas de Estudiantes. Para el Pelado Trebuq, pero también para Estela de Carlotto, tan variada puede ser una tribuna. Los hinchas que, además, pueden adorar a su ídolo, pero decirle que no cuando ese mismo ídolo quiere negociar las llaves del club por sesenta años con un inversor dudoso de Estados Unidos.
El Estudiantes que sentía un año perdido tiene ahora Copa Libertadores y juega este sábado por el Trofeo de Campeones en San Nicolás, otra sede extraña, bajo el noble argumento del federalismo, siempre más caro todo para los hinchas. Su rival será Platense, campeón del Apertura, pero hoy alicaído, aunque en el fútbol argentino actual, ya está comprobado, “hoy sos boleta y mañana campeón”.
Justamente contra Platense comenzó acaso el camino de la épica del Estudiantes “sexto grande”. Fue un 3 de agosto de 1967, cuando el Pincha perdía 3-1 en semifinales del Metropolitano y revirtió a 4-3 en la media hora final. Llegó el primer título que quebró la hegemonía de los “cinco grandes”, luego las tres Libertadores seguidas (1968-69-70), y la victoria mítica en Old Trafford ante Manchester United por la Copa Intercontinental. Aquel notable Estudiantes, polémico también por su juego muchas veces al filo del reglamento, también sintió en su tiempo que la victoria daba derechos (como le sucede a otros hoy mismo, acaso desde la Copa de Qatar). Apenas un año después, en 1969, aquel Estudiantes de Osvaldo Zubeldía cerró aquella gesta en la Bombonera con una noche de vergüenza ante el italiano Milan. Patadas y agresiones al rival, y tres jugadores que terminaron un mes presos en tiempos del dictador Juan Carlos Onganía. Esa noche dio letra a los críticos y opacó una campaña histórica. Es la victoria que suele confundir. A jugadores, y también a dirigentes.
