La Operación Telaraña lanzada por Ucrania (con una pequeña ayuda de sus amigos de la OTAN) contra bases militares en Rusia fue un ataque mediático-militar que, sin dudas, buscaba embarrar los diálogos de paz previstos para el día siguiente, 2 de junio, en Estambul.
Una pregunta surge de inmediato: buscar el fracaso de las conversaciones de paz entre Rusia y Ucrania ¿es boicotear al presidente de Estados Unidos? Donald Trump hizo esfuerzos visibles para clausurar esa guerra. Así lo expresó, hace un mes, su canciller, Marco Rubio, al iniciarse los encuentros en Turquía: “Lo dije y lo repito: no hay solución militar para el conflicto ruso-ucraniano. Esta guerra va a terminar mediante una solución diplomática y cuanto antes llegue menos gente morirá y menos destrucción habrá”. Si Trump se muestra tan abiertamente a favor de un arreglo en Ucrania ¿quienes buscan que fracase?
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El pasado domingo 1º de junio, se registró un ataque con drones de pilotaje con visión remota contra aeródromos en las provincias rusas de Múrmansk, Irkutsk, Ivánovo, Riazán y Amur. La embestida puede describirse como mediático-militar ya que se combinó un operativo bélico con rasgos de espectáculo y con la inmediata difusión de videos y saturación de noticias por parte de la prensa occidental (anti-Trump; globalista y pro-guerra).
La avalancha de noticias y videos no trajo, no obstante, claridad. Al contrario. Uno de los fines de estas operaciones mediáticas es, justamente, crear una confusión que ayude a alcanzar diferentes objetivos. En el caso de la Operación Telaraña abundan las versiones. ¿Trump estaba al tanto o no del operativo? ¿Quiénes fueron los “socios” de Ucrania en la embestida? ¿Cuánto daño recibió Rusia? Según los agresores las naves destruidas fueron 40, pero según Rusia, apenas 2.
¿Cuáles fueron las intenciones? Aún es pronto decirlo, pero hay varias hipótesis. La primera es que el ataque busca lograr uno de los objetivos principales y permanentes del Occidente geopolítico: desestabilizar el gobierno de Vladimir Putin generando situaciones de enfrentamiento interno.
La segunda, en una línea similar, sería provocar a Putin para que cometa un error. Los medios occidental pro-guerra machacaron, durante las 24 horas posteriores a la Operación Telaraña, con una posible inmediata respuesta por parte de Rusia. La prensa especulaba con que el Kremlin prepararía una supuesta represalia “nuclear táctica”, algo que por el momento no sucedió.
Para tener conciencia de la dimensión de lo ocurrido, Scott Ritter, ex oficial de inteligencia de los marines estadounidenses, comparó la embestida ucraniana con el de “un actor hostil que lanzara ataques con drones contra los bombarderos B-52H de la Fuerza Aérea de EEUU estacionados en la Base Aérea Minot en Dakota del Norte y en la Base Aérea Barksdale en Luisiana, y los bombarderos B-2 estacionados en la Base Aérea Whiteman en Missouri”.
El Occidente belicista es muy consciente de esto y del peligro atómico que conlleva. Aún así lo provoca. En 2024, Vladimir Putin ordenó actualizar la doctrina, autorizando el uso de armas nucleares en caso de “agresión contra la Federación Rusa y/o sus aliados por parte de cualquier estado no nuclear con la participación o apoyo de un estado nuclear, lo cual se considerará un ataque conjunto”.
La tercera hipótesis supone que el objetivo es, como se dijo, boicotear las conversaciones de paz, obligando a Rusia a abandonar ese escenario. El Operativo Telaraña se lanzó pocas horas antes de que se reunieran en Estambul las delegaciones de Rusia y Ucrania. A pesar de considerar la ofensiva como “un atentado terrorista”, el Kremlin decidió no suspender el encuentro en Turquía. Esto no significa que Rusia no esté estudiando una respuesta.
Dmitri Medvedev, el vicepresidente del Consejo de Seguridad de Rusia, quien representa las posturas más duras del gobierno, advirtió en su cuenta de Telegram: “La represalia es inevitable. Nuestro ejército avanza activamente y seguirá avanzando. Todo lo que deba explotar, sin duda explotará, y quienes deban ser exterminados, desaparecerán”.
Una cuarta hipótesis, en línea con intentar el fracaso de las conversaciones de paz, es que se buscaría obligar a Donald Trump a abandonar sus deseos de alterar, entre otros cambios, la política exterior de Washington. El actual presidente ha abandonado las políticas globalistas (defendidas no sólo por los demócratas sino por un sector de republicanos como los Bush); ha ninguneado la tradicional alianza con Europa y ha decidido jugar con sus propias cartas un juego de tres: EEUU, Rusia y China.
Qué hay detrás de esta hipótesis
Esta hipótesis -que plantea una polarización entre los que no le temen a una Tercera Guerra Mundial (globalistas) y los que buscan un balance estratégico tripolar- se afirma en el hecho de que Ucrania carece de la capacidad necesaria para planificar y ejecutar tamaña operación contra las bases rusas por sí misma. Ucrania no pudo haberlo hecho sola.
Sobre esta base, la mayoría de los expertos coinciden en que, sin la luz verde y la colaboración de Gran Bretaña, Francia y Alemania, el atentado con drones no hubiera sido posible. Otros analistas suman la ayuda de la Mossad y el gobierno de Benjamin Netanyahu. Además de estos actores, habría otros -disidentes internos estadounidenses- como los senadores Lyndsay Graham (republicano) y Sydney Blumenthal (demócrata) que visitaron Ucrania hace unas semanas y coordinaron con Kiev un posible nuevo paquete de sanciones económicas contra Rusia.
No es secreto que un sector del complejo militar industrial, del deep state y del globalismo estadounidense buscan torcerle el brazo a Trump y evitar sus cambios. Los acompaña la parte más poderosa de una Unión Europea hoy totalmente fragmentada: Londres, Berlín y París.
A este grupo pertenecía hasta hace algunos días Polonia, pero el triunfo del trumpista, Karol Nawrocki, a la presidencia del país cambia el panorama europeo ya que suma un actor más a los países que están en contra de la guerra en Ucrania.
Mientras tanto Trump ha decidido seguir sus conversaciones de altísimo nivel con Putin y el presidente chino Xi Jinping. Para aventar cualquier plan de escalada bélica el presidente intentó demostrar que la situación está bajo control, incluso la temida represalia rusa a Ucrania.
“Hablamos del ataque de Ucrania a los aviones rusos, así como de otros ataques perpetrados por ambas partes. Fue una conversación positiva, pero no una que conduzca a una paz inmediata. El presidente Putin afirmó, con mucha firmeza, que tendrá que responder al reciente ataque a los aeródromos”, escribió el estadounidense en su red Truth Social.
¿Tercera Guerra Mundial o balance estratégico acordado entre las tres más grandes potencias del mundo? Esa es la cuestión.