Un modelo económico insustentable, en perspectiva histórica

En un escenario preelectoral marcado por endeudamiento creciente, dólar barato y caída de exportaciones, el gobierno de Javier Milei sostiene la estabilidad cambiaria a costa de hipotecar el futuro económico, sin señales de inversiones ni mejoras estructurales, mientras la economía real se contrae y el apoyo social persiste más por rechazo a la oposición que por confianza al programa oficialista.

22 de junio, 2025 | 00.05

El presente de previa a las elecciones de medio término no se parece mucho a 2017, pero existen algunos puntos de contacto. El principal es el debate por la sustentabilidad del modelo económico. La clave también es la misma y debe buscarse primero en el déficit de la cuenta corriente del balance de pagos. Cuando la ortodoxia pondera el superávit mágicamente se olvida del detalle de que además del equilibrio en las cuentas internas, se necesita también en las externas.

Una de las cosas que hizo el macrismo antes de las elecciones intermedias del lejano 2017 fue lo que por entonces la prensa denominaba “kirchnerismo electoral”. Transcurrieron solo ocho años, pero vale la pena recordarlo. Hacer kirchnerismo electoral era expandir el Gasto antes de las elecciones. Con prescindencia de cualquier visión que se tenga sobre el funcionamiento de la economía, cuando se expande el Gasto crece la Demanda Agregada y todos sus componentes asociados, lo que puede sintetizarse en que crecen el Producto y su contraparte, el Ingreso. Si detrás de estos procesos hay una macro ordenada y un aparato productivo aceitado generando, entre otras cosas, dólares, es el mejor de los mundos. Si no es así, se está en cambio frente a la fuente de futuros problemas. Pero esto no es lo que se debate aquí, el punto es que en 2017 el “kirchnerismo electoral” funcionó. 

El ingreso de la población aumentó en un marco estabilidad y la sociedad creyó lo mismo que muchos creen ahora, que la economía mejoraba. En términos de sensaciones, la economía siempre vive en el presente permanente. La crisis que estaba a la vuelta de le esquina, que comenzó a insinuarse en diciembre y estallaría en abril de 2018, parecía por entonces inimaginable, cosa de opositores agoreros. El resultado inmediato fue que el macrismo ganó las elecciones y hasta CFK perdió en la provincia de Buenos Aires, donde fue candidata a senadora nacional.

El segundo resultado no estaba a la vista, y era el carácter inexorable de la crisis producto del sobreendeudamiento acelerado. Entre los especialistas el debate de entonces era por el momento en que se produciría la crisis. Nadie negaba los datos de fondo. Los más oficialistas, o quienes simplemente rechazaban el mito del eterno retorno de las turbulencias, esperaban la siempre inminente llegada de la lluvia de inversiones. La ortodoxia siempre imagina que sobre endeudarse es apenas el camino de tránsito para ganar la confianza de los mercados. Y en 2017 se creía lo mismo que ahora, que había que ganar las elecciones de medio término para que el modelo se afiance y comience a alejarse definitivamente el fantasma del regreso del populismo.

A diferencia de 2017, en camnbio, en 2025 no existe el menor indicio de “kirchnerismo electoral”. El único “efecto riqueza” a la vista es el que produce el dólar barato. Los economistas repiten que no puede haber estabilización sin “ancla cambiaria”, pero tal ancla debe ser virtuosa, no viciosa. Nadie discute en el presente que la estabilidad cambiaria es producto del endeudamiento. Tampoco si es posible sostenerla sin la continuidad del ingreso de capitales. No hay nadie dentro de la profesión de los economistas que no sepa que la tarea única del Ministerio de Economía es tomar deuda para sostener el tipo de cambio, el que a la vez sostiene la relativa estabilidad de precios. Al igual que en 2017 también hoy se espera la lluvia de inversiones, esta vez de la mano del RIGI. Sin embargo, luego de casi dos años todavía no se puso en marcha ningún proyecto de cobre, mientras que el otro sector que sería estrella, el del litio, se encuentra frenado por la caída de los precios internacionales. El único sector que siguió su rumbo fue el hidrocarburífero, pero el aumento de exportaciones sectoriales ni siquiera alcanzó para compensar lo que sale por turismo al exterior. En tanto, en los meses de máxima liquidación de la cosecha el BCRA no pudo aumentar reservas. Y en los próximos meses el dólar barato no incentivará las liquidaciones de la cosecha excedente por sobre la cobertura de los costos de producción de la nueva siembra. El escenario que se viene parece ser de escasez de divisas.

Luego, aunque el poder financiero pueda estar muy bien predispuesto con la experiencia mileísta, para invertir siempre mira los números. Mientras perciba que el gobierno dispone de dólares propios o prestados para sostener el tipo de cambio, todo seguirá en calma, fundamentalmente porque las tasas de interés en pesos se mantendrán ultra positivas. En cambio, cuanto se perciba la escasez en la oferta de divisas, el escenario se transformará aceleradamente ¿Cuándo sucederá? Esto es lo que no puede decirse de las crisis. Si se proyectan las curvas de la evolución de las principales variables se aprecia que el rumbo es de colisión, pero el momento de la colisión siempre es imprevisto. Solo se sabe que sucederá.

¿Y por qué sucederá? Porque las exportaciones caen, porque el dólar barato las desincentiva, porque para el grueso de las economías regionales exportar dejó de ser negocio y porque las actividades que se suponía impulsarían el ingreso de dólares, como la minería, no despegan. Los datos de mayo mostraron las ventas al exterior cayendo el 7,4 por ciento interanual y las importaciones creciendo el 29,4 por ciento ¿Qué pasa si se continúan estas curvas? La economía ya lleva casi un año y medio de déficit de la cuenta corriente cambiaria financiado mayormente con deuda y sin que esté a la vista el desarrollo de financiamiento genuino. La única “buena noticia” es que, en un marco de caída del consumo, la actividad económica se frena progresivamente, lo que debería hacer caer las importaciones. No parece el mejor de los consuelos. 

En paralelo y a diferencia del macrismo de 2017, en 2025 no habrá nada parecido a un kirchnerismo electoral. Por el contario, la desaparición de la obra pública derrumbó a una de las actividades más dinamizadoras de la economía, la construcción. A un nivel más general, en lo que va de la actual administración la construcción se contrajo cerca del 20 por ciento, la industria el 17 y el comercio el 7. Previsiblemente este deterioro tuvo su correlato en el mundo del trabajo, el desempleo pasó de 6,4 en el cuarto trimestre del año pasado al 7,9 en el primero de 2025.

El dato notable para quien mira sólo los datos económicos es que el apoyo al gobierno, según las siempre imprecisas encuestas de opinión, se mantiene en niveles muy elevados, con porcentajes de aprobación cercanos al 50 por ciento. La conclusión preliminar es que persiste el hartazgo con la inflación del último tramo del gobierno del Frente de Todos y, por ello, se valora en extremo su actual baja tendencial. Los no especialistas no evalúan la sustentabilidad o no del número, sino el presente inmediato. A ello se suma que, al menos por ahora, no se percibe a la oposición como alternativa. Las plazas llenas frente a la persecución de quien se mantiene como la principal líder opositora, aunque potente en número, no dejan de ser un fenómeno de núcleo duro, antes que un cambio de tendencia social. Mientras la oposición ve en la insustentabilidad del modelo su oportunidad de regresar al poder, el principal activo del oficialismo sigue siendo el enojo de la población con las figuras más prominentes de esta oposición. En una potencial situación de crisis el “que se vayan todos” parece más cerca que el “vamos a volver”. Mientras que los logros de un pasado dorado, remoto para los más jóvenes, están más lejos que las responsabilidades recientes que se intentan negar.