In memoriam Riesgo Kuka (2018 - 2025)

La asunción del nuevo Congreso cambia el escenario político nacional y elimina la excusa favorita del gobierno de Javier Milei. Es probable que el oficialismo consiga aprobar sus reformas, pero eso no parece modificar la fragilidad que detectan los mercados. 

04 de diciembre, 2025 | 14.29

El 10 de diciembre comenzará la segunda mitad del mandato de Javier Milei con una configuración novedosa: el peronismo no tendrá la primera minoría en la Cámara de Diputados y estará lejos de la mayoría en el Senado, sólo controla un puñado de provincias y ni siquiera encuentra en otras instituciones, como la CGT, la fortaleza para ejercer una oposición efectiva a las políticas del gobierno.

El mismo presidente que asumió en 2023 dándole la espalda al palacio legislativo el miércoles asistió como un espectador más a la jura de los nuevos legisladores. Es un resumen perfecto de la relación de Milei con las instituciones democráticas y republicanas: cuando le sirven, se monta sobre la legitimidad que otorgan para explotar ese poder, pero cuando no le sirven simplemente las ignora.

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En la vida en general, en política en particular y en la Argentina más que en ningún otro lado los triunfos nunca son definitivos pero algunas derrotas sí. Todo puede derrumbarse tan rápido como se construyó, de la noche a la mañana, o durar dos o seis o diez años más. La novedad es que las cartas ahora están todas en manos del presidente, que ya tendrá excusas si los resultados no lo acompañan.

Ya no existe el riesgo kuka: la oposición dura quedó reducida a una expresión parlamentaria y política minoritaria y desordenada, con más expectativas puestas en el desgaste natural del gobierno que en los éxitos propios. La conflictividad, que bulle a fuego lento en las fábricas, en la periferia, todavía no desborda el tejido social. La licencia postelectoral, por ahora, no tiene fecha de vencimiento.

En ese contexto, hay dos varas que el propio Milei colocó frente a sí y que todavía no pudo vencer: la inflación y el riesgo país. Después de algunos innegables éxitos iniciales que permitieron estabilizar esas variables en franjas ciertamente inferiores a las de 2023, se llegó a una zona de resistencia que todavía está muy lejos de las metas del equipo económico y que pone en riesgo el éxito del plan.

La inflación cerró en noviembre más cerca del 2,5 que del 2 por ciento, según el pronóstico de todas las consultoras. Un año antes estaba en 2,4. Lleva seis meses consecutivos de suba. En los bolsillos de las personas se siente bastante más alta y seguirá escalando a partir de la estacionalidad y medidas anunciadas como el recorte de subsidios y aumentos en precios regulados.

Eso en un contexto de atraso cambiario cada vez más pronunciado (el dólar en noviembre estuvo nominalmente más barato que en octubre) que introduce en el escenario la chance de una devaluación abrupta tarde o temprano. Eso también presiona en la inflación. La única receta que tiene el Gobierno para sostener los precios es la recesión y la caída del poder adquisitivo de los trabajadores.

En cuanto al riesgo país, el ministro de Economía, Luis “Toto” Caputo lleva dos años tratando de llevarlo a la zona de los 400 puntos, donde eventualmente se reabriría el acceso a los mercados. Ni los triunfos electorales, ni los superávits mentirosos, ni la aprobación de leyes pro mercado, ni el apoyo de Estados Unidos consiguió por ahora vencer la resistencia que se obstina alrededor de los 600 puntos.

Tampoco puede hablarse de riesgo kuka en este caso. Es toda de Caputo: fue él, en su gestión anterior, el que tomó toda la deuda que ahora asoma como una amenaza en el horizonte y también fue él quien diseñó un esquema que no permite la acumulación de reservas para pagar, ahora, esa deuda. Y no va a hacerlo, según explicó en sus últimas apariciones públicas.

Es posible que el Gobierno consiga aprobar durante el verano muchas de las reformas que se propone enviar al Congreso, pero más allá de eso Milei está dejando pasar esta segunda e inesperada luna de miel (si no con la sociedad, al menos con el establishment) sin resolver las cuestiones de fondo que lo llevaron al borde del precipicio hace apenas dos meses.

El ímpetu renovado no logra disimular que la fragilidad inherente sigue allí, a apenas un puñado de malas noticias de la catástrofe. Como un transatlántico que avanza ciegamente hacia el témpano mientras la tripulación se embriaga a cuenta de la gloria que los espera en el puerto al que nunca van a llegar. Ya no tienen a quién echarle la culpa: la responsabilidad es enteramente suya.