Fallo ejemplar: ella abandonó sus proyectos personales para dedicarse a su familia; él deberá compensarla con $35 millones

La Justicia de Chubut hizo lugar a una demanda millonaria a favor de una mujer que, debido a la distribución desigual de tareas domésticas y de cuidado respecto de su pareja, recibirá una compensación. El fallo reaviva el debate sobre el reconocimiento económico del trabajo doméstico, su impacto en la inserción laboral de mujeres y la urgencia de políticas que equilibren la carga entre géneros.

17 de abril, 2025 | 00.05

La Justicia de Chubut sentenció a un hombre a pagar $35 millones a su expareja como compensación por haber sacrificado su desarrollo profesional para dedicarse al hogar y la crianza de sus hijos. Mientras él consolidaba su trayectoria laboral, estabilidad económica y prestigio profesional, ella tras el divorcio se encontró en desventaja.

La sentencia —a la que este medio accedió— detalla que él logró mayor prestigio profesional y desarrollo de proyectos, mientras ella postergó su carrera al asumir las tareas domésticas y el cuidado de los niños. La jueza consideró que "uno de ellos salió empobrecido", por lo que la compensación le permitirá reinsertarse laboralmente, alquilar un estudio jurídico y subsistir económicamente.

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Este caso visibiliza una realidad que afecta a muchas mujeres: la postergación de sus carreras por responsabilidades familiares y su impacto en la autonomía económica. Pese a que en la mayoría de los hogares ambos miembros trabajan, la carga de cuidado sigue recayendo principalmente sobre las mujeres, lo que limita su crecimiento profesional y profundiza brechas laborales.

Según explicó el abogado Martín Di Fiore a El Destape, el Código Civil y Comercial (2015) incorporó este derecho en su artículo 441: "El cónyuge a quien el divorcio produce un desequilibrio manifiesto [...] tiene derecho a una compensación".

En Argentina, el 69% de las tareas domésticas recae en mujeres, según datos de Ecofeminita. Lucía Espiñeira, economista e integrante de dicha organización, señaló: "El caso de Chubut ejemplifica cómo el trabajo doméstico impacta en la vida de las mujeres. Según el INDEC, sólo alrededor del 50% de las mujeres trabaja o busca empleo, frente al 70-80% de los varones. Esta diferencia refleja que son ellas quienes cuidan a hijos, adultos mayores o enfermos, además de asumir labores domésticas. Y esto no sólo quita tiempo físico, sino que genera sobrecargas mentales que no hay que minimizar".

No sólo es amor

La frase que suele repetirse en afiches y movilizaciones feministas, “A eso que llamás amor es trabajo no remunerado” , tiene una vuelta de rosca más. Para Espiñeira, "esas tareas seguramente tendrán amor, pero también son trabajo invisibilizado, porque en una familia tradicional, el hombre puede dedicarse a viajar, tener reuniones, quedarse en los after office, crear vínculos laborales, capacitarse y enfocarse en su crecimiento profesional o económico gracias a que la mujer se queda en casa y lo espera con todo resuelto. Esto es un acuerdo implícito, por lo general. Se supone que, por ser mujer, tiene dones naturales para cuidar mejor. Y, luego del puerperio, esa explicación de por qué son ellas quienes deben dejar de lado sus proyectos de vida por fuera de la casa y la familia es puramente cultural” .

Para ejemplificar esta idea, Espiñeira mencionó la llamada “Paradoja de Piu”, que plantea que el Producto Bruto Interno (PBI) de un país no contempla los trabajos de cuidado como un aporte económico en la medida en que haya una relación amorosa: “En la época de amas y amos de llaves, su trabajo de cuidado contribuía al PBI, pero si el señor de la casa se casaba con la ama de llaves, inmediatamente su contribución dejaba de contabilizarse” . Esto demuestra que la falta de reconocimiento económico del trabajo doméstico no es una elección individual, sino la consecuencia de una distribución inequitativa de roles arraigada históricamente.

Para Di Fiore, es clave reconocer que criar hijos, cuidar el hogar o apoyar la carrera del cónyuge son aportes económicos indirectos: "Cuando una mujer renuncia a un ascenso, reduce su jornada laboral o abandona su profesión para cuidar a la familia, está sacrificando ingresos presentes y futuros en beneficio del proyecto familiar. Si luego la relación termina, ella queda en desventaja y en posición de dependencia económica. Esa situación configura el 'desequilibrio manifiesto' que la ley busca reparar" .

Sin Estado no hay solución

Las mujeres dedican en promedio 6,4 horas diarias a tareas de cuidado y domésticas, mientras que los hombres solo 3,4 horas. “No se trata de que los hombres 'ayuden' en la casa, sino de que asuman la misma responsabilidad”, señaló Lucía Espiñeira, quien coincidió con el abogado Martín Di Fiore en que, si bien los fallos judiciales como el de Chubut son fundamentales para abrir el debate, la solución definitiva requiere un mayor compromiso por parte del Estado. Espiñeira subrayó que sin infraestructura adecuada, como guarderías, espacios de lactancia o geriátricos accesibles, las mujeres seguirán cargando con la mayoría de las tareas. “Si no hay un sistema que sostenga estas necesidades, el reparto seguirá siendo injusto”, advirtió.

El trabajo doméstico y de cuidado no remunerado suele ser minimizado en debates mediáticos, e incluso se llega a calificar de “delirio feminista” las discusiones al respecto. Sin embargo, se trata de un derecho que está protegido por la ley. Tal como explicó Di Fiore, Argentina, al haber ratificado la CEDAW (Convención para la Eliminación de Toda Forma de Discriminación contra la Mujer), consideró la obligación internacional de eliminar la discriminación en la vida familiar y matrimonial, lo que incluye valorar el trabajo no remunerado realizado por las mujeres en los hogares.

Además, tanto la CEDAW como la Convención de Belem do Pará instan a los Estados a reconocer y valorar las contribuciones domésticas de las mujeres, incluso en casos de disolución del matrimonio, garantizando una distribución equitativa de beneficios y responsabilidades. En este sentido, durante los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, se implementaron medidas que facilitaron la regularización de aportes previsionales para amas de casa, reconociendo que su trabajo es esencial para el funcionamiento de la sociedad y brindándoles una protección social, especialmente en su vejez.

En contraste, el actual Gobierno Nacional viene planteando un retroceso en esta temática dada la finalización de la moratoria previsional, el pasado 23 de marzo, que impacta de manera desproporcionada en las mujeres argentinas, exacerbando las desigualdades de género existentes en el ámbito laboral y previsional. Según datos recientes, solo una de cada diez mujeres entre 60 y 65 años cumple con los 30 años de aportes requeridos para acceder a la jubilación sin moratoria, en contraste con tres de cada diez hombres en la misma situación.

“Igualmente, la Agenda 2030 de la ONU (Objetivo de Desarrollo Sostenible 5) incluye reconocer y redistribuir el trabajo de cuidados como meta de igualdad. Cada fallo que otorga una compensación económica envía también una señal pedagógica a la sociedad: invita a reflexionar sobre la justa distribución de las tareas de cuidado, promueve que las parejas planifiquen sus proyectos en términos más equitativos y, en definitiva, ayuda a revalorizar socialmente el rol de las cuidadoras y cuidadores”, completó Di Fiore.

En números: brechas laborales y económicas

Las brechas de género en el ámbito laboral siguen siendo significativas. Según el último informe de Ecofeminita, la tasa de actividad de los hombres supera en 17 puntos porcentuales a la de las mujeres, una diferencia que puede explicarse en parte por la carga desproporcionada de tareas de cuidado que recae sobre ellas. A esto se suma que, en promedio, las mujeres tienden a estudiar más años que los hombres, lo que a menudo retrasa su entrada al mercado laboral.

No obstante, las desigualdades persisten incluso una vez que las mujeres logran acceder a un empleo. La tasa de empleo refleja la misma diferencia de 17 puntos y, además, muchas mujeres enfrentan condiciones laborales más precarias: el 38,9% de las trabajadoras asalariadas no tiene descuentos jubilatorios, en comparación con el 34,2% de los hombres. “Muchos empleos son informales o de pocas horas, ya que no pueden dedicarse más tiempo por la sobrecarga de cuidados”, explicó Espiñeira.

Las barreras también se observan en los puestos de jerarquía. Solo el 4,9% de las mujeres en el mercado laboral ocupan roles de dirección o jefatura, frente al 7,2% de los hombres. Esta diferencia, conocida como “techo de cristal”, limita el ascenso profesional de mujeres y disidencias. “Incluso en parejas donde ambos trabajan, son ellas quienes suelen sacrificar el crecimiento laboral: dejan su carrera para cuidar, se ausentan de reuniones claves o no pueden asistir a eventos de networking, como los after office, por la responsabilidad del hogar”, detalló la economista.

A esto se suma la segregación de género en el mercado laboral: las mujeres son mayoría en sectores vinculados al cuidado, como educación y salud, mientras que los hombres predominan en áreas como la construcción, el transporte y la industria. Los sectores laborales más feminizados son, en consecuencia, de los más precarizados. Es que “desde jóvenes, muchas mujeres eligen carreras que les permitan compatibilizar con la maternidad, ya que suponen que serán ellas quienes asumirán esa carga”, añadió la especialista.

La brecha salarial se ve reforzada en este esquema: si en una familia el hombre gana más que la mujer, es más probable que ella reduzca su jornada o deje su empleo al llegar un hijo. De este modo, se fomenta la informalidad y la subocupación, ya que  “muchas mujeres trabajan menos horas de las que quisieran o necesitan para poder hacerse cargo de la casa o de los hijos”, lo que impacta directamente en “sus ingresos y en sus oportunidades de desarrollo profesional”, además de generar una “situación de vulnerabilidad y dependencia económica, con todas las implicancias y riesgos que esto conlleva”.

Cuánto vale el trabajo doméstico

El debate sobre cómo calcular el valor del trabajo doméstico y de cuidados sigue siendo un tema pendiente. Lucía Espiñeira señaló que “es muy difícil de medirlo porque hay que considerar muchas aristas, pero creo que es un debate que debemos abordar en algún momento, para allanar el camino a las mujeres que quieran exigir a sus parejas por estas cuestiones”.

"El monto de la compensación no está fijado por la ley y puede reclamarse como una suma global o como una renta mensual por un período determinado. Para calcularlo, suele tomarse en cuenta el costo de contratar a alguien para realizar el trabajo doméstico y de cuidado que la persona hizo gratuitamente, o los ingresos que dejaron de percibir al abandonar su actividad profesional", complementó Di Fiore.

“Los jueces subrayaron que mantener los estereotipos tradicionales profundizan la desigualdad, y que había que juzgar con 'perspectiva de género. Al poner cifras concretas a ese trabajo invisible, la Justicia ayuda a cambiar la percepción cultural ya erradicar el estereotipo de la mujer como ‘dependiente’ o ‘ayudante natural’ en el hogar”, agregó el abogado.

El reconocimiento jurídico de estas tareas marca un cambio de paradigma: cocinar, limpiar o cuidar niños y niñas ya no es visto solo como una "responsabilidad familiar", sino como un aporte económico tangible. Estos avances sientan precedentes para que más mujeres puedan exigir justicia y para que, en el futuro, el trabajo doméstico sea redistribuido y valorizado en su justa medida.

Consejos prácticos para reclamar una compensación

Para quienes se encuentran en desventaja económica luego de un divorcio o la ruptura de una unión convivencial, la ley prevé la posibilidad de solicitar una compensación económica. Sin embargo, este derecho tiene requisitos específicos y plazos a tener en cuenta.

Para que la demanda sea viable, debe acreditarse que la separación generó un desequilibrio económico entre las partes, producto de decisiones tomadas durante la convivencia. El abogado Di Fiore explicó que entre los factores clave para demostrarlo se encuentran la duración de la relación, la existencia de hijos/as y quién asumió su cuidado, el impacto en las trayectorias laborales y la situación patrimonial antes y después de la ruptura. También influyen la edad y el estado de salud de quien reclama, ya que reinsertarse en el mercado laboral después de muchos años fuera de actividad no es lo mismo a los 30 que a los 60.

La prueba es un punto central: testimonios de familiares y conocidos sobre la distribución de tareas, certificaciones laborales que reflejen años de inactividad, títulos profesionales no ejercidos y hasta evidencia del nivel de vida previo pueden ser elementos clave en el expediente judicial.

“Un punto práctico crucial: existe un plazo legal de 6 meses desde la sentencia de divorcio (o la ruptura formal de la unión convivencial) para interponer la demanda de compensación. La jurisprudencia establece que este plazo comienza a correr desde que la sentencia de divorcio queda firme. Pasado ese plazo, el derecho caduca, por lo que es importante no dormirse”, advirtió el letrado.

En cuanto al proceso, contar con asesoramiento legal especializado en derecho de familia con perspectiva de género puede marcar la diferencia. También es recomendable, si es posible, intentar un acuerdo con la ex pareja antes de recurrir a la vía judicial, ya que la ley permite pactar el monto y la modalidad de pago de manera extrajudicial, con homologación del juez.

Si bien cada caso es único, los tribunales han comenzado a reconocer este derecho con mayor frecuencia, dando un respaldo legal a quienes, tras años de sostener el hogar y la familia, buscan rearmar su vida con mayor autonomía económica.

La mirada de los varones: cambios y resistencias

En los dispositivos de trabajo con varones que ejercen o ejercieron violencia de género, un tema recurrente es el reconocimiento del trabajo doméstico y de cuidado. Según Martín Di Fiore, coordinador de estos espacios, muchos hombres llegan con una visión tradicional arraigada, minimizando la carga doméstica. "No es raro que alguno pregunte indignado: '¿Ahora tengo que pagarle por ser mi esposa todos estos años?'", señaló.

Los encuentros buscan cuestionar estos supuestos, y se presentan ejemplos concretos para calcular el tiempo dedicado a las tareas del hogar y su equivalente en costos si fueron realizadas por terceros. "Cuando los varones visualizan en números lo que implicaba el trabajo de sus parejas, muchos se sorprenden", explicó Di Fiore. También, para derribar mitos y miedos, se analizan fallos judiciales y se aclara que la compensación económica no es automática e injustificada, sino que se aplica sólo cuando existe un desequilibrio real y comprobable.

Las reacciones iniciales suelen ser de incredulidad o resistencia. "Es un golpe al ego pensar que la comodidad propia se sostiene en el esfuerzo invisible de otra persona", apuntó el coordinador. Sin embargo, a medida que avanza la reflexión, algunos varones comienzan a reconocer la desigualdad en la distribución de las tareas: "No faltan quienes dicen: 'Nunca pensé en todo lo que ella hacía hasta que nos separamos'".

El proceso de reflexión genera cambios concretos. Algunos participantes empiezan a involucrarse más en la crianza de sus hijos o a compartir mejor las tareas con sus nuevas parejas. Incluso, en casos de divorcio en trámite, hay quienes reconsideran los acuerdos económicos desde otra perspectiva. "Pasan de decir 'ni loco le doy un peso' a reconocer que si pudieron progresar, fue también gracias al trabajo de su pareja en el hogar. Incluso algunos dicen: 'Daba por sentado que era su obligación y ahora me doy cuenta de que sin esa ayuda yo no hubiera avanzado'", destacó Di Fiore.

Beneficio para todos

El impacto de estos espacios no se limita al ámbito personal. Muchos varones comienzan a cuestionar comentarios machistas en su entorno y a valorar más el trabajo de sus madres, hermanas o parejas, lo que mejora las relaciones familiares y sexoafectivas, y evita momentos de tensión o incomodidad en espacios sociales. "Se va gestando un cambio cultural donde la hombría no pasa por 'no lavar platos' o 'mantener a la mujer', sino por compartir responsabilidades en igualdad", reflexionó el especialista.

Además, al romper con el mandato del "proveedor único", los hombres descubren nuevas formas de vincularse con su familia. "Al involucrarse en el cuidado, fortalecen su relación con sus hijos e hijas y exploran facetas afectivas antes relegadas", señaló Di Fiore, haciendo hincapié en que esto mejora incluso la vida de los propios hombres en este sentido.

El desafío, concluyó, es seguir promoviendo estos espacios de reflexión: "Cuando los varones tienen la oportunidad de revisar sus privilegios y ver el impacto de sus acciones, muchos eligen cambiar. Y ese cambio no solo beneficia a sus parejas, sino que enriquece sus propias vidas y contribuye a una sociedad más justa".

Dicha reflexión con perspectiva de género debe darse no sólo en los hombres de familia, sino en las y los operadores de la Justicia: “Podemos decir que la formación obligatoria en materia de género, gracias a la Ley Micaela, está en marcha, pero el desafío es lograr que ese conocimiento se traduzca en criterios consistentes en todos los tribunales del país”.

Aun hoy, los avances en la Justicia son muy dispares. Y si bien Argentina cuenta hoy con el marco normativo para que su Justicia tenga perspectiva de género, depende de la voluntad y apertura de sus operadores jurídicos aprovecharlo plenamente.

“Este es uno de los objetivos de nuestro trabajo con varones: entender que el hogar es cosa de dos, y que si uno de los miembros de la pareja trabajó casi todo, no es más que justo reconocerlo, ya sea colaborando más durante la relación o compensando al terminar”, concluyó el abogado. Si el trabajo doméstico no es reconocido durante su ejecución, deberá ser reconocido posteriormente con una compensación justa.