Otra argentina laureada con el Premio L'Oréal-Unesco Internacional "Por las mujeres en la Ciencia"

La física María Teresa Dova es una de las cinco elegidas, una por cada continente; la Argentina se convierte así en el país con más laureadas de la región 

26 de mayo, 2025 | 17.42

Cuando el 4 de julio de 2012 Rolf-Dieter Heuer, en ese momento director general del Centro Europeo de Altas Energías (CERN, según sus siglas en inglés), dijo “Creo que lo tenemos”, los físicos que colmaban el auditorio estallaron en una ovación. Muchos de ellos habían hecho cola fuera de la sala toda la noche para asegurarse un lugar en lo que el mundo científico consideró un hito: el anuncio de los resultados de dos experimentos independientes del Gran Colisionador de Hadrones, que se había apodado “la máquina de Dios", que arrojaban señales convincentes de que la esquiva partícula de Higgs, la más buscada de la física durante casi cinco décadas, estaba precisamente donde se preveía que tenía que estar. El “bosón de Higgs”, postulado medio siglo antes por el físico británico Peter Higgs, era la última integrante del zoológico subatómico que faltaba hallar para confirmar experimentalmente el modelo estándar de la materia.

Entre los artífices de este avance histórico que fue motivo de un Nobel, estaba la argentina María Teresa Dova, investigadora del Departamento de Física de la Universidad Nacional de La Plata y jefa de uno de los dos grupos de altas energías del Conicet que trabajaron con el detector Atlas, una científica sobresaliente que se destaca no solo por sus aportes, sino también por su temperamento aguerrido que no vacila en nadar en contra de la marea. Un “ciclón” que no se detiene ante las dificultades. Hoy se anunció en París que Dova es una de las cinco ganadoras del Premio L’Oréal-Unesco Mujeres en la Ciencia 2025 (una por cada continente), que se entregará el 12 de junio en la Ciudad Luz. La Argentina se convierte así en el país con más laureadas en la región: once.

María Teresa Dova con su equipo en la Universidad Nacional de La Plata

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En enero, mientras estaba de visita en la casa de su padre, que está por cumplir 93, Dova recibió una llamada transoceánica que le resultó difícil de creer. “Estábamos almorzando, vi que sonaba el celular y pensé ‘después lo atiendo’ –confiesa–. Cuando vi que era un número de Francia, el corazón me dio como un vuelco. Entonces el teléfono vuelve a sonar. Era alguien que se presenta como la presidenta de lóaba que estaba recibiendo malas noticias de los Estados Unidos, donde tengo un amigo que está muy mal de salud. En un momento le pedí a la persona que me estaba hablando si por favor me podía repetir lo que me estaba diciendo para estar segura de que había entendido bien”. 

En los considerandos del premio, otorgado por un jurado internacional del máximo nivel, se menciona que se le otorga por “sus contribuciones claves a la física de altas energías, incluido el descubrimiento y la caracterización del bosón de Higgs, la búsqueda de nueva física y su notable trabajo en el estudio de la física de los rayos cósmicos. Su liderazgo en este campo y su excepcional dedicación como mentora de jóvenes científicos que inspiraron a una nueva generación y llevaron a la Argentina a desempeñar un papel fundamental en la física experimental mundial”.

Inmersa como de costumbre en la vorágine de actividades que implican sus diferentes compromisos, tanto en la docencia como en colaboraciones nacionales e internacionales en la ciencia de frontera, reconoce que esta distinción le da la oportunidad de recorrer hacia atrás el camino que la trajo hasta acá y de alguna forma “redescubrirse”. 

Nacida en Alberti, pequeña localidad de la provincia de Buenos Aires, su padre fue telegrafista y su madre ama de casa. “Mi papá era el artista del pueblo –recuerda–, era pintor de caballete y le hubiese encantado dedicarse al arte, pero éramos cuatro hermanos y la nuestra era una familia clase media baja”. 

Las entrañas del experimento Atlas, en el CERN

Siempre sobresaliente en los estudios, una vez la maestra de primer grado le contó a su papá que cuando les preguntó a sus alumnos qué querían ser de grandes, María Teresa le contestó:  “Presidenta de la Argentina”. Por esos días y hasta la adolescencia, era fan de los libros e historietas de ciencia ficción, en los que los personajes protagónicos eran los científicos, todos hombres. “No había mujeres en el túnel del tiempo, los que viajaban eran varones y la que se quedaba en la computadora era la mujer –comenta–. Tenía una amiga en la infancia que me decía ‘Vamos a jugar a la mamá’, y yo quería armar un instrumento que nos llevara al futuro. Cuando lo pienso en retrospectiva, me doy cuenta de cómo me fascinaba todo eso. Los científicos eran los que podían resolver problemas, los creativos que hacían el instrumento para viajar al futuro, desarrollaban teorías que no existían. Eso era lo que yo quería hacer, pero para mí era un sueño que estaba en el mundo de la ficción”.

Como el mismo empeño que volcaba en la escuela lo ponía en estudiar piano, llegó a ingresar en el Conservatorio López Buchardo y en algún momento creyó que tal vez haría una carrera en la música. “Sin embargo, ya entonces, tocando una fuga de Bach, me encontraba preguntándome por el patrón musical que subyacía en esas notas –cuenta–. Quería encontrar lo elemental que daba lugar a la complejidad de la música. ¡Y al final lo que hice fue estudiar las partículas elementales que dan forma a nuestro complejo universo!” 

Colisiones de partículas subatómicas

Sus padres aceptaron su elección, aunque sin entenderla demasiado. “En un librito precioso que me mandó un amigo, decía que la licenciatura en física abría la posibilidad de hacer un doctorado, y trabajar en la investigación o en la industria. Y eso era exactamente lo que yo quería –sonríe–. Para ellos fue un shock, pensaban que iba a ser una ingeniera o una arquitecta famosa, pero no me dijeron nada. Todavía tengo muy vívido el recuerdo de cuando me acompañaron a tomar el micro para venir a La Plata, por primera vez sola, a inscribirme a la universidad”.  

Solventar sus estudios fue una carga difícil para la economía familiar. Vivió en pensiones en las que conoció personas de distintos intereses y profesiones. Descubrió un mundo que la enriqueció al mismo tiempo que se sentía fascinada por lo que estaba estudiando. Fue una de las tres mujeres que aprobaron el ingreso entre 30 varones, y una de los tres primeros graduados.

Se convirtió en madre mientras hacía su doctorado. “A veces, pienso que era un torbellino –reconoce–. Tenía la idea de que antes de los 30 tenía que doctorarme, tener hijos, estudiar idiomas…” Y aunque puso condiciones, al mismo tiempo destaca que su compañero de vida la apoyó sin reticencias. “Si vos querés tener hijos, está bien –recuerda que le dijo–. Pero yo me quiero doctorar y después me voy a ir a hacer un posdoc afuera. Si vamos a hacer una familia, va a tener que ser 50 y 50. Mi marido pidió licencia y nos fuimos con una beca al CERN. Era bastante inusual. De hecho, me acuerdo que un visitante alemán que, cuando se lo conté, me preguntó qué iba a hacer él. Y le contesté: ‘Cuidará a los chicos, se encargará de la casa.’… El profesor no caía en sí de la sorpresa. Mi marido solía bromear con que era ‘físico consorte’. Cuando llegó la tarjeta del seguro social, decía ‘Monsieur Dova’. ¡En Europa tampoco entendían que yo no usaba mi apellido marital!”.  

A su regreso a la Argentina y con su habitual entusiasmo y energía sin límites, Dova se lanzó a desarrollar una nueva rama de la física experimental que no tenía gran avance en el país. 

En 2006, fue una de las arquitectas del acuerdo que obtuvo para la Argentina un lugar en primera fila en el experimento Atlas, que se iba a realizar en CERN: detectar las interacciones de protones lanzados a velocidades cercanas a la de la luz y que chocarían entre sí a energías nunca antes creadas en la Tierra en las entrañas del Large Hadron Collider (LHC), el más grande y poderoso acelerador de partículas del mundo, un túnel circular de 27 kilómetros sepultado a cien metros de profundidad cerca de la frontera entre Suiza y Francia. El viernes 24 de febrero, Dova debió esperar 40 minutos fuera de la sala donde se discutían desde los problemas financieros hasta la física de los experimentos. Luego, la invitaron a pasar, y fue recibida con aplausos y felicitaciones: "En lo profesional fue lo más emocionante que me pasó en la vida", reconoció en aquel momento.

Laureadas argentinas

De alguna manera, el LHC se proponía ir hacia atrás en el tiempo y reproducir las condiciones que existían en los primeros segundos después del Big Bang para entender la estructura íntima de la materia. Cuando el "monstruo" subterráneo empezó a funcionar y las partículas subatómicas comenzaron a estrellarse unas contra otras, los científicos tuvieron que detectar y analizar miles de millones de interacciones por segundo. 

El Atlas es uno de los detectores que debieron registrar esos choques infinitesimales. Grande como una catedral –de 26 metros de altura por 46 de largo–, contiene imanes superconductores que se enfrían a dos grados por encima del cero absoluto (-271°C), lo que convierte al LHC en el sitio más frío de la Tierra, incluso más que el espacio exterior. El instrumento registra la huella de las partículas, mide sus energías y analiza los residuos de las colisiones.

El LHC y el equipo de miles de científicos que hicieron posible el experimento ganó los titulares de diarios de todo el mundo al hallar el largamente buscado bosón de Higgs, pero todavía tiene mucho por delante.  Está en marcha el proyecto del Gran Colisionador de Hadrones de Alta Luminosidad (HL-LHC), cuyo objetivo es multiplicar el potencial de descubrimientos después de 2030 aumentando el número de colisiones que ocurren en un tiempo determinado. Cuanto mayor sea la luminosidad, más datos podrán recopilar los experimentos para observar procesos poco comunes. Esto les permitirá a los físicos estudiar con mayor detalle los mecanismos conocidos de la intimidad de la materia y observar otros nuevos. Se estima que el HL-LHC producirá al menos 15 millones de bosones de Higgs por año, en comparación con los aproximadamente tres millones de 2017. Y allí también tendrán un lugar protagónico Dova y su grupo. 

“¿Por qué se llama LHC de alta luminosidad –se pregunta Dova–? Quiere decir que en lugar de 1.000.000.000 de colisiones por segundo vamos a tener muchísimas más. ¿Y por qué queremos más luminosidad? Porque necesitamos más datos. Lo interesante es lo raro y para encontrar lo raro tenés que tener muchísimos, muchísimos datos”. 

Este cambio en el volumen de colisiones hace necesario rediseñar un sistema, el ‘trigger’, que es el que hace la primerísima selección de qué evento es interesante y hay que guardar, y cuál otro se descarta para siempre.

“En el LHC, las colisiones ocurren cada 25 nanosegundos –detalla Dova–. Eso resulta en el orden de 1.000.000.000 de colisiones protón-protón por segundo. Imposible de imaginar. No existe tecnología para almacenar todo eso. Nosotros desde 2006 venimos trabajando en el trigger. Es una enorme responsabilidad, porque lo que descartamos es irrecuperable. El sistema tiene dos partes: una es el hardware, que es electrónica de última generación, y otra, el software. Antes trabajábamos en el software y nuestro aporte para el descubrimiento del Higgs fue muy importante porque teníamos que analizar su eficiencia. Si esa performance hubiese sido menor al 99% o más, tal vez no se hubiera descubierto tan temprano. Como nos convertimos en expertos en ese tema, hicimos mucho análisis de datos para respaldar la física, hace unos años tuve la idea de que quería que la Argentina también pudiera contribuir con hardware. Empecé a explorar posibilidades, nos apoyó [el ex ministro] Filmus, se consiguieron fondos del exterior para empezar a montar el laboratorio, conseguí un ingeniero (que es un chico brillante y ya me lo quisieron ’robar’  de afuera ) gracias a un proyecto especial de unidades ejecutoras del Conicet y empezamos con una parte del desarrollo de este componente en colaboración con colegas de los Estados Unidos y de Inglaterra. Ellos lo podrían hacer solos, pero ese es el espíritu de las colaboraciones internacionales, trabajar en conjunto. Es fascinante porque lo que estamos haciendo es tan, tan de punta que la tecnología todavía no está en el mercado, estamos trabajando con las empresas que tienen el monopolio. Hoy tenemos ya definido como va a ser el diseño final que se instalará en el Atlas cuando empiece a funcionar la nueva versión, que empieza a fines de esta década. Hay cinco de esos módulos en todo el mundo y uno es nuestro. Estamos trabajando en el prototipo y tratando de conseguir fondos como podemos”. 

Muchas veces se piensa que prendimos el LHC, generamos un Higgs, lo estudiamos y descansamos. Nada de eso. Para nosotros, es una partícula muy nuevita y tenemos que estudiarla en profundidad. Hay algunas propiedades que conocemos, la manera en la que se produce, la manera en la que decaen sus acoplamientos, su masa, que es un parámetro fundamental de la física.. Pero se trata de una partícula únic, que está ligada al destino de nuestro universo. Eso lo podemos estudiar con la producción, no de uno, sino de dos Higgs simultáneos. Entonces, hoy no tenemos la sensibilidad en el LHC para producir y poder decir con altísima seguridad (5 sigmas, en la jerga de los físicos de partículas). ¿Es nuestro vacío un vacío estable? ¿Es metaestable [cuando se encuentra aparentemente en equilibrio, pero no en su estado de mínima energía]? ¿Hay un vacío más vacío al que nuestro universo podría pasar? La partícula de Higgs tiene todavía mucho para decirnos. Podría considerarse como un portal entre lo que son las partículas del modelo estándar y aquellas de la materia oscura. Todo eso también lo estamos estudiando y es nuestra motivación para seguir adelante”. 

Cuando se le consulta por las dificultades que atraviesa el sistema científico local, Dova afirma que no se permite caer en la desazón. “Me obligo porque pienso en los jóvenes, en los doctorandos que siguen, y los veo entusiasmados, talentosos –comenta–. Entonces tengo que encontrar la manera de que ellos dispongan de los recursos que sé que hacen falta. A veces estoy agotada, porque no tengo 20 años. ¡Y con muchas más responsabilidades que cuando era joven! Pero me gustan mucho los nuevos proyectos, me encanta discutir con las nuevas generaciones, que me vengan a preguntar y me digan ‘estuvimos esperándote porque tenemos una pregunta que creemos que sólo vos podés responder’”. 

Y acerca de la necesidad de que el Estado solvente la ciencia básica, agrega: “Si el gobierno no se da cuenta de la relevancia que tiene mover la frontera del conocimiento y de la tecnología… ¿qué decir? Para mí es clarísimo. La inversión pública es fundamental tanto para la ciencia básica como para la ciencia aplicada. Con la ciencia básica (y acá entran todas las disciplinas, también las ciencias humanas) entendemos los fundamentos de todo. Se detecta ahí una herramienta que puede tener una aplicación y entonces se avanza a la ciencia aplicada, que sigue necesitando de la inversión pública. Y después, cuando eso lo producís en gran escala, tenés el desarrollo tecnológico con el aporte del sector privado. Es una cadena, no podés tener el último eslabón si no tenés el primero y el segundo. Es simple. Y pensar que la inversión sostenida en ciencia tiene que esperar a que resolvamos otros problemas es también una concepción de muy corto plazo. El país que nosotros queremos es un país que no solo hable de apoyar a la ciencia. Queremos un país que se apoye en la ciencia”. 

Las restantes laureadas son la profesora Priscilla Baker, de la Universidad del Cabo Occidental, Sudáfrica, por su destacada contribución en el campo de los micro sensores electroquímicos de alta sensibilidad para la detección de contaminantes en el ambiente, con aplicaciones en los sectores farmacéuticos, alimentarios, sanitarios y energéticos; la profesora Xiaoyun Wang, del Instituto de Estudios Avanzados, Universidad Tsinghua, China, por su contribución a la criptografía, fundamental para la comunicación y el almacenamiento seguro de datos; la profesora Claudia Felser, directora y miembro científico del Instituto Max Planck de Física Química de los Sólidos, de Alemania, por su trabajo pionero que condujo al descubrimiento y creación de nuevos materiales magnéticos muy prometedores para futuras tecnologías de energía verde y la profesora Barbara Finlayson-Pitts, del Departamento de Química y Codirectora del Instituto de Investigación Integrada de la Atmósfera de la Universidad de California, Irvine, Estados Unidos, por sus investigaciones que revelan nuevos procesos de la contaminación atmosférica.