El rol de los clubes de barrio, los verdaderos héroes colectivos: cómo resisten frente a lógicas como las de Santiago Maratea

17 de mayo, 2025 | 19.00

"Quiero ser el primer jugador del mundo que tenga socios propios, no de un club sino de una persona", afirmó Santiago Maratea en un video dirigido a sus seguidores que se viralizó en los últimos días. A pocos más de un año de cerrar el fallido fideicomiso que había encabezado para salvar a Independiente y anunciar el fin de sus colectas solidarias, el influencer, devenido jugador de la reserva del Club Colegiales de Munro, vuelve a apostar por la recaudación de fondos, pero para financiar su propia carrera. "Quiero que tenga socios propios, mi nombre, mi historia, mis sueños, un escudo, una bandera y una camiseta", explica.

Luego de recibir críticas por la propuesta, aclaró: "La quiero invertir en el club donde estoy entrenando para mejorar las condiciones y así entrenar mejor. Pero ojo, no le daría la plata directamente al club: yo invertiría la plata en cosas que hay que mejorar, como alquilar un predio, comprar pelotas, comida para los pibes o contratar un entrenador de arqueros que en la Reserva no hay".  Además de trastocar los valores del mérito deportivo, ya que genera una competencia desleal con sus propios compañeros cuyas carreras se sostienen sin fuentes de financiamiento más que su propio esfuerzo o fuerza de trabajo, este tipo de mensajes apunta a engrandecer la trayectoria individualista y el discurso del yo. Detrás de ello busca potenciar su rol como referente de una nueva forma de hacer política “despolitizada” desde las redes sociales, basada en la gestión eficiente y la desconfianza hacia los pares y las instituciones tradicionales.

Santiago Maratea, y muchos de los influencers que reproducen este tipo de lógicas son agentes culturales clave para la reproducción del modelo de subjetividad neoliberal que propone una concepción del individuo como empresa (autónomo, competitivo, egoísta, solo, responsable de su propio éxito o fracaso). Según este razonamiento, los sujetos deben asumir riesgos y emprender, invertir en el éxito personal, optimizar su rendimiento, convertir sus pasiones en trabajo y su identidad en una marca. Como esta forma de subjetividad no se impone por la fuerza, necesita ser naturalizada y deseada por las mayorías. Es ahí donde los influencers juegan un papel fundamental promoviendo narrativas de esfuerzo individual, resiliencia y sueños, y operan como tecnologías del yo, en el sentido que plantea Michel Foucault: mecanismos a través de los cuales las personas aprenden a gobernarse y controlarse a sí mismas según determinados ideales.

El mensaje choca de frente con la lógica de los clubes de barrio, donde la pertenencia, el trabajo comunitario, el bien común y la construcción de un colectivo son pilares fundamentales. En este sentido, en vez de utilizar su llegada para emprender una campaña por Colegiales, traccionar nuevos socios, y acercar a las personas al Club del cual forma parte, sus declaraciones terminan erosionando la confianza en la institución y ponen en jaque el sentido de comunidad organizada que gira en torno a la figura de los clubes y sus socios.

En Argentina existen más de 20 mil clubes, distribuidos de forma equitativa a lo largo y ancho del territorio nacional, por los que pasan más de 16 millones de personas para realizar actividades deportivas, sociales, culturales, recreativas, educativas y de otra índole. Los clubes, que han sido históricamente espacios fundamentales de inclusión, identidad y contención social, especialmente en sectores populares, sobreviven las transformaciones, gobiernos y procesos sociales hace más de 150 años.

Sin embargo, en la actualidad atraviesan una triple crisis que impacta directamente en su sostenibilidad: la económica, producto del ajuste, el aumento en las tarifas de servicios, la morosidad, y la pérdida de poder adquisitivo de las familias que en muchos casos se ven obligadas a recortar gastos; la crisis vinculada a los cambios en los hábitos de ocio, entretenimiento y consumo que los ponen a competir con lo que proponen las plataformas y actividades digitales (videojuegos, redes sociales, streaming); y la crisis del modelo social comunitario, reemplazado por la instalación del “sálvese quien pueda”, un modo de habitar el mundo basado en la supervivencia individual y la desconfianza en el otro, que en el sector se materializa en la discusión sobre la implementación de las Sociedades Anónimas Deportivas (SAD). La falta de apoyo estatal y la ausencia de políticas públicas efectivas agravan aún más el panorama.

A pesar de dicho escenario, los clubes continúan resistiendo y funcionan más que nunca como un refugio de lo colectivo, un resguardo frente a problemáticas sociales complejas que nos fragmentan, y un espacio de encuentro transversal e intergeneracional donde prima el bien común. Las iniciativas que allí se ponen en marcha implican interacción social, contacto físico, compromiso grupal, y dedicación de tiempo, valores que hoy han sido puestos en jaque por los nuevos modelos vinculares y la tecnología. Según Cristian Font, Fundador y Presidente del Observatorio social y económico de clubes (OSECBA), estos espacios son irremplazables ya que desde sus orígenes funcionan como articuladores del barrio y la familia: “Sirven como lugar de encuentro. El nene, la nena, el papá, la mamá, el abuelo, todos hacen alguna actividad, todos aportan algo para el club, siendo una de las pocas instituciones en la que todavía la búsqueda del bien común y de perseguir un objetivo común se sigue aplicando”.

Además, los clubes se vinculan directamente con el barrio y el territorio con los que generan un sentido de pertenencia y de identidad. Los comercios de la zona, la iglesia, o las pymes que están alrededor suelen poner publicidades, anuncios, financiar obras de mantenimiento o aportar materiales para las prácticas deportivas. Al mismo tiempo el club articula con las escuelas públicas aledañas, cediendo sus instalaciones gratuitamente para que los alumnos y alumnas puedan hacer allí educación física, deportes y actividades sociales.

La función social que cumplen suele verse resaltada en momentos críticos, ya que rápidamente ponen en marcha mecanismos para responder a las demandas ciudadanas y se van adaptando a las necesidades de los vecinos y vecinas. Desde desafíos estructurales como la pandemia cuando se convirtieron en vacunatorios; ante desastres naturales en los que funcionan como centros de apoyo, logística, y alojamiento temporal de las víctimas; hasta el acompañamiento a mujeres en situaciones de violencia de género, clases de apoyo escolar a chicos y chicas con dificultades en alguna materia, o la disposición de los salones para hacer un velatorio porque alguna familia no tiene los recursos.  “Los que recorremos los clubes lo vemos a diario, todo lo que les brinda a los pibes con las problemáticas que cargan. El club interviene desde casos de violencia de género, hasta chicos que sufren bullying porque tenían sobrepeso o porque tenían bajo peso, hasta nenes que por ahí no tienen las condiciones para llegar a ser deportistas de elite, pero encuentran en el club un lugar que les permite recrearse, hacer amigos - señala Font - A mí me pasó como entrenador de básquet que tuve pibes que se fueron a jugar a algún club más a nivel federado, profesional, y hoy son amigos míos, y me cuentan lo que significó el club para ellos, desde problemas que tenían con adicciones, y el club les mostró una manera distinta de vivir y encontraban un lugar que les permitía tener la fortaleza para salir de ese tipo de situaciones”.

No casualmente a la par que la situación económica golpea con más fuerza a estas instituciones, crece su rol comunitario, al punto que a veces el club de barrio termina asumiendo funciones que el Estado abandona. Y cuando la economía se contrae, estas funciones son aún más necesarias y se vuelven más difíciles de sostener por la merma en los ingresos y el aumento de los costos. 

“Hoy vivimos un momento muy difícil a nivel económico dentro de los clubes porque los servicios han aumentado 150 por ciento, y la crisis y el desempleo hacen que la mitad de la gente no pague la cuota. Pero ser socio no tiene nada que ver con lo monetario. Si bien pagamos una cuota, los clubes nos caracterizamos porque cuando una persona no tiene el dinero para pagar, no le cerramos la puerta. Al contrario, nos las ingeniamos para que pueda seguir – detalla el creador de la comunidad más grande de clubes de barrio de la Argentina - y por suerte, en momentos de crisis, crece la cantidad de personas que asisten a los clubes porque hay una faceta muy solidaria dentro de nuestras instituciones que generan comedores, meriendas, refuerzos alimentarios para los chicos que lo necesitan. Los clubes siempre estamos abiertos en ocasiones difíciles y cada persona que forma parte está haciendo algo por su comunidad, por el otro, desde pintar una cancha, limpiar antes de que empiecen los partidos, o colaborar con una categoría de los más chicos”.

“Ser socio de un club es ser parte de una segunda familia, la que se elige, la que brinda un sentido de pertenencia, enamorarse de los colores, enamorarse del club de tu barrio, sentirte parte de esa comunidad. El orgullo de poder construir en comunidad, de aportar todos a un objetivo común, de ver que si nos esforzamos podemos hacer que los chicos pueden tener pelotas, un mejor piso, una mejor instalación. Todo eso hace que ser socio de un club trascienda a niveles que son difíciles de explicar: lo que conlleva ser socio de un club es compromiso, es amor, es pasión. y sobre todo es amor por tu comunidad y por la búsqueda del bien común”, define Font.

En este contexto el desembarco de las Sociedades Anónimas Deportivas (SAD) en Argentina, impulsado por el propio Gobierno Nacional, representa una amenaza potencial para el ecosistema social, comunitario y deportivo que sostienen a los clubes de barrio ya que si hay algo que los define es que no son empresas, no están guiadas por la búsqueda de rentabilidad. El modelo mercantil los limitaría a una visión empresarial del deporte, la pérdida de identidad local y sentido comunitario, y una lógica de reproducción financiera por la cual lo que no genera ganancias no sirve. Por otro lado, el ingreso de capital privado puede romper con una de las bases más valiosas de estas instituciones: la participación democrática, el poder de decisión y el sentido de pertenencia de los socios.

“Hoy vemos como se quiere instalar, utilizando todo el aparato del Estado, el modelo de la Sociedad Anónima Deportiva. Frente a esto los clubes seguimos resistiendo, seguimos negándonos a esa iniciativa, pero cada vez las opciones que tenemos para defendernos son menores – advierte el referente - El impacto que puede generar es gravísimo. Ya lo vivimos en los 90 con clubes que se trasladaron de un lugar a otro, que desaparecieron porque se vendieron las instalaciones, que dejaron de sostener actividades porque no eran rentables dejando afuera miles de pibes y pibas. Y encima hoy tenes toda una maquinaria desde el Estado que primero genera políticas públicas para fundir a los clubes, eso hace que entremos en una crisis sin precedentes, y después intenta mediante leyes promover las SAD que no traen más que desigualdad porque si el fútbol es la actividad principal cualquier otro deporte que no sea autosustentable, que no genere una ganancia, se elimina. Nosotros no estamos para generar ganancias, ni para repartir dividendos a fin de año. Estamos para buscar el bien común y aportar a la comunidad”. En tiempos de crisis y fragmentación social, fortalecer a los clubes de barrio como espacios colectivos y comunitarios es una tarea titánica pero urgente.