En medio de la vorágine y velocidad de los consumos que nos propone la sociedad del algoritmo, la última semana un streaming del CONICET en el fondo del Mar Argentino hizo algo que parecía imposible: reunió a más de 80 mil espectadores en simultáneo y se convirtió en el contenido más visto de YouTube Argentina. No solo superó a los medios de noticias tradicionales, sino también a los canales populares del escenario digital local e incluso llegó a duplicar las vistas de una entrevista en vivo al propio Presidente Javier Milei y su equipo económico.
El streaming del Conicet es parte de la misión “Talud Continental IV”, del Schmidt Ocean Institute, una fundación estadounidense privada sin fines de lucro creada por Eric y Wendy Schmidt para promover la investigación, el descubrimiento y el conocimiento oceanográficos, y catalizar el intercambio de información sobre los océanos. El objetivo de esta propuesta encabezada por el investigador Daniel Lauretta, es explorar la biodiversidad del cañón submarino de Mar del Plata, a más de 300 kilómetros de la costa bonaerense. Se trata de observar el comportamiento de organismos en su ambiente natural a 3.900 metros de profundidad. Para ello se sumerge un robot de alta tecnología que recoge muestras y cuenta con una cámara de alta definición que transmite por Youtube en vivo, mientras investigadores e investigadoras relatan lo que observan desde el buque oceanográfico Falkor 2, y responden preguntas y mensajes del chat. El equipo a bordo está conformado por 25 científicos, de los cuales 23 son argentinos que trabajan en turnos de 12 horas.
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Esta oportunidad de seguir en vivo cada inmersión representa un hito, algo inédito para la ciencia argentina y el conocimiento sobre nuestra fauna y flora marítima. Pero además el streaming se convirtió en pocos días en una rareza viral, un fenómeno comunicacional, político y cultural a contramano de la aceleración de los tiempos. Una máquina silenciosa, con movimientos lentos, operada remotamente, mostrando las profundidades del océano mientras miles de personas del otro lado de la pantalla se quedaban mirando maravilladas, hipnotizadas por los relatos llanos, sutiles, sin sobresaltos de los biólogos. En tiempos de algoritmos que nos atrapan con gritos, escándalos, luces de neón, odio y provocaciones, miles de personas eligieron quedarse contemplando un coral o una estrella de mar. Y esa simple experiencia contiene un halo de esperanza.
La curiosidad como resonancia frente al malestar cultural
En el capitalismo de plataformas, habitamos una cultura que nos mantiene atados al consumo audiovisual corto, rápido, pre fabricado. El scrolling permanente nos brinda picos altos de emociones y genera un comportamiento adictivo. En ese contexto, la transmisión submarina del CONICET opera como un freno de mano, un respiro mental y visual, y un acto de desaceleración radical con efectos colectivos. El gesto de la espera, el silencio del fondo del mar, la oscuridad, la cadencia de la explicación científica, fueron efectos revolucionarios para los ojos y subjetividades algorítmicas.
Agustín Espada es Doctor en Ciencias Sociales e investigador del CONICET y la Universidad Nacional de Quilmes. Explica que el atractivo del streaming tiene que ver con lo excepcional, ”lo inédito de, acostumbrados a ver siempre en otros productos audiovisuales otros mares u otros océanos, poder ver el fondo de nuestro mar”, y la sensacionalidad de hacerlo con una calidad de imágenes y nitidez de la transmisión superlativas.
Como planteó Byung-Chul Han en La salvación de lo bello, lo bello hoy es aquello que escapa al control del deseo inmediato, aquello que no puede explotarse. El fondo del mar, con sus curiosidades, formas extrañas y animales fantásticos, reintrodujo de alguna manera lo bello, lo extraordinario, como algo que estaba ajeno a nuestra lógica de vida y consumo.
En esa línea, el sociólogo alemán Hartmut Rosa aporta un elemento crucial. En su teoría de la “aceleración social”, Rosa sostiene que la modernidad y sus imperativos sistémicos nos han alienado y han roto nuestra relación emocional con el mundo: vivimos más rápido, pero ya no sentimos que el mundo nos toca o atraviesa. Estamos desconectados. "La alienación denota una relación de falta de relación en la que el sujeto y el mundo se encuentran internamente desconectados, indiferentes e incluso hostiles entre sí", expresa en el libro La incontrolabilidad del mundo (2020). Desde esa mirada, el autor cuestiona "el deseo incesante de la modernidad de hacer que el mundo sea predecible, disponible, controlable, desechable en todos sus aspectos".
La salida posible, frente a esa crisis vincular, es lograr la desaceleración y recuperar la “resonancia”, y una de las formas de lograrlo es a través de un tipo de relación transformadora donde el sujeto entra en contacto con algo que lo interpela, lo conmueve y lo afecta. La transmisión del fondo del mar significó dos cosas en esos términos: paradójicamente la evidencia de que el mundo está fuera de nuestro control; y al mismo tiempo, un momento inesperado en el que ese mundo volvió a conmovernos con lo que es, sin exigir nada a cambio.
Una experiencia que desafía el mandato del espectáculo
El "mandato de la espectacularización", aplicado a los contenidos audiovisuales, funciona como ordenador de formas, guiones y modelos de éxito: se prioriza el conflicto, la polémica, el estruendo y la apariencia, por sobre la sustancia, la simpleza y el análisis profundo. Paradójicamente, y a pesar de haber nacido como algo novedoso que explota la espontaneidad y frescura, hoy el ecosistema de streamings repite esa fórmula y termina siendo bastante monótono y predecible.
Justamente lo que vivimos estos últimos días con el Conicet no fue la espectacularización de la ciencia o su adaptación a los formatos del entretenimiento, sino la vitalidad y el brillo propio de una transmisión científica y educativa que manejó sus propios tiempos, su lenguaje, su gramática, y su propia ética. No hizo falta la participación de influencers, famosos, o personajes excéntricos para que se viralizara su contenido, sino que bastó con la magia propia de compartir, aunque se por un breve lapso de tiempo, el trabajo de un equipo de investigadores e investigadoras que, con precisión, simpleza y cuidado, y sin intermediarios, iban narrando en tiempo real lo que encontraban y transmitiendo su emoción genuina por el viaje submarino. Ese formato, tan alejado de lo habitual, sorprendió y funcionó con creces.
Las bases del encanto tan particular podrían ser el conocimiento como valor en sí mismo y la comunicación asertiva como estrategia. “El valor agregado lo dan científicos que hablan en criollo y con una altísima capacidad pedagógica de docencia para contarnos lo que están viendo, y al mismo tiempo hacernos sentir o hacernos formar parte de su proceso de trabajo, porque en realidad es eso - analiza el investigador - Ellos están descubriendo las cosas al mismo tiempo que las estamos descubriendo nosotros y nos las están presentando”.
Frente a la lógica algorítmica que suele premiar lo espectacular, lo inmediato, y lo convulsivo, aparece intempestivamente un relato de la ciencia, hoy atacada por el gobierno nacional y cuestionada como discurso técnico, elitista, que se volvió un fenómeno de redes y, al mismo tiempo, una experiencia colectiva altamente sensible. El fondo del mar, transmitido en vivo sin estridencias, le devolvió al conocimiento su dimensión estética y política.
El hecho colectivo por sobre la polarización
El streaming del Conicet superó expectativas en todas las plataformas y redes, inspiró memes, chats, remeras, ilustraciones y piezas artísticas. Al respecto, Espada remarcó la capacidad de las redes de “encaminar la convocatoria”, a partir de hallazgos que se memificaron y viralizaron. La euforia y el contagio fueron tales que hasta se bautizaron animales con nombres graciosos como la estrella culona o batatita, personajes fundamentales para dar a conocer esta expedición.
Uno de los aspectos más llamativos y conmovedores del fenómeno fue la espontaneidad del entusiasmo que generó, y la forma comunitaria que fue adquiriendo con el correr de los días. De una serie de comentarios al pasar en X, pasó rápidamente a ser tendencia, y se trasladó a las casas, livings, celulares y Tvs de miles de argentinos. Su atractivo además generó interés como consumo intergeneracional, llamando la atención de personas de todas las edades y orígenes sociales.
Según el investigador, aunque una parte de la audiencia puede considerarse politizada, “en líneas generales las personas que llegaron a este contenido no lo hicieron con una intencionalidad política, sino con una curiosidad casi infantil”. Salvo las operaciones políticas encabezadas por influencers oficialistas y trolls libertarios para desacreditar su legitimidad, en las redes y conversaciones no hubo insultos, ni odio, sino humor, curiosidad, asombro y alegría compartida.
La imagen fue paradigmática, parecida a lo que sucede con un partido de fútbol de la selección: si bien cada uno observaba desde su dispositivo, la gente no miraba sola, sino que se sabía mirando con otros: “Insisto en la centralidad de la belleza de lo nuestro. La realidad es que a los argentinos nos encanta ser argentinos y destacarnos por eso. Pasa con Colapinto, con el Eternauta o con el Conicet”, destaca Agustín. El éxito de la transmisión no puede separarse de su potencia simbólica: lo que se mostró no fue un paisaje exótico o una expedición ajena de National Geographic, sino el fondo de nuestro propio mar, explorado por científicos y científicas argentinas. Como señaló Espada en un hilo en X, el interés creció porque era nuestro territorio el que estaba siendo explorado.
En un momento de deslegitimación y ataques al sistema científico nacional, y en particular el desmantelamiento del estratégico programa Pampa Azul, el gesto de poner en vivo el conocimiento producido colectivamente funcionó como una forma de exhibir su valor, real y potencial, y las capacidades técnicas y humanas. La transmisión fue, sin planearlo, una forma de vidriera del CONICET, de la ciencia, de la educación pública y de las capacidades del Estado argentino, incluso en los términos de rendimiento mercantil que siempre plantea el gobierno. Y quienes siguieron la transmisión, los usuarios de plataformas, se convirtieron en sus defensores.
¿Es posible reeducar el modo de ver?
Como escribió John Berger, ver no es solo mirar: es una forma de pensar. La transmisión del fondo del mar interpeló esa lógica. En lugar de presentarnos un contenido ya interpretado, nos propuso simplemente mirar, esperar, sin garantías emocionales ni de contenidos. Es que la paciencia y capacidad de asombro, que hoy no abundan, resultan profundamente revolucionarias en un ecosistema donde todo tiene que resolverse en 15 segundos o 180 caracteres.
Desde esta perspectiva surge la pregunta sobre la posibilidad de establecer algún lugar en el ecosistema digital para contenidos científicos, educativos. Agustín Espada entiende que las redes tienen mucho para ofrecer y difundir, pero en general lo hace desde lugares no institucionalizados. “Está lleno de youtubers, podcasters, instagramers que hablan de cultura, de historia, etc. Creo que internet es un espacio donde las personas buscamos descubrir cosas y aprender cosas. Lo que sucede es que, desde mi punto de vista, los medios tradicionales no han encontrado el registro, el método, ni tienen la capacidad de leer lo que sucede con las audiencias en ese sentido. Pero a mí me parece que internet es un lugar propicio para el contenido científico, para el contenido educativo, para la divulgación”.