El fin de los kioscos de barrio, un quiebre para el tejido social

Además de ser un claro reflejo de la crisis económica, la pérdida de los kioscos de barrio representan un quiebre a nivel colectivo: desarman espacios de proximidad, borran vínculos vecinales y modos de intercambio que persistían.

13 de agosto, 2025 | 16.40

En el último año, alrededor de 16.000 kioscos cerraron en Argentina, según cifras difundidas por la Unión de Kiosqueros de la República Argentina (UKRA). De esta manera este tipo de comercios, nacidos y criados en nuestro país desde principios del siglo XX, pasaron de 112 mil a 96 mil en pocos meses, recorte que afectó miles puestos de trabajo y las economías familiares que orbitan esos comercios. Si bien esta información, a primera vista, parece ser un dato más en la larga lista de consecuencias que deja el ajuste y la recesión, en el fondo es mucho más que eso: es un síntoma más de un proceso más profundo, donde la trama urbana y social se reconfigura bajo la lógica de la concentración económica y las leyes del mercado.

Bolsillos flacos

Ernesto Acuña, vicepresidente de UKRA, manifestó al respecto, en una entrevista radial, que la situación crítica que enfrenta el rubro es producto principalmente de un escenario de crisis socioeconómica y baja del poder adquisitivo de las personas. “El kiosco es como la postal de una ciudad, de un pueblo, pero están cerrando por varias razones. La principal es la recesión que se está viviendo desde hace tiempo - explicó el referente y agregó -  se vende menos, mucho menos. No hay plata. La gente se pasa a segundas marcas; compra cigarrillos más baratos”. La organización que encabeza advierte que el impacto de la crisis generó en dos años una reducción de las ventas del 40%. Los productos más afectados fueron bebidas, golosinas y galletitas que sufrieron retrocesos de entre 17 % y 23 %.

El impacto de las medidas políticas y económicas sobre el trabajo y el salario real se manifiesta con claridad en los números del consumo y particularmente del consumo impulsivo que es la base de sustentación de los kioscos. Los bolsillos ajustados obligan a los consumidores a priorizar los alimentos de la mesa familiar, organizar los gastos, comparar precios y reducir la adquisición de productos complementarios como un alfajor, un chocolate o una bebida gaseosa, que pueden costar un 15 o un 30% más que en un supermercado. Esto golpea directamente en lo que se llama el consumo impulsivo, esto es lo que se compra de paso, eventual, espontáneo y casi sin considerar precios, que es el sentido del kiosco. Para sobrevivir muchos kioscos han tenido que incorporar la oferta de otros productos y servicios como venta de comida, cafetería, librería, productos artesanales, o entrega de paquetes.

Competencia y concentración económica

Otro de los factores que contribuyen en esta tendencia es el aumento indiscriminado de la competencia con supermercados chinos, farmacias, verdulerías, y cadenas de kioscos como Open24 o 365 que funcionan 24 horas, han crecido en plazas estratégicas de mayor circulación, y venden lo mismo más barato. Al respecto Acuña explica que hoy “se pueden vender en cualquier comercio, como en las verdulerías que venden bebidas, las farmacias venden golosinas y los supermercados cigarrillos”, con el agravante que en kioscos más pequeños reciben una lista diferenciada más cara que en otros canales de venta; manejan márgenes de ganancia del 10 o 15%; y los costos fijos, como el pago de alquileres, tarifas y servicios, pueden llevarse hasta un tercio de lo facturado, todas situaciones que se trasladan directamente al precios de los productos y complican su supervivencia. Las cadenas, por el contrario, tienen más espalda financiera para absorber pérdidas temporales, negociar precios con proveedores y ofrecer promociones.

En paralelo también se ven afectados por el e-commerce, el boom de uso de aplicaciones de delivery y las billeteras virtuales que ofrecen descuentos, promociones y combos que un kiosco de barrio no puede igualar. En medio de la cultura del ahorro, el uso de métodos de financiamiento para comprar alimentos básicos, la búsqueda frenética de ofertas, y la revisión mental permanente del cuadro de promociones bancarias, ese pequeño diferencial en el precio y el formato de compra termina pesando sobre los bolsillos, dando como resultado menos ventas, menos margen, y más cierres. Por eso desde UKRA exigen una ley que permita regular la exclusividad de venta de golosinas y medidas del Estado, como incentivos fiscales, tarifas diferenciadas y créditos accesibles, para evitar la desaparición del rubro “como pasó con los almacenes en los noventas”.

Quizá por eso el cierre masivo de kioscos no sea tan solo un dato económico, sino una señal de que cambian los vínculos barriales. El desplazamiento de las antiguas microredes de comercio local por nuevas cadenas de comercio no es un caso aislado sino parte de un fenómeno global de concentración del capital.  Cada vez menos actores controlan más porciones del mercado y, con ello, moldean la ciudad y las relaciones que allí ocurren. Como analiza Saskia Sassen en "La ciudad global: Nueva York, Londres, Tokio"(1991), la concentración económica reconfigura los flujos financieros y de capital, pero también reordena el espacio urbano, desplaza formas de vida y relaciones que no responden a la lógica de la rentabilidad inmediata, e introduce prácticas de consumo estandarizadas (shopping, empresas, marcas).  

Quiebre del tejido social

Los kioscos no son cualquier comercio, sino que constituyen un invento argentino y forman parte del paisaje cotidiano, de la memoria urbana y de la economía afectiva de los barrios. Las esquinas vidriadas o ventanitas a la calle que han caracterizado en las últimas décadas del siglo XX a los comercios familiares, con un dueño conocido por el nombre, amigo de sus clientes, de confianza, que fiaba, que conocía las preferencias de cigarrillos o alfajores, cuidaba las compras de los chicos, comentaba la última noticia del barrio, que de alguna manera operaba como un lugar de referencia o pequeño nodo comunitario, se han transformado sucursales de cadenas, franquicias o comercios de mayor escala atendidos por trabajadores fugaces y precarizados. La referencia del barrio es reemplazada por un “no lugar”: esto es algo efímero, vinculado solo a la transacción mercantil que no genera relaciones. Y ese reemplazo, lejos de ser un cambio neutral, deja en evidencia cómo se altera el modo en que habitamos, consumimos y nos relacionamos.

Como explica Zigmund Bauman en “Amor Líquido” (2003) una consecuencia principal de la ofensiva de mercado hasta hoy ha sido la gradual pero sistemática “erosión de las habilidades de sociabilidad”, la sustitución de las relaciones de vecindad, influenciadas por el modelo de vida consumista dominante por el cual los vínculos se convierten en una transacción, fugaz y anónima.

El cierre o transformación de los kioscos en cadenas por la irrupción de la lógica del capital que prioriza la escala, la eficiencia, y la cantidad, genera más que una pérdida económica. Implica además una pérdida comunitaria, dado que se desarman espacios de proximidad; una pérdida estética, en tanto los barrios se vacían de identidad propia para llenarse de logos repetidos y estandarizados; y se borran vínculos vecinales y modos de intercambio atravesados por el reconocimiento mutuo y la confianza que formaban parte de una cultura urbana particular. Ayer fueron los almacenes, hoy son los kioscos, y sin una planificación sociourbana adecuada que tenga en cuenta la preservación de patrimonio social intangible, mañana pueden ser las panaderías, las ferreterías, y otros múltiples rubros.