¿Qué esperamos ver en el último adiós a Brenda y a Morena? ¿qué más necesitamos husmear en la cortísima vida de Lara, la más chiquita, a la que más maltrataron? Sabemos ya demasiado de las tres chicas asesinadas en Florencio Varela. Hay noticias que son así, un reguero de morbo y curiosidad, también de espanto, pero la cara se tapa y un ojo queda libre para seguir mirando, saber otro detalle, interpretar los signos según el sesgo con que se observen.
La espectacularidad del mensaje ha sido eficaz y está escrito sobre el cuerpo de tres pibas, dos de 20, una de 15, torturadas y asesinadas de tres modos diferentes, pero al mismo tiempo, para una audiencia cautiva en un vivo de Instagram. Desde el ministerio de Seguridad de la Provincia deh Buenos Aires se dijo que fueron 45 varones los obligados a mirar las ejecuciones en directo. Parece una puesta en escena sudaka de lo que Rita Segato describe en La escritura en el cuerpo de las mujeres de Ciudad Juárez (un ensayo que se puede leer aquí). El montaje para la exhibición de “cohesión, vitalidad y control territorial de la red corporativa que comanda” el o los autores del hecho. La espectacularización de la violencia y la impunidad como poder. “Esto les pasa a los que me roban droga”, filtraron desde la investigación que dijo el ejecutor. Pero miraban hombres, se mataban mujeres. En algunas redes sociales ya hay grupos que demandan que se comparta ese video. Así es como se banaliza y se reproduce al mismo tiempo la crueldad, es un consumo, como los trend de Tik Tok que juegan a mandar mujeres como paquetes en una bolsa a ¿un destino de descarte?
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Entre las personas detenidas hay dos mujeres, como exige el esquema mafioso, a cada quien su propia mancha de sangre. Una de ellas, además, tiene 19 años, la misma edad de las asesinadas. En una entrevista a un vecino que tiene un supermercadito, el dueño dijo que la había visto nerviosa, pagando más de lo que valían unas cervezas que fue a buscar y apenas podía pedir, se le caían las cosas de las manos. Son unas nenas, se escuchó en más de un medio durante el día de ayer para hablar de las víctimas. ¿Y esta piba?
El otro detenido en la casa donde se encontraron los cadáveres desmembrados, los “contratados para limpiar” --según trascendió de sus propias declaraciones--, tiene 18. Duele fuerte y mojado -no hay metáfora que aguante -, que esa gestión de la muerte, la planificación de un pozo para enterrarlas cavado dos días antes, el olor a lavandina que quiso borrar la sangre; todo eso se asiente sobre cuerpos casi adolescentes, historias dañadas, vidas rotas, como dijo Georgina Orellano, secretaria general del sindicato de Trabajadorxs Sexuales, AMAR, en la noche del miércoles cuando la rabia y la pena reunieron a una muchedumbre en Plaza Flores para denunciar los femicidios, el abandono y la estigmatización de las políticas públicas (insuficientes) para la atención y prevención de la violencia de género pero sobre todo para rebelarse contra la categoría de malas víctimas que quisieron aplicarles a Brenda, Morena y Lara.
Que eran viudas negras, que se prostituían, que habían robado a los narcos y los narcos ajustaron cuentas. ¿Qué importa? “Las tres tenían Iphone”, se escribió en una crónica del diario Clarín como si ese detalle explicara algo, una versión nueva de la “fanática de los boliches que abandonó la secundaria”, como tituló el mismo diario en 2014 para narrar el femicidio de Melina Romero, uno de los hechos que fue acumulando la rabia en el grito de “¡Basta!” que significó Ni Una Menos en 2015 y que todavía es contraseña contra la violencia y la inequidad de género.
“No hay buenas o malas víctimas, hay femicidios. Ninguna vida es descartable”, fue la consigna que salió en esa noche en que la policía tuvo que correr porque los grupos feministas los echaron de la Plaza. No había margen para protocolo alguno, sí para la elaboración de dos frases que son el llamado a marchar mañana sábado 27 de septiembre, en Buenos Aires y en todo el país, un llamado como una vibración que llegó más rápido que el mensaje de Whatsapp y que activa las redes transfeministas que también hicieron de la movilización antifascista y antirracista del 1F una marcha federal. Tejidos de resistencia a un tiempo político signado por el gobierno libertario que busca deliberadamente la destrucción del lazo social, que magnifica como único valor el éxito individual y económico a toda costa. ¿Por qué no aceptarían en los barrios más marginados ayuda de los narcos los pibes y las pibas que no tienen nada? Que hacen lo posible por vivir y tener, algo, zapatillas, uñas esculpidas, teléfonos caros, sueños de salvación en una moto a 200 kilómetros por hora. El paraestado que construye la narco criminalidad es eficiente, refuerza las jerarquías de género, el sistema de obediencia, la misma lógica libertaria de ascenso social sin mirar al costado. Hasta que te descartan.
“Esta etapa del capitalismo primero hay que definirla como de adueñamiento, de un orden feudal, pero con menos espacios comunes que en la edad media -decía Rita Segato a este medio el 25 de noviembre del año pasado, día contra la violencia hacia las mujeres -. Ese adueñamiento tiene una perfecta afinidad en la dominación del cuerpo de las mujeres y la feminización de nuevas formas de la guerra”. Segato hablaba entonces de un “mundo sin ley” o con la única ley del “adueñamiento”, como se expresa a gran escala por parte del colonialismo en Gaza o en las pandillas asociadas al narco. La antropóloga usa la palabra “femigenocidio” porque extiende sus métodos más allá de las fronteras nacionales. Sin embargo, en nuestro país, frente a la evidencia de cuerpos torturados de pibas jóvenes, con deseos díscolos, seguramente aprendidos en las redes y estimulados por el mercado, pibas asesinadas con público virtual para disciplinar a la propia “tropa”, frente a esos hechos no se puede decir la palabra femicidio porque arrecian las objeciones. “…Se habrían quedado con droga. Si se confirma esta hipótesis no hay femicidio porque el móvil del crimen es un robo y no su condición de mujer” escribió, entre las filas de la milicia digital libertaria, Florencia Arrieto.
¿Qué batalla se juega en la negación de la categoría de femicidio?
En enero de este año, al día siguiente del discurso de Javier Milei en el Foro de Davos, mientras ya se ponía en marcha la movilización Antifascista y Antirracista, el ministro de Justicia Mariano Cúneo Libarona anunciaba que iba a eliminar del Código Penal la figura de femicidio. “El feminismo es una distorsión del concepto de igualdad que busca privilegios”, dijo el cruzado antifeminista. No pudieron hacerlo, pero esa negación de la violencia por razones de género, una violencia estructural que recorre transversalmente todos los ámbitos sociales es la que alienta borrar la figura penal y -sobre todo- su carga política. Para eso es que necesitan a las “malas víctimas”, para tirarles encima la responsabilidad de su propia muerte.
“Hay que hablar de femicidio en el marco de la investigación, esa es la ley, es lo que indican tanto el protocolo argentino para la investigación de femicidios como el protocolo de Naciones Unidas”, dice la titular de la Unidad Fiscal especializada en violencia por razones de género, Mariela Labozzeta. ¿Las mataron sólo por ser mujeres? En todo caso por su posición de mujeres dentro de una banda de crimen organizado, al menos es lo que hasta ahora se comunicó desde la investigación. La acusación que presentó el fiscal Gastón Duplaa usa esa palabra. El ensañamiento sobre el cuerpo de las chicas, la herida pos mortem que abrió el vientre de la única de ellas que era madre, la espeluznante idea de que eso se transmitió por redes sociales son indicios fuertes de que la condición de género organizó la escena del crimen y su finalidad como efecto disciplinador. Las redes, sin embargo, siguen siendo una cloaca a dos días del hallazgo de los cadáveres desmembrados.
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“Esto no les puede pasar a todas, les pasa a las pobres”, así ubicó Orellano el miércoles a la noche a este triple crimen en su intersección entre clase y género. Y ahí están los hechos: las pibas iban a un evento en el que les habían prometido pago en dólares por alguna forma de trabajo sexual. Lo dijeron desde las familias y se les tiraron encima en el mundo virtual: madres que entregan a sus hijas, como mínimo. Nada de mirar en la vulneración de los derechos de las pibas y los pibes. Entre los 15 y los 29 años, la pobreza aumenta diez puntos, entre las mujeres -las disidencias sexuales no entran en la cuenta-, aumenta todavía más. No se puede obviar ese dato, ni para ubicar este triple femicidio y el dolor y la rabia que provoca, ni para la discusión sobre el trabajo sexual que también se abrió estos días y que puso en escena la persecución policial permanente contra quienes habitan la calle en la informalidad y el despojo: personas en situación de calle, vendedorxs ambulantes, trabajadorxs sexuales; todes tratados como escoria, como basuras a las que hay que sacar de la vista de los “Buenos Vecinos” que festejan cada vez que se detiene a una persona migrante sólo por serlo y tratar de sobrevivir vendiendo paltas, por ejemplo.
La calle y las deudas
Justicia, justicia, justicia; esa es la palabra que acude siempre frente a la terrible pérdida que es una, tres hijas esta vez, enterradas sin siquiera poder verlas por última vez por el tamaño de la crueldad que sufrieron sus cuerpos. Justicia como castigo, “que caigan todos”, decía entre lágrimas la mamá de Brenda. Y qué más iba a decir. Que se caiga el mundo entero, es lo que desearía cualquiera.
En los velorios y entierros de las tres, las cámaras buscaron las acusaciones, insistieron en que se nombre a un político u otro, una rapiña del dolor que alimenta la furia. Después, el duelo se arrastró hasta la rotonda de Tablada, porque no, esto no puede quedar así. Justicia piden amigues, familiares, vecinos y vecinas. Justicia como castigo, es lo que sabemos, lo que aprendimos. Pero también hay que saber que nunca el tamaño del castigo reparó la herida de una pérdida. Y por eso se pide más. Y más.
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¿Y qué sería justicia entonces? Que no vuelva a pasar, dicen las organizaciones transfeministas que llamaron a marchar mañana desde Plaza de Mayo a Congreso. Que sus vidas nos duelan, que sus familias y sus amigxs no estén en soledad para buscar explicaciones, digo desde esta columna con desolación compartida por no tener una respuesta concreta pero con ánimo de ensayar apuestas comunes. Que se entienda que la miseria planificada produce cuerpos descartables y rotura del lazo social, abandono, violencia femicida, captura de vidas a las que se convierte en número, “soldaditos” del narco. Que salir a la calle tenga la potencia para desarticular esa violencia transversal. La fuerza de conjurar el futuro de despojo que nos asegura la deuda que se acumula como si fuera un triunfo desde el Poder Ejecutivo. Y que se filtra en cada casa, en cada postergación del sueño común de estudiar, de tener un techo, tierra para vivir y otras formas de vida para poner en práctica --“feminismo para habitar”, como se dijo durante la toma de tierras en Guernica. Que las vidas rotas no dejen de dolernos, que la memoria de las pibas siga organizando resistencia contra la lógica del sálvese quien pueda y a cualquier precio. Contra el descarte programado de algunos grupos: putas, migrantes, marrones, afrodescendientes, jubilados y jubiladas, trans y travestis, pobres, el mayor estigma. Algunos grupos, hasta que no queden grupos.
Las vidas amputadas de Lara, Brenda y Morena no sólo le sirvieron al “jefe narco” que todavía están buscando para mostrarse poderoso, también pusieron en evidencia la amenaza narcocriminal en los territorios más vulnerados por la exclusión, la necesidad de enfrentar esas redes sin especulaciones políticas. Su memoria, sin embargo, es capaz de saltar el espanto para volver a movilizar la calle que es una tarea popular en este tiempo. Resistir al fascismo de la ultraderecha en el poder, resistir el morbo que mercantiliza el sufrimiento, seguir construyendo un movimiento transfeminista que no se rindió nunca y que sigue exigiendo que todas las vidas cuenten, que den ganas de vivirlas, eso, mucho más allá de lo penal, también es Justicia. Lara, Brenda y Morena ya no tienen sueños de futuro, sus nombres tienen la potencia de ayudar a inventarlos.
En Buenos Aires, la marcha comienza con una concentración a las 16 en Plaza de Mayo, en una actividad que ya estaba programada por los 20 años de la Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito.