Yamila Waldszan tiene 25 años, es diseñadora de indumentaria y estilista de figuras reconocidas en el mundo del espectáculo. La muerte, en poco tiempo, se llevó a su padre y a su madre. La joven, que en ese entonces no sabía pagar la factura de la luz y se sentía “una cheta malcriada”, tuvo que salir a enfrentar su realidad. En medio del duelo y del desorden, surgió una idea tan íntima como transformadora: convertir la ropa de quienes ya no están en recuerdos vivibles; prendas resignificadas para usarse y abrazarse en la vida cotidiana. Lo que empezó como un proyecto de tesis hoy late como una misión personal.
Por momentos, el silencio pesa más que una valija llena de ropa. Yamila Waldszan lo sabe: lo vivió a los veinte años, sola, en una casa gigante, la misma que antes rebosaba de risas, discusiones y sobremesas eternas. Hoy, con 25 años, dice que hablar de su historia no le genera dolor, sino orgullo. Pero no fue siempre así.
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Hay quienes ven en la ropa sólo un montón de telas, talles y colores. Para Yamila, en cambio, cada prenda es una página viva del pasado. Fue al vaciar el placard de su madre -tras su muerte durante la pandemia- cuando se topó con una pregunta que no esperaba: ¿Qué hago con todo esto que era de ella? De esa pregunta surgió su tesis, pero también un proyecto de vida que cada vez está más cerca de volverse realidad. “¿Por qué no reutilizar toda esta ropa y convertirla en algo nuevo que pueda seguir usando?”, pensó Yamila. Primero fue una idea íntima, un acto de amor hacia sus padres. Pero un profesor le abrió los ojos: esto podía convertirse en una empresa, en un puente entre el duelo y la memoria; entre el adiós y la creación.
Yamila aprendió desde muy chica que el amor y el dolor son parte de la vida. Su padre, Osvaldo, le llevaba treinta años a su madre, Marcela. Se conocieron cuando ella era una joven cajera y él, el dueño de la farmacia. “Al principio mantuvieron la relación en secreto, no solo por esta relación de empleo, sino por estos 30 años de diferencia que tenían; que era muchísimo”, recalcó la muchacha. Con él vivió veranos junto al mar, pero también la angustia de ver cómo un infarto le apagaba el cuerpo durante un vuelo a Brasil. Yamila también vivenció ese trágico momento. “Escuché que los pasajeros empezaron a llamar a un médico. Yo estaba sentada lejos de mi familia, no me preguntes por qué pero quedamos todos divididos. ¿Qué hace uno cuando comienza a escuchar eso? Mover la cabeza para ubicar a la víctima. Cuando vi que la persona que se encontraba mal era mi papá, me quedé en shock”.
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Ya trasladado a un hospital de San Pablo, los médicos constataron que a Osvaldo le había agarrado un infarto en el que perdió el 40% del corazón. Yamila dijo que esa primera semana en Brasil fue para el olvido. “Me acuerdo de estar de vacaciones, y todos los días tomarme un ferry para ir a visitarlo al hospital”. A la semana siguiente, ya recuperado, volvieron al hotel para “disfrutar” lo que quedaba de la estadía pero con algunas limitaciones. “Con papá no podía jugar, con papá tenia simplemente que estar sentada”, recordó con tristeza.
Osvaldo sobrevivió en aquel entonces pero en el año 2015, cuando Yamila cumplió 15, la vida le dio el golpe más duro: su padre murió después de una dura batalla contra el cáncer. La escena quedó grabada en la memoria de la joven: el llamado de su hermano, la caminata sin taxis bajo paro general, el desmayo de su madre en plena calle. “Fueron las peores diez cuadras de mi vida”.
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El duelo no fue solo la pérdida de un padre. Fue también el inicio de una nueva Yamila: la que contenía a su madre, la que no lloraba frente a ella, la que se convertía en adulta a la fuerza. “Yo renegaba con mi vieja porque no dejaba de fumar ni de tomar. Estaba rota. Y yo también.”
Marcela murió cinco años después, en plena segunda ola de COVID. Yamila no pudo abrazarla ni despedirse. Pero su cuerpo lo supo: a las cuatro de la mañana, un cosquilleo la despertó. “No me preguntes por qué, pero supe que mamá ya no estaba”. Para Yamila este shock fue mucho más grande que el que vivió con su viejo. No solo porque fue repentina la muerte de su madre, sino porque en ese preciso instante –y con tan solo 20 años- se tuvo que hacer cargo de absolutamente todo. De ahora en más, era ella sola.
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En ese instante nació otra pregunta: ¿qué se hace con la ausencia? Yamila eligió no repetir lo que hizo su madre. Se levantó del sillón donde pasaba sus días, inmóvil, y decidió transformar su dolor. Empezó terapia, para exteriorizar lo que sentía, para enfrentar la culpa, y perdonar a su madre. No para victimizarse. “Yo me dije a mi misma ´no quiero esto; tengo 20 años y una vida entera por delante´ así que mi mente hizo un click y empecé a ver la vida de otra manera. Empecé a entender que este era el destino que me había tocado, que no quería cambiar a mis viejos por nada, y que tenía que tratar de salir adelante”, remarcó la joven orgullosa de su resiliencia.
Llegó el día en el que el profesor anuncia el trabajo de tesis. En ese entonces, Yamila se encontraba vaciando la casa de sus padres para mudarse a un departamento. “Imaginate lo que es vaciar una casa de una familia por 20 años. Fue muy duro ver fotos y recolectar papeles, pero sobre todo vaciar los armarios. Lo primero que me pregunté fue: ¿qué hago con toda esta ropa? Obviamente regalé y doné cantidades pero seguían quedando cosas que yo tampoco quería dejar ir”.
La tesis con la que se graduó como diseñadora de indumentaria no habla sólo de diseño textil: habla de vida, de pérdidas y de cómo transformar la nostalgia en un gesto de amor. Su proyecto -aún en construcción- busca ayudar a otros a resignificar el duelo a través de la ropa: convertir camisas, vestidos o pantalones de seres queridos en objetos útiles, hermosos, con una nueva vida. Y también como punto de encuentro para hablar; para conocer otras experiencias de vida.
“Hoy intento ver la muerte con otros ojos”, confesó. “Todos hemos perdido a alguien, pero no tenemos por qué quedarnos sólo con lo doloroso. La ropa puede ser una puerta al recuerdo feliz”. Yamila no es solo una diseñadora sino una joven narradora de historias tejidas con hilos invisibles: los del amor, la pérdida y la memoria.