"Esposas reborn": qué hay detrás de las robots hiperrealistas con IA que prometen amor

El fenómeno de las “esposas reborn” —robots con estética femenina y respuestas afectivas programadas— crece en países como Brasil y expone una nueva forma de violencia simbólica. Desde la cosificación tecnológica hasta el vaciamiento del vínculo, especialistas en género, derecho y psicología advierten que estas creaciones no son inocuas: reproducen estereotipos patriarcales, simulan afecto sin conflicto y profundizan la deshumanización.

30 de julio, 2025 | 00.05

“Tus problemas se acabaron. Es lavable y no te vuelve loco”. “¿Cansado de que tu esposa te diga que no? ¿De que te amenace y te golpee? Comprá una esposa reborn”. Con mensajes como estos, compartidos en tono irónico por usuarios de X, Brasil convirtió en tendencia a las llamadas “esposas reborn”: robots hiperrealistas con inteligencia artificial, diseñados —en su enorme mayoría— con apariencia femenina, estética sexualizada y funciones programadas para simular compañía, afecto y sumisión.

Personalizables, moldeables, obedientes, estas figuras humanoides aparecen como la versión tecnológicamente literalizada de la mujer idealizada por el patriarcado: sin autonomía, sin deseo propio, sin conflicto.

Creados para ser sociales, nuestros robots y nuestra IA son ideales para combatir la alarmante epidemia de soledad en Norteamérica y para acompañar a personas mayores o aisladas por motivos de salud o geográficos”, detalla en su web la empresa Realbotix, una de las más conocidas en este mercado, con sede en Estados Unidos.

La personalización es total: el comprador puede elegir los rasgos faciales, el color de piel, el cuerpo, la voz, hasta la personalidad y la “actitud” que tendrá el robot. Los modelos más avanzados pueden superar los USD 175 000.

Aunque Realbotix indica que sus robots fueron creados como “apoyo terapéutico”, “para actividades de marketing”, “entretenimiento”, “recepcionista o animador de un evento corporativo”, muchas son para “compañerismo”.

“Aria” es la robot “embajadora” de dicha empresa, que tiene incluso su propia cuenta de Instagram. Ella es programable por completo: desde su apariencia física (ojos, piel, cabello, cuerpo) hasta su personalidad (más dulce, más sumisa, más independiente, etc.) y voz. Aria puede mantener conversaciones, recordar preferencias del usuario, simular emociones y adaptarse con el tiempo. Está pensada para ser “pareja” o “compañía emocional”, pero su cuerpo —como el de todas las muñecas de la línea Harmony AI— es funcional para el sexo: se puede adquirir con cavidades sexuales, estructura interna flexible y piel de silicona de alta gama.

En China, varias empresas —como Starpery, WMdoll, EXdoll y Shenzhen All Intelligent Robot Technology— están desarrollando modelos similares con inteligencia artificial, orientados tanto al placer sexual como al acompañamiento emocional. Sus robots, que combinan piel de silicona o TPE, sensores térmicos, conectividad Android y motores que simulan movimientos corporales, se venden desde USD 1 500 y pueden interactuar en múltiples idiomas. Algunas incluso promocionan funciones de “novia virtual” o “esposa obediente”, con frases programadas y apariencia infantilizada, lo que enciende alertas éticas aún más preocupantes.

La creación de estas robots es una forma más de violencia simbólica hacia las mujeres, y que se une al conjunto de violencias sistémicas que sufrimos día a día”, advirtió en diálogo con El Destape la psicóloga clínica y comunitaria Daiana Locaso, especializada en género y diversidades.

Las redes sociales y nuevas tecnologías renuevan constantemente su forma de explotar “lo femenino” como producto consumible y vendible. Tanto que la psicóloga se preguntó, casi con crudeza: “¿Qué es ser una mujer? ¿Qué hay que tener para ser una mujer?”. Y agregó: “Respuestas que el capitalismo extremo tiene preparadas en forma de mercancía”.

En las redes de Realbotix, donde Aria ya tiene presencia propia, los comentarios replican las mismas exigencias históricas sobre los cuerpos femeninos: “Si quieren que lo compre yo, diseñen unos pies que parezcan 100% reales y que sepa caminar con tacones”, escribió un usuario en un posteo de Instagram.

Pero las consecuencias de estas creaciones no solo impactan sobre mujeres y disidencias. También afectan a personas que acentúan su dificultad de socialización, al reemplazar el encuentro humano por un simulacro de compañía a demanda.

Desde la perspectiva de género, ética y jurídica, las “esposas reborn” no son neutras: reproducen estereotipos patriarcales, redoblan las exigencias estéticas, consolidan el consumo afectivo sin reciprocidad y desdibujan los límites entre cuerpo, objeto y deseo.

La tecnología como espejo

Más allá de lo llamativo o lo viral del caso brasileño y chino, lo que revelan estas “esposas reborn” es un síntoma profundo de época. “La ‘esposa robot’ no es solo un dispositivo: es un espejo incómodo y aumentado de la cultura”, advirtió Melina Masnatta a este medio, especialista y emprendedora en innovación educativa, tecnología e impacto.

Desde su mirada, seguimos diseñando tecnologías que responden más a fantasías de control, sumisión y perfección irreal que a la complejidad de los vínculos humanos reales.

 

Como señaló Masnatta, estos dispositivos replican y profundizan estereotipos de género arraigados, como la idea de una mujer dócil, disponible, complaciente, sin deseo ni agencia. No es casual que las reborn respondan a comandos, tengan estética hipersexualizada y simulen afecto: lo que ofrecen es una relación sin conflicto, sin resistencia. “Perpetúan la noción de que los vínculos afectivos pueden reemplazarse por relaciones unilaterales y asimétricas, donde la mujer es configurada, literalmente, para adaptarse al deseo masculino”, subrayó.

La hiperpersonalización, la simulación de afecto y la posibilidad de “programar” a una pareja corren el riesgo de consolidar una expectativa irreal de las relaciones, alimentada por el consumo inmediato y la intolerancia al límite. “La tecnología transforma cómo nos vinculamos y qué esperamos del otro”, sostuvo Masnatta, también consultora internacional en liderazgo y transformación digital.

En ese sentido, la especialista advirtió que estos desarrollos no solo cosifican a las mujeres, sino que marginan aún más a las disidencias y naturalizan matrices de desigualdad que ya están presentes en la inteligencia artificial: desde los algoritmos de reclutamiento hasta los asistentes virtuales que, casi siempre, tienen voz femenina y rol servicial. “Las ‘esposas robot’ son solo la expresión más evidente de esa misma matriz cultural”, dijo.

Frente a este escenario, Masnatta plantea la necesidad de avanzar en regulaciones específicas y marcos éticos que contemplen el impacto simbólico y afectivo de estas tecnologías. Menciona como ejemplo la carta de principios de la Unión Europea sobre IA, pero insiste en que no alcanza con normativas: “Hay que generar alfabetización crítica en tecnología, especialmente en las escuelas y en los medios. Si no entendemos cómo se diseñan los algoritmos, qué sesgos contienen y cómo nos afectan, vamos a seguir naturalizando tecnologías que profundizan las desigualdades, en lugar de revertirlas”.

Como contracara, destaca el trabajo de iniciativas como Chicas en Tecnología, AI for Gender Equality o DataGénero, que desde distintos espacios apuestan a pensar y desarrollar una tecnología con mirada de derechos, diversidad y justicia social.

Vínculos a la carta

La psicóloga Daian Locaso subrayó el impacto del refuerzo de cánones de belleza inexistentes y señaló a estos robots como nuevos dispositivos de disciplinamiento del cuerpo femenino.

Desde su mirada, la posibilidad de mantener una relación sexoafectiva con un robot anula aspectos fundamentales de la experiencia humana, como la alteridad, el conflicto, la frustración o la negociación. “El/la otrx es unx otrx, no lo que yo quiero. Es alguien con su propia identidad, con quien puedo compartir. Estos dispositivos, en cambio, nos agotan capacidades básicas como la tolerancia a la frustración”, comentó.

Para Locaso, el fenómeno no puede analizarse por fuera del sistema que lo produce: “El síntoma de época hoy es que todo es posible, hasta lo imposible, si lo podés comprar. Esto no lo digo yo, ya lo decía Lacan en su seminario Capitalismo Tardío”. En ese sentido, la irrupción de estas tecnologías no propone ningún desafío real en términos vinculares ni afectivos: solo garantizan comodidad y control, al precio de vaciar el encuentro humano.

¿Qué más quiere el patriarcado que una muñeca hegemónica que no siente, no expresa, no menstrúa? Poder comprarla”, resumió con crudeza. Porque detrás de la aparente innovación, lo que se consolida es una lógica que despoja a las mujeres de su subjetividad, reemplazando la relación cara a cara por un simulacro unilateral.

 

El vacío legal no es neutral

Desde el punto de vista legal, las “esposas reborn” no son personas, sino cosas. Y como tales, están reguladas por el mismo marco jurídico que rige los objetos, lo cual sólo deja espacio para reproches éticos sobre usos de estos robots, así sean violentos o de imagen infantilizada. Para la abogada Brigit Salazar, del Centro Integral de la Mujer de la Comuna 9 de CABA, ahí radica uno de los desafíos centrales: “Al no ser sujetos, estos robots están regulados como cosas. Y respecto de los vínculos que tenemos con nuestras cosas, hay que recordar que la Constitución garantiza el principio de reserva: lo que una persona haga en su esfera privada, mientras no afecte a terceros ni al orden público, no está sujeto al control del Estado”.

Esto significa que, en principio, cualquier persona podría adquirir uno de estos dispositivos y utilizarlo como le plazca dentro del ámbito de su intimidad. El problema, entonces, no es únicamente legal, sino simbólico y ético. “Al ser fabricados con características feminizadas y sexualizadas, promueven y refuerzan la idea de uso de lo femenino como utensilio de placer, sin palabra ni autonomía”, expuso Salazar. Para ella, lo más grave no es solo la existencia de estos dispositivos, sino la naturalización de ciertas formas de violencia, sobre todo cuando se presentan versiones con aspecto infantil: “No está bien que se fabrique un robot con características de niña con el fin de usarse como esposa. Eso es morboso y peligroso”.

Por su parte, Masnatta agregó: “Necesitamos marcos que regulen el diseño y la comercialización de tecnologías con impacto afectivo y simbólico. Algunos países ya están avanzando en cartas éticas de IA (como la de la Unión Europea) que contemplan derechos humanos, no discriminación y transparencia algorítmica. Pero en este caso, además, se requiere un debate profundo sobre los límites del reemplazo afectivo y la instrumentalización de los cuerpos”.

La abogada plantea que el foco del debate debería estar menos en los materiales de fabricación y más en lo que estas tecnologías comunican, habilitan y reproducen: “Está claro que hay una ilusión de compañía, pero que no demande nada ni opine ni esté en desacuerdo. Es programarla para que diga solo lo que quiero escuchar”.

Respecto al marco jurídico, Salazar apuntó a que hay leyes que protegen a las mujeres frente a la violencia simbólica y mediática, como la Ley 26.485, pero que aún no se han desarrollado normativas específicas que regulen los robots humanoides con capacidad de simular vínculos afectivos o sexuales. Y aunque hoy se celebran los aportes positivos de la inteligencia artificial —en áreas como salud, transporte, discapacidad o emergencias—, también es urgente abrir un debate sobre el uso privado de estas tecnologías con implicancias sociales profundas: “Sin un debate ético, la tecnología puede terminar materializando incluso la pornografía infantil, si no se impone un límite en la apariencia y el uso de estos dispositivos”.

Mientras los titulares de medios de comunicación celebran la innovación, el avance de estos dispositivos deja al descubierto un campo de disputa más profundo: ¿qué humanidad estamos diseñando cuando el vínculo es reemplazado por la obediencia absoluta y el cuerpo por un simulacro sin deseo?

Las “esposas reborn” no son solo una rareza tecnológica: son un reflejo nítido de cómo el capitalismo y el patriarcado digitalizan sus viejas promesas —una mujer que no se queja, no se enoja, no tiene opinión— bajo la forma de una novedad de consumo. Ante lo expuesto, las especialistas consultadas han coincidido en que regular, debatir y educar no es un capricho moral, sino una necesidad política urgente.