La semana pasada en medio del boom por el estreno de Homo Argentum, el presidente del INCAA, Carlos Pirovano, provocó un debate que trasciende la anécdota mediática. Al declarar, en una entrevista televisiva, que no había visto la película sino que la había seguido a través de recortes de Tik Tok, puso en evidencia un cambio cultural profundo: la fragmentación del consumo audiovisual como sustituto de la experiencia integral. En sus propias palabras: “Cuando vos ves mucho TikTok, ves casi toda la película”. Inmediatamente desató cuestionamientos de especialistas y críticos de cine, que señalaron el sinsentido de opinar sobre una obra sin haberla visto en su totalidad.
La frase, dicha con naturalidad, revela un desplazamiento simbólico del cine como experiencia colectiva hacia un modelo de entretenimiento atomizado, fragmentado y vertical, condicionado por la lógica algorítmica y los tiempos de atención reducidos. Lo que parece una frase inofensiva en realidad deja al desnudo la lógica cultural dominante, que reduce las narrativas a cápsulas de un minuto, capaces de generar atención y viralidad.
Que el titular del INCAA se enuncie desde esa primera perspectiva no es menor: legitima desde el Estado un modo de consumo que relega la complejidad de una industria hoy en crisis y premia la inmediatez. Al mismo tiempo, es un claro síntoma de una política cultural que desprecia a los trabajadores y trabajadoras del sector y el sello identitario nacional, y prioriza la circulación viral por sobre la calidad, la integridad narrativa, la formación estética y el debate crítico que históricamente sostuvo al cine argentino.
Homo Argentum y la lógica de la fragmentación
La película Homo Argentum, dirigida por Mariano Cohn y Gastón Duprat, es una antología de dieciséis viñetas protagonizadas por Guillermo Francella, en las que se busca retratar estereotipos argentinos a través del humor y la sátira social clasista. La estructura fragmentada a partir de un relato dividido en microhistorias autocontenidas se presta de manera natural, e intencionada, a la circulación scrollera, ya que cada escena funciona de forma independiente y cobra sentido muy rápidamente. En las redes se pueden encontrar escenas cortas, de humor directo, fácilmente viralizables y en TikTok, esos fragmentos circulan con subtítulos, memes y reacciones, desprendidos de la totalidad narrativa que los contenía.
Sin embargo, esa lógica de circulación jamás puede igualar o acercarse a la experiencia de la obra completa. Paz Varales, comunicadora y directora de Cinéfilos, advierte al respecto que “nadie que ame el cine puede siquiera comparar la experiencia de ver una película en una sala con verla dividida en mil partes y en formato vertical”. Su análisis remite a un punto central: la obra cinematográfica como construcción narrativa integral no puede reducirse a fragmentos virales sin que se pierda el sentido de la experiencia estética, crítica, colectiva y social que los autores quisieron transmitir.
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Pablo Manzotti amplía esa misma lectura: “Con un recorte, por más que sean varios minutos, nunca llegas a una película de más de una hora y media. Tiene una lógica y los autores intentaron que los 16 cortos marcaran un discurso en su totalidad. Entonces la tenés que ver completa y en el orden que ellos lo plantearon para entender lo que quisieron contar”. La declaración de Pirovano, al validar el consumo fragmentado como equivalente a la experiencia completa, no solo invisibiliza la intención de los autores, sino que también erosiona la noción de cine como construcción colectiva y discursiva.
Fragmentación y consumo digital: implicancias socioculturales
El consumo audiovisual fragmentado es una tendencia, acorde a los tiempos, que ha redefinido la relación entre público, obra y mercado en diferentes dimensiones del arte, no solo el cine. No se trata solo de reseñas o trailers: la narrativa audiovisual está mutando. Tik Tok, al igual que otras plataformas con similares características, concentra hoy la atención de millones de usuarios en el mundo que desde su teléfono se sumergen en un mundo infinito que les permite descubrir películas, series y contenidos culturales a través de clips de uno o dos minutos.
En 2024 Tik Tok compartió un estudio que destaca la capacidad de la red social para ayudar a aumentar el conocimiento de las películas e influir en los usuarios para que las vean en el cine. Según las estadísticas: el 34 % de los usuarios descubre películas en streaming gracias a la plataforma; el 47 % conoce los estrenos; el 36% se sienten inspirados a actuar, incluyendo comprar una entrada para ir al cine; y más del 60 % consume videos cortos diariamente. Particularmente sobre Argentina, el informe Year of TikTok 2024, indica que el 52% de las personas recurre a la red como su primera opción para buscar entretenimiento e información.
Este cambio, junto con la proliferación y el aumento significativo en el uso de plataformas de contenido on demand, constituye una transformación en la experiencia de socialización cultural: el cine deja de ser un ritual colectivo en la sala y se convierte en contenido adaptable a la lógica del vertigo y el algoritmo. Manzotti señala que “por más buenos que sean los Tik Toks, no lo subsana porque no es reemplazable. En todo puede acompañar a un discurso fílmico, pero nunca reemplazar la película completa”. El mensaje institucional, al naturalizar esta fragmentación, redefine qué se considera legítimo dentro de la cultura audiovisual y quiénes son los destinatarios de esa legitimidad.
Varales profundiza: “El mensaje es muy peligroso, más en estos tiempos donde se tiende a profundizar cada vez menos y se leen solo recortes que entran en un minuto de Instagram. Me parece peligroso principalmente para la audiencia, porque instala la idea de que el cine independiente está mal y que las películas se deben hacer solo con capitales privados”. Así, el consumo fragmentado no solo afecta la recepción estética, sino que también se convierte en vector e impulsor de valores culturales neoliberales y por ende políticas públicas: se prioriza lo rápido, lo privatizado, lo viral y lo individual, por sobre lo colectivo, lo integral, lo independiente y lo crítico.
El INCAA y la politización del cine
El consumo fragmentado no es un problema en sí mismo , dado que también democratiza accesos, amplifica públicos y multiplica lecturas, pero cuando se vuelve criterio de valoración por parte de quienes dirigen instituciones culturales y manejan la cartera de financiamiento, la cuestión se desplaza al terreno político: ¿qué tipo de cine se va a promover e impulsar?; ¿cómo se mide el valor o relevancia de una obra?
La declaración de Pirovano funciona como un reflejo de la política institucional que hoy impulsa una transformación cultural en Argentina. Al avalar el consumo fragmentado desde la dirección del organismo estatal, se envía un mensaje simbólico: el cine, y particularmente el argentino, puede ser sustituido por fragmentos virales; y por ende el rol del INCAA como trampolín es secundario. Pirovano abrió de esta manera un nuevo capitulo en la disputa central: la tensión entre un modelo cultural neoliberal, que privilegia la inmediatez, el capital privado y la fragmentación, y un modelo de producción y recepción que entiende el cine como identidad nacional, como experiencia colectiva, y pensamiento crítico.
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Manzotti lo subraya con contundencia: “La declaración deja en evidencia que no es una persona idónea para estar al frente del INCAA. No sabe de cine, no sabe analizarlo, no conoce la historia del cine argentino ni mundial. El mensaje hacia la comunidad audiovisual viene acompañado de desfinanciamiento y es ‘no nos importa, no les vamos a dar nada, hagan lo que puedan’”. Esta tensión se da en medio de un fenómeno de politización del cine, apropiación de las instituciones culturales para instalar agendas de mercado, y la erosión de políticas públicas que sostengan la producción y circulación de otros tipos de cine nacional.
Si el propio presidente del INCAA afirma que con TikTok alcanza para “ver” una película, lo que está desacreditando es la integralidad de la obra y la experiencia cultural y colectiva, posibles de ser reemplazadas por un consumo digital superficial, individual, rápido, banal, casi publicitario. En 2024 había sido el intendente de General Pueyrredón, Guillermo Montenegro, quien afirmó en conferencia de prensa que evaluaba, junto a Pirovano, organizar el festival de Mar del Plata con las plataformas de streaming para conseguir financiamiento: "Mi idea es hacer el Festival Internacional de Cine Netflix, Star Plus o HBO".
Esta lógica no solo amenaza la cultura cinematográfica argentina, sino que también impacta en las formas de producción y trabajo, la educación audiovisual y la percepción de los públicos sobre el valor del cine como patrimonio social y artístico. La estrategia del cliffhanger, típica de las series marketineras, y la hiperestimulación audiovisual Hollywoodense colonizan incluso las historias más largas, obligándolas a descomponerse en fragmentos para sobrevivir a la competencia despiadada del ecosistema digital.
Como concluye Paz Varales se pueden seguir utilizando las redes como complemento, “pero manteniendo la experiencia del cine en salas o en calidad óptima, porque la integralidad de la obra es irremplazable”. Manzotti por su parte sostiene que “por más que el consumo fragmentado tenga aspectos positivos, el todo hace sentido solo cuando se resignifica con la mirada completa. Esa es la clave para no perder lo esencial del cine como experiencia cultural”.
Entre la experiencia integral y la lógica del scroll
La tensión entre la narrativa integral y el consumo fragmentado que hoy es un hecho social y parte de la vida cotidiana, sobre todo en las generaciones más jóvenes, plantea dilemas e interrogantes en relación a la formación de públicos, la educación cultural, y el rol de las familias e instituciones en el acompañamiento. “Mi hijo de 14 años está todo el día mirando TikTok, YouTube, y muchas de las películas que comentamos en casa él me dice ‘ya la vi prácticamente’, eso a mí no me parece positivo, y yo lo invito a mirarla entera. Ahí se da cuenta que ese fragmento no deja de ser un fragmento y que para entenderla tiene que ver todo el discurso fílmico”, relata el periodista.
Manzotti entiende que el consumo fragmentado puede tener un efecto educativo si se lo acompaña con mediación crítica: “El consumo fragmentado impacta porque forma parte de la coyuntura en la cual se produce un discurso audiovisual. Hay que enseñar que los fragmentos no son el todo, y que para entender la historia completa hay que ver la obra entera”. De esta manera, la fragmentación no es inherentemente negativa, pero requiere estrategias institucionales, familiares y educativas que mantengan la integridad de la experiencia cultural.
Varales coincide: “Las redes sociales como complemento a las producciones audiovisuales son un gran aliado y dan trabajo a miles de medios e influencers. Debemos seguir usándolas como complemento y seguir viendo las películas en salas de cine o, en su defecto, en televisores”. La clave está en la mediación: la fragmentación puede amplificar la visibilidad y la circulación, pero nunca sustituir la experiencia integral del cine.