Este lunes 21 de abril el mundo amaneció con una triste noticia: el Papa Francisco falleció a los 88 años de edad. Jorge Mario Bergoglio fue elegido como Papa en 2013 y en ese entonces eligió el nombre Francisco para asumir su rol como Sumo Pontífice, convirtiéndose el primero en la historia de llevar este nombre. Ahora, que el mundo está a la expectativa de que se conozca al sucesor, empezó a surgir la duda de cómo eligen sus nombres, cuál es la lista y por qué no pueden conservar el suyo de nacimiento.
Resulta que el proceso de elección de nombre es bastante protocolar y hay varios pasos a seguir antes de esta selección. Precisamente, una vez que se llega a un acuerdo sobre quién será el papa, se lanza el humo blanco por el Vaticano, luego se le pregunta públicamente al elegido si acepta el rol que se le está proponiendo y tras la respuesta afirmativa se consulta: "¿Quo nomine vis vocari?" (¿Cómo quieres ser llamado?). Así, el Papa elige públicamente su nuevo nombre como una forma de marcar y dar a entender el antes y después en su vida tras ser elegido como "el representante de Dios en el mundo".
Por el momento, no hay reglas a la hora de elegir el nuevo nombre, ni tampoco hay una exigencia como tal que indique que deben cambiarlo obligatoriamente. De esta manera, si el Papa quiere que lo llamen por su nombre de pila también es válido. Sin embargo, la mayoría de ellos suelen elegir un nuevo nombre en homenaje a algún santo que haya marcado su camino en la fe.
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En el caso de Francisco, eligió su nombre en honor a San Francisco de Asís, un santo conocido por su humildad, su amor por los pobres y su compromiso con la naturaleza. Él fue el único en la historia de todos los papas que llevó ese nombre por los 12 años que duró su papado.
"Habemus papam": qué significa la fumata blanca o humo blanco
Tras la muerte del Papa Francisco, los cardenales de todo el mundo se han reunido en la Capilla Sixtina del Vaticano para llevar adelante el cónclave, el tradicional proceso mediante el cual se elige al nuevo Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. Mientras las puertas de la capilla permanecen cerradas y los purpurados debaten, millones de fieles en todo el mundo esperan ansiosos la señal definitiva: la fumata o humo blanco y la proclamación del "Habemus Papam".
El cónclave, cuyo origen se remonta al siglo XIII, es uno de los eventos más solemnes del catolicismo. Desde que los cardenales ingresaron a la Capilla Sixtina, las miradas del mundo están puestas en la chimenea de la capilla, donde una de las tradiciones más emblemáticas del Vaticano marcará el desenlace de la elección: la emisión de humo negro o blanco según el resultado de las votaciones. La fumata blanca es la señal inequívoca de que el cónclave ha llegado a una decisión: la Iglesia Católica tiene un nuevo Papa. Este humo blanco, que emerge de la chimenea de la Capilla Sixtina, indica que los cardenales han alcanzado la mayoría necesaria para elegir al Sumo Pontífice y que el elegido ha aceptado la responsabilidad de guiar a la Iglesia.
El proceso de la fumata se origina en una antigua tradición vaticana. Cada vez que los cardenales realizan una votación y no alcanzan la mayoría requerida, las papeletas se queman junto con una sustancia especial que genera humo negro, señal de que la elección continúa. Cuando, finalmente, un candidato recibe al menos dos tercios de los votos y acepta el nombramiento, se quema otra combinación de sustancias químicas para producir el característico humo blanco, que marca el fin del cónclave.
Minutos después de la fumata blanca, se escucha otra de las frases más esperadas del catolicismo: "Habemus Papam". Esta declaración en latín, que significa "Tenemos Papa", es pronunciada desde el balcón central de la Basílica de San Pedro por el cardenal protodiácono, quien presenta oficialmente al nuevo Pontífice ante los fieles y el mundo entero. Luego, el Papa recién elegido se asoma para impartir su primera bendición apostólica "Urbi et Orbi".