Pensar que uno no tiene poder de decisión sobre lo que se conoce, que esas decisiones se toman en instancias lejanas de nuestra mundanidad, pero que sin embargo, por más ajenos que seamos a ellas, pueden determinar los aspectos más íntimos de nuestras vidas, es terrorífico. ¿Quién decide quién puede conocer? Ese es el punto en el que nos encontramos, según plantea la filósofa y doctora en psicología social por la universidad de Harvard Shoshana Zuboff en su último libro ¿Capitalismo de vigilancia o democracia? editado por la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM).
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Zuboff, que ya había publicado en 2019 La era del capitalismo de vigilancia, avanza en su argumentación y lleva su análisis hasta los primeros años de la pandemia, donde la necesidad de la vigilancia doméstica para controlar el virus del Covid-19 se impuso en todos los estados del mundo por sobre los principios y la gobernanza democrática y llevó a que se hicieran acuerdos beneficiosos para las empresas que controlan los flujos de información.
Ahora mismo son los gigantes del capitalismo de vigilancia -Google/Alphabet; Facebook/Meta; Microsoft-Amazon- los que controlan las respuesta a las preguntas por el conocimiento, afirma Zuboff, a pesar de que nunca hayan sido elegidos para gobernar.
Estos gigantes dominan el financiamiento de la Inteligencia Artificial tanto dentro de sus ecosistemas como de la academia, y las necesidades de sus operaciones comerciales son las que determinan la agenda global de investigación. “Mientras que la academia podría explorar cómo las redes sociales afectan el modo de pensar de las personas, una red social corporativa preguntaría: ¿Si la gente publica cosas tristes, pasaría más tiempo usando nuestro producto?”, se pregunta Zuboff.
El poder económico y social se mezclan, afirma la autora, y se produce un eje completamente nuevo de desigualdad social, expresado por la brecha que diferencia lo que uno puede saber de lo que otros pueden saber de uno.
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Haber llegado a este punto, después de 20 años de desarrollo del “capitalismo de la vigilancia” que comenzó con los albores de internet y la World Wide Web a mitad de los ‘90, sólo puede entenderse en relación con el orden institucional que dio a luz y lo nutrió hasta su adultez: el estado liberal democratico. Los estados, sostiene Zuboff, no pudieron construir una visión política coherente para un siglo digital que promueva valores, principios y gobierno democráticos. La ausencia de leyes que obstruyan el desarrollo de estas tecnologías es para Zuboff la piedra angular de su existencia y esencial para su éxito sostenido.
Pero Zuboff no es pesimista. Nada de esto estuvo “tecnológicamente determinado”, nada era ni es inevitable, dice. Que las democracias fracasaran en diseñar una fuerza opositora capaz de impedir el desarrollo desmedido del capitalismo de vigilancia fue el resultado de contingencias ideológicas e históricas particulares, principalmente en Estados Unidos.
Si bien Zuboff sostiene que la disputa de poder entre las democracias y el “capitalismo de vigilancia” es una pelea a muerte, que es imposible una convivencia de ambas, destaca aspectos de la democracia que la ponen en una situación de ventaja. “Entre ellas está la habilidad de inspirar acciones y la autoridad legítima y el poder necesario para crear, imponer y aplicar el estado de derecho”, argumenta.
Para Zuboff, ahora es el momento para el orden democrático de reclamar el vacío por el bien de toda la sociedad e intentar sobrellevar la distopía. “Solo uno de estos órdenes en disputa se alzará con la autoridad y el poder para gobernar mientras que el otro derivará hacia la desinstitucionalización y sus funciones serán absorbidas por el ganador”, sentencia la autora.