Cuando Steve Hodge levantó la pierna en un cruce contra Jorge Valdano aquel 22 de junio de 1986 no tenía idea que Diego Maradona, un hombre de apenas un 1,65 de altura, le iba a ganar en el salto a Peter Shilton para meter el 1-0 de Argentina frente a Inglaterra. El gol, después se vio, fue con la mano. Y la historia fue conocida. La picardía, la astucia, el protagonismo y el gol fue de un jugador. Del mejor de todos, incluso, para hacer una "trampa" que quedó avalada en pleno campo de juego por sus propios colegas. Nadie la vio, la duda pasó a un segundo plano y, más allá de algún enojo circunstancial, esa picardía quedó hasta bien vista porque la perspiacacia fue de un tipo vestido con shortcito: uno de los verdaderos dueños del juego. Qué problema, entonces, cuando los dueños empiezan a ser hombres con trajes y piensan que la trampa la pueden hacer ellos.
La picardía en el fútbol no es un tuit, es un amague. Yo mejor que tiene este deporte es que es sencillo. La caja trae las instrucciones: antes de arrancar cualquier partido de fútbol cinco o un once, los equipos saben las reglas. A veces no vale gol de atrás de mitad de cancha, los laterales se sacan con el pie o, incluso, la pelota no se le puede pasar al arquero. Cosas comunes. Lo anormal es cambiar las reglas o poner reglas nuevas todo el tiempo mientras el juego transcurre. Es inaudito enterarse en medio del torneo que podía salir campeón siendo el mejor de la tabla que antes solo me clasificaba a Copas Internacionales. Esto pasó con Rosario Central. El jueves pasado, en un escritorio, la Asociación del Fútbol Argentino decidió darle un título. Cambió las reglas y benefició a un equipo. No es la primera vez que esto pasó: se suspendieron descensos, ya hubo diez formatos distintos en casi la misma cantidad de años, se modifican fechas, clasificaciones, torneos, reglamentos sobre cómo se define un partido ida y vuelta. Ya son varias. Y la pelota gira, la pelota corre.
También, hace menos de 15 días, la AFA suspendió a un DT por "presuntas" declaraciones contra dos dirigentes de la Asociación del Fútbol Argentino. Walter Otta, entrenador de Morón, nunca dijo lo que dicen que dijo. Pero igual lo suspendieron para la final ante Deportivo Madryn. Luego, en otro tira y afloje, la AFA obligó a los jugadores de Estudiantes de La Plata a homenajear un título que se aprobó en un escritorio. Le hicieron hacer un "pasillo", un acto habitual y de camaraderia de colegas, fue impuesto por gente de traje. Los futbolistas lo hicieron. De espaldas. Una avivada que, para el DT de Rosario Central, fue una falta de respeto porque lo notó como un destrato para un grupo de futbolistas que, guste o no, fueron los mejores del año. A lo mejor, hay un punto en sus palabras, pero la discusión no empezó a partir de esa actitud. Empezó antes, con la obligación. Los problemas no arrancaron en la cancha, si no entre sus dirigentes: Juan Sebastián Verón y Pablo Toviggino.
El clima enrarecido y las decisiones en un escritorio no hacen más que darle opacidad al fútbol argentino. Esa opacidad se transforma en contexto. Si no se conoce, a ciencia cierta, cómo se sale campeón de un torneo o como puedo descender en un torneo, es prácticamente imposible que haya confianza en la persona encargada de impartir justicia dentro de los 90 minutos que dura un partido. Este fin de semana lo sufrió San Lorenzo de Almagro contra Central Córdoba. Quizás no con jugadas claramente en contra (el penal podría haber sido penal), pero en un contexto de dudas y de incertidumbre, todo hace ruido. Se suma, entonces, Deportivo Riestra y Barracas Central a la discusión. A tal punto hay ruido que hasta termina importando el nombre de aquellos que están en el VAR. Un detalle que, salvo en Argentina, en ningún lado interesa. Con este contexto, ya desde hace varios años, el fútbol se empieza a jugar antes de que los jugadores salgan a la cancha: en las elecciones de los árbitros. Incluso en las elecciones de los Asistentes del Var.
Ahí aparece otra trampa: la del maniqueismo. La elección de un entrenador devenido en panelista que todos los fines de semana lanza pronósticos fallidos sobre los presuntos arreglos arbitrales contra un sistema que elige de manera oscura y protege a refeís con errores. No es necesario que elegir por uno o por otro. Por otro lado, el dirigente de un club que defendió lo que pasó el último jueves en el escritorio con Rosario Central, pero que a su vez subvencionó la entrada de sus hinchas con traslados para que puedan ver a su equipo ganar en la final de la Copa Sudamericana. El rio está revuelto. El presidente de Estudiantes de La Plata estuvo a un paso de sellar un acuerdo con un magnate estadounidense que fundió un club en Uruguay. Al futbolista devenido en dirigente, lo salvó el contexto que frenó esa decisión. Mientras que, a los dirigentes actuales en AFA, los salvó el pie izquierdo del Dibu Martínez. La instrucción, en definitiva, tiene que ser no caer en la simplificación que se propone.
Este clima enrarecido, producto de las decisiones de los dirigentes, no solo golpea a la actual conducción de la AFA. Sino que le pega de lleno al modelo de Asociaciones Sin Fines de Lucro que tantas alegrías dio al fútbol argentino ante un grupo que busca destruir ese entramado de clubes. Los desmanejos destruyen, por dentro, una buena consigna.
