El abuso de la geopolítica

Los alineamientos sólo responden a los caprichos ideológicos del Presidente.  El costo para el país será enorme, pero todo vale bajo la dominancia electoral y el cortoplacismo metódico. 

26 de octubre, 2025 | 00.05

El gobierno de Javier Milei será recordado, también, por su insólita política exterior. Todo su accionar en la materia se limita a la estricta subordinación de votar con Estados Unidos e Israel en los foros internacionales. No existe nada parecido a una visión planificada o de largo plazo sobre la inserción internacional.

Los alineamientos sólo responden a los caprichos ideológicos del Presidente. Su insumo básico fue un judaísmo adoptado y compartir los foros de ultraderecha con el trumpismo, donde hasta ayer era tratado como una figura icónica, la estrella de rock de tres camperas negras que siempre quiso ser. Pero lo aspiracional también pagó. Milei siempre creyó que la subordinación apátrida a la potencia hemisférica daría sus frutos. Y efectivamente, en las últimas semanas, la ayuda extraordinaria de Estados Unidos evitó una crisis cambiaria de proporciones. El costo para el país será enorme, pero todo vale bajo la dominancia electoral y el cortoplacismo metódico. 

Los cancilleres libertarios fueron de papel, sin formación para el cargo, desde una banquera para quien todos los chinos eran iguales a un empresario multimillonario interesado en juegos olímpicos y extrañamente dispuesto a comerse cualquier sapo. La planta de la cancillería, con prescindencia de la valoración que se tenga de ella, quedó pintada al óleo. Y para completar, en adelante las relaciones exteriores quedarán a cargo de otro mesadinerista con pasado en el JPMorgan y eterno segundo del ministro de Economía. Parece evidente que la inseguridad intelectual del Presidente se traduce también en dependencia psicológica con quienes tuvieron éxito en aquello que a él le hubiese gustado tenerlo. Cuando el mercado proyectaba que el endeudador serial Luis Caputo estaba de salida, Milei parece reempoderarlo. El “aire fresco” en el gabinete, que se anunciaría a partir de este lunes, nació viciado.

Queda la certeza de que LLA dejó de ser el partido disruptivo y anticasta que en 2023 captó el voto de una porción de las clases bajas y medias bajas y que devino en el rostro salvaje de la nueva ultraderecha y el viejo gorilismo, un blanqueo de lo que siempre fue, una versión radicalizada del cambiemismo que, producido el sinceramiento, será votada por las clases medias y altas, ya despreocupadas del republicanismo y la corrupción. Maravillas del antiperonismo. Sólo con estos votos, el tercio de los sufragios está asegurado, aunque para que valgan, primero hay que contarlos.

No obstante, salvo una improbable catástrofe, el resultado de este domingo no augura un cambio radical. Aunque las elecciones se hayan hasta internacionalizado, no dejan de ser simples comicios legislativos que, en principio, no alterarán las relaciones de fuerza en el Congreso. Al igual que antes del intento fallido de “pintar de violeta todo el país”, el oficialismo, como ya lo ordenaron los nuevos jefes del norte, deberá volver a acordar con los gobernadores más urgidos y con todas sus segundas marcas electorales, esas que en su primer año de gobierno le votaron todas las leyes y le blindaron todos los decretos y que aspiran a cogobernar en la segunda etapa.

Regresando a la política exterior, central para el sostenimiento del modelo, se insiste en que la ayuda de Estados Unidos respondería a “altas razones geopolíticas”. Algunos analistas del “tablero internacional” hablan, siguiendo la metáfora, como verdaderos “ajedrecistas” de las relaciones de poder. Imaginan la existencia de un Deep State infalible en el que impera la razón, la planificación de las acciones globales y una lógica inquebrantable. El “Estado profundo” sería ese entramado de agencias de inteligencia, redes empresarias y burocracias híper estables que manejarían en las sombras los hilios del poder global con prescindencia del paso de gobiernos formales de distinto signo.

En esta lógica la importancia de Argentina sería “estratégica” como proveedora de materias primas, especialmente recursos energéticos y mineros, no sólo el cobre y el litio, ahora también se sumaría el comodín de las “tierras raras”, insumo de la microelectrónica y, por extensión, de la IA y, además, el uranio. Los más aventurados suman a la importancia estratégica la proyección antártica y el paso bioceánico “no artificial” del extremo sur, lo que volvería a Tierra del Fuego una zona ambicionada por las grandes potencias para instalar bases militares, por supuesto “estratégicas”.

Es necesario sincerarse. De todo lo nombrado Argentina solo produce algo de litio, paradójicamente también a través de capitales chinos. Todavía no produce cobre, ni tierras raras, ni muchos menos uranio, cuya historia de “no producción” es tan larga como triste. Efectivamente, existen en el territorio grandes reservas de cobre y uranio. Las llamadas tierras raras, en cambio, son bastante más escasas. El punto es que para desarrollar estos recursos se necesitan dos cosas: tiempo, quizá décadas, e inversiones mil millonarias en dólares. En otras palabras, son recursos potenciales, pero no disponibles en el presente para ningún intercambio “geopolítico”.

La proyección antártica y el paso bioceánico son cuestiones más controvertidas, pero piense el lector que el tratado antártico no tiene fecha de vencimiento e impide la explotación de los recursos naturales. Es verdad que las potencias podrían cambiarlo y hasta ignorarlo en caso de creerlo necesario para sus intereses vitales, pero la Antártida, en cuanto a posesión efectiva, es hoy tierra de nadie.

La cercana península antártica, aunque abundante en bases y refugios argentinos, algunos más cuidados que otros, es una región cosmopolita, llena de bases de por lo menos 17 países. “Argentina” o “chilena” lo son sólo en las reivindicaciones y en los mapas de cada nación. Luego, proyección antártica sobre la península también tienen Brasil y Chile. Incluso el Reino Unido a través de la posesión ilegítima de las Malvinas y las Georgias del Sur. Lo que se quiere destacar es que el país no tiene ninguna ventaja especialmente estratégica en esta proyección. Y si es por instalar bases, las islas chilenas Navarino y Hoste, especialmente la primera por su orografía hacia el sur, parecen bastante más aptas que la de Tierra del Fuego para el control militar del paso bioceánico.

La conclusión preliminar es que Argentina, más allá de la comunidad ideológica entre sus presidentes, no tiene nada especial ni “geopolíticamente estratégico” para ofrecerle a Estados Unidos, ni en recursos naturales en el corto y mediano plazo, ni en ubicación geográfica. Lo único concreto para firmas como JPMorgan y los fondos de inversión amigos del secretario Scott Bessent son las importantes comisiones para intermediar en la colocación de nueva deuda y la posibilidad de ganancias con las apuestas financieras cortoplacistas. No debe descartarse que a partir del lunes se intente seguir con el actual esquema cambiario hasta que aguante y, en consecuencia, con la continuidad de la toma de todavía más deuda.

Antes que Deep State lo que hay entre Trump y Milei son afinidades, estilos compartidos, y el mismo grado de ejercicio de la lumpenpolítica. Los videos de Trump recreando bombardeos con excrementos sobre manifestantes o las redadas nocturnas de inmigrantes por verdaderos grupos de tareas en ciudades sitiadas son imágenes tan distópicas como los recitales y las apariciones vociferantes de Milei. Ni en Estados Unidos hay hoy un Henry Kissinger, ni en Europa un Halford Mackinder. La realidad “geopolítica” es bastante más pedestre. Tan pedestre que los apoyos de hoy podrían desaparecer tan rápido como mañana.-