El reciente asesinato del activista conservador Charlie Kirk mientras daba una conferencia en la Universidad del Valle de Utah volvió a evidenciar cómo la violencia armada en Estados Unidos sigue escalando y se repite casi siempre un mismo patrón en los perpetradores. No obstante, desde la Casa Blanca y el movimiento MAGA, encabezado por el propio presidente Donald Trump, se intenta instalar en el discurso público y en la investigación judicial un chivo expiatorio para culpabilizar a la izquierda, las minorías, los migrantes, o las personas trans.
Medios que responden a dichos intereses como la cadena Fox en dicho país, o La Derecha Diario en Argentina, responsabilizaron a las minorías de las “oleadas de violencia”, mientras líderes conservadores intentan desviar la atención de los patrones reales de dichas conductas. Frente a esta estrategia, los datos muestran algo mucho más incómodo para la derecha: la mayoría de los tiroteos masivos en Estados Unidos son cometidos por varones blancos.
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Quién es el principal sospechoso
El fin de semana se conoció la identidad del principal sospechoso del asesinato de Charlie Kirk. Se trata de Tyler Robinson, un joven blanco de 22 años, nacido en Cedar City, Utah, proveniente de una familia tradicional y republicana. Es el mayor de tres hermanos, hijo de un pequeño empresario y de una trabajadora social. Además, Robinson es estudiante de tercer año en el Dixie Technical College, y se supo que había ingresado a dicha prestigiosa institución gracias a una beca presidencial por sus buenas calificaciones. Sus compañeros lo describen como un joven reservado, fanático de la política, los videojuegos de disparos y la ciencia ficción.
El anuncio de la identidad del sospechoso que fue transmitido en una conferencia de prensa generó incomodidad en el propio establishment conservador. En sus declaraciones, el gobernador de Utah, Spencer Cox, reconoció que rezó durante 33 horas para que el sospechoso no fuera un habitante de su estado, ni mucho menos un joven blanco, sino que hubiera preferido que se tratara de un inmigrante. Su confesión fue más que un gesto anecdótico: reveló la matriz cultural de un discurso que, al igual que en Argentina, asocia de manera automática violencia, peligro y delito con la figura imaginaria del “otro”. Días después en el programa “Meet the Press” de la NBC, Cox agregó que el sospechoso respondía a una “ideología izquierdista”, que se había radicalizado en los últimos años y que su “roomate”, con quien había estado en una relación afectiva, era una persona en proceso de transición de hombre a mujer.
El espejo desviado de la derecha
En este contexto, la reacción coordinada de sectores conservadores de todo el mundo no se hizo esperar. En Argentina fue La Derecha Diario, por ejemplo, que se sumó a la conversación en X y publicó: “Las minorías se aprovechan de la fragilidad moral de Occidente para inundarlo de violencia”. Una afirmación que intenta reforzar la idea de que la violencia proviene de afuera, de sujetos ajenos al “nosotros” cultural. Ese mismo medio publicó el lunes un artículo que se centra en responsabilizar a las minorías sexuales, particularmente a las personas trans, de las “oleadas de violencia”. La nota se titula “La problemática trans: Ola de matanzas y asesinatos en manos de transexuales en EE.UU.”, y busca instalar una narrativa que vincula a la población trans con los tiroteos masivos. Para ello, en su desarrollo, mencionan 5 episodios de violencia aislados protagonizados por personas de este colectivo, en casi una década, e insinúan que Robinson convivía con una persona trans en proceso de transición, lo que confirmaría el móvil del crimen.
La operación no es nueva: medios como Fox News en EUA, entrevistaron en los últimos días a familiares del sospechoso para reforzar la idea de que su compañero de cuarto “odiaba a los conservadores y a los cristianos” y que es el responsable del comportamiento desviado del joven. El New York Post, por su parte, deslizó que la investigación en curso podría ampliarse para indagar en esas supuestas conexiones con “grupos pro-trans en línea” de Utah. El presidente argentino Javier Milei se subió rápidamente a la discusión y terminó responsabilizando a la “izquierda” y al “odio y resentimiento” como causas del asesinato de Kirk en Estados Unidos, reproduciendo una narrativa que desplaza el análisis estructural y estadístico de la violencia hacia chivos expiatorios externos. Tal como hace con la política local, Milei busca responsables en el otro, en lugar de enfrentar la evidencia sobre género, raza y cultura que los datos revelan. La estrategia es forzar una asociación inexistente entre identidad de género y violencia, y correr el foco del verdadero patrón que revelan los datos.
El propio Kirk solía promover el típico mensaje conservador: las universidades como fábricas de adoctrinamiento de izquierda. Los inmigrantes son violentos. Las mujeres deben dedicarse a las tareas domésticas. Estados Unidos es una nación cristiana y Donald Trump es una fuerza del bien.
Los hechos de asesinatos por individuos aislados recorren la historia de EUA y solo contribuyen a aumentar el espiral de violencia. Según los autores Ben Burgis y Meagan Day, “aunque este tipo de violencia tiene su origen en todo el espectro político, la derecha fue responsable de muchos más casos que la izquierda durante varias décadas. En los últimos años, los agresores parecen provenir cada vez más de elementos políticamente confusos, mentalmente perturbados y fuertemente armados de la población estadounidense, cuya paranoia y desorientación general se han entremezclado con una cultura política incoherente pero brutalmente polarizada”.
Contradictoriamente, la extrema derecha y la administración de Trump utilizarán políticamente el asesinato para aumentar los ataques a los principios democráticos, implementar más medidas represivas contra toda disidencia, y convertir a Kirk en un mártir. El propio mandatario lo adelantó cuando, al dirigirse a su país en un discurso, dijo: “Durante años, los radicales de izquierda han comparado a estadounidenses maravillosos como Charlie con los nazis y los peores asesinos en masa y criminales del mundo. Este tipo de retórica es directamente responsable del terrorismo que estamos viendo hoy en nuestro país, y debe terminar ahora mismo”.
La violencia tiene género y color
Las cifras y estadísticas al respecto son contundentes. Según información del Gun Violence Archive (GVA), que es la organización sin fines de lucro con sede en Washington DC, que recopila los principales datos de la violencia armada en Estados Unidos, 2023 concluyó con 650 tiroteos masivos, casi dos al día, y en 2024 se registraron 487 y, al menos, 15.998 víctimas con armas de fuego. A este dato se suma que, en base a los datos de la organización de investigación suiza Small Arms Survey, en Estados Unidos hay más armas de fuego que habitantes: unas 120,5 por cada 100 personas, y los varones son el doble de propensos que las mujeres a tener un arma de fuego, según una encuesta publicada en 2022 por Gallup. La cultura de las armas de fuego en dicho país es un caso único en el mundo, y se explica, en parte, por la consagración del derecho sacrosanto a su libre portación a partir de la Segunda Enmienda de la Constitución. Las armas son un emblema de la propia identidad nacional, seguridad personal y defensa de la propiedad privada.
Pero la violencia armada en Estados Unidos tiene como protagonista al varón blanco. Según el Mass Shooting Factsheet del Rockefeller Institute, el 95% de los perpetradores de tiroteos masivos en Estados Unidos son hombres. Y más de la mitad (54,4%) son blancos. Mientras tanto, las mujeres representan menos del 5%, y las personas transgénero menos del 1%. En un país en el que en los últimos cuatro años se produjeron en promedio más de 600 tiroteos masivos anuales, no se trata de un desvío estadístico, sino de un patrón sistemático que combina género, raza y cultura.
El sociólogo Michael Kimmel, en su libro “Angry White Men”, describe justamente cómo funciona esta dinámica: varones blancos que, ante el temor a perder privilegios, responden con ira y violencia contra quienes perciben como amenaza. Esa “furia” no es individual ni aislada, sino un producto cultural que se traduce en crímenes, tiroteos y discursos de odio. Responsabilizar a las minorías, entonces, no es un error sino parte de una estrategia política.
Masculinidad, armas y poder
Aceptar esta realidad implica cuestionar una identidad fundacional. En la cultura estadounidense, portar un arma no es solamente un derecho legal, sino que se percibe como un símbolo de masculinidad, poder y libertad individual. Es una construcción que valida al hombre en la posesión de un arma y en su disposición a usarla, como respuesta a la frustración, el odio o la percepción de pérdida de privilegios frente a agentes externos. Por supuesto que son múltiples los factores, individuales y colectivos, detrás de los tiroteos masivos y la violencia armada, sin embargo se puede afirmar que existe un vínculo directo con las concepciones sobre la masculinidad que fomentan la violencia y la dominación social.
Una investigación de 2014 publicada en la revista Men and Masculinities advierte que, en la cultura norteamericana, la violencia es casi sinónimo de masculinidad, y sintetiza que “el derecho de los hombres blancos heterosexuales se fusiona con la movilidad descendente, la masculinidad subordinada y otros acontecimientos decepcionantes del curso de la vida”. En este marco, frente a la deshonra y vergüenza por los privilegios perdidos, los ataques y tiroteos constituyen una suerte de reparación de ese sentido de dominio del que fueron social e históricamente desterrados.
Paradójicamente, de esta manera, se reproduce un círculo vicioso: el varón blanco, que encarna el ideal del “ciudadano americano”, se convierte en el sujeto más peligroso en términos de violencia masiva. Mientras tanto, los medios y voceros conservadores refuerzan relatos que culpan a los márgenes sociales, ocultando lo que las estadísticas muestran con claridad.