Durante los gobiernos nacional populares, esos períodos en que los periodistas independientes se vuelven más independientes que nunca, cuando el periodismo de investigación del adversario vive en auge permanente y se exalta la crítica al oficialismo en cada página y en cada segundo de aire, aparecen también fenómenos singulares. Un ejemplo que vale la pena recordar para entender el comportamiento de los medios de comunicación fue la “crisis asintomática” de 2014.
La cosa era así: la economía estaba en crisis, pero nadie se daba cuenta, porque no había síntomas. No obstante, la falta de señales no limitaba la imaginación mediática y las páginas de la prensa se llenaban con las opiniones de expertos detallando el estado crítico del paciente. Nobleza obliga, sobre el final del segundo gobierno de CFK, la economía acumulaba contradicciones. Era difícil negar que se habían mejorado las condiciones de vida de los trabajadores, lo que sostenía el apoyo popular, pero al mismo tiempo los tres períodos del kirchnerismo no habían transformado de fondo la estructura productiva, por lo que la restricción externa, agravada por el boicot internacional de los poderes financieros tras la renegociación del default de 2001-2002 y la campaña buitre, comenzaba a presionar sobre la estabilidad macroeconómica. Sin embargo, más allá de la irresolución de este problema estructural, de largo plazo por definición, lo que seguro no había era una “crisis”.
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Si se recuerdan estos acontecimientos de hace más de una década es porque en el presente se experimenta un fenómeno contrario. Según los medios de comunicación hegemónicos y la opinión de prácticamente los mismos expertos de antaño, la economía se encontraría disfrutando de un escenario de estabilidad macroeconómica y en vías de sanación y prosperidad. El diagnóstico sería el reverso de una crisis. Pero lo notable es que, al revés de lo que sucedía en los tiempos de la crisis asintomática, los síntomas de crisis brotan por todos lados.
En este espacio se explicó hasta el cansancio que el plan económico es “monomedida”. Todo pasa por mantener planchado el dólar y los salarios, es decir los dos principales precios básicos de la economía, para contener la inflación. El relato de las causas monetarias de la inflación es solo eso, un relato infantil. El primitivo escrito presidencial del rincón del vago en la materia publicado por el Banco Central independiente solo sumó vergüenza analítica. Para empezar, si tuviese algún contenido de verdad, el gobierno no seguiría haciendo todo lo posible para clavar el dólar. De los salarios no hace falta ocuparse, ya que los mantiene a raya la caída de la actividad y el empleo.
Pero en las últimas semanas de julio y una vez que comenzaron a mermar las liquidaciones del agro, las riendas que frenaban al dólar volvieron a soltarse. Agotados los blanqueos y los desembolsos del FMI, primero se intentó frenar la suba de la divisa por la vía del dólar futuro. Parecía que funcionaba y un ministro ensoberbecido bajó la bandera de largada de la carrera alcista con el “no te lo pierdas campeón”. La respuesta del mercado fue un salto de casi 30 puntos en la cotización y un nuevo piso de 1300 para el dólar, un valor cuyo efecto precios será evidente en el IPC de agosto, lo que significa que caerá como un balde de agua fría en la campaña electoral bonaerense. Si hasta hace algunas semanas el clima en el oficialismo era que se descontaba un triunfo en la PBA, en especial luego de pintar con violeta al amarillo, lo que prima ahora es el temor a un revés electoral con efecto rebote en las nacionales de octubre, lo que asestaría un golpe letal al ya tambaleante programa económico.
Luego de la canchereada ministerial del “no te la pierdas” y de las pérdidas millonarias en dólar futuro, pérdidas que harían empalidecer a los macristas que denunciaron al gobierno 2011-15 por recurrir al mismo instrumento, el equipo económico que conduce la barra de ex JP Morgans (banca cuyas decisiones de inversión hay que seguir si se están buscando ganancias financieras) se asustó y comenzó a “darle bomba” a la tasa. Desde la teoría, una tasa real positiva es una necesidad para reconstruir la moneda propia, algo de lo que nunca se enteraron los gobiernos precedentes, pero en el presente no se trata de esta reconstrucción, sino de un intento tardío por corregir errores. Por puro dogmatismo, y no solo escasez en la generación de divisas, se desdeñaron las recomendaciones que venían desde todos los sectores, hasta del FMI, para acumular reservas. Los campeones en insistir que la fuente que regula los precios es la escasez, dejaron la máxima de lado para el precio del dólar.
El nuevo escenario muestra que, sin más dólares en las reservas, en temporada de baja de las liquidaciones de exportaciones, sin lluvia de inversiones por más RIGI que exista y con el crédito externo agotado, la única herramienta disuasoria para que el tipo de cambio no se dispare es la tasa de interés. El arbitraje es teóricamente simple. Si no se quiere que los excedentes financieros se dolaricen, se necesita ofrecer un incentivo en pesos lo suficientemente disuasorio. El problema aparece cuando por ponerle un techo al dólar la tasa no encuentra techo. Es lo que se hizo evidente esta semana y, especialmente, en la renovación de deuda de este mismo miércoles, cuando luego de llevar la tasa a casi el 70 por ciento anual (69,2), es decir una tasa insólita para los actuales niveles de inflación y crecimiento de la economía, la renovación de deuda estuvo muy por debajo de lo esperado por el gobierno, menos de dos tercios (61 por ciento) de los casi 15 billones de pesos que se renovaban, lo que significa una inyección de liquidez de casi 6 billones de pesos, dato que augura fuertes presiones para el dólar a partir de la próxima semana. Agréguese además un dato menos urgente, la suba de tasas no es neutra para el conjunto de la economía, en particular cuando los sectores que mostraban alguna recuperación se basaron en un impulso de la demanda sostenida por el crédito.
La síntesis provisoria es que si escucha en los medios que el principal logro del gobierno es la estabilidad macroeconómica le están mintiendo, están presentes todas y cada una de las señales de agotamiento del programa.