El viejo debate sobre “¿cuándo se jodió la Argentina?” aparece, en principio, demasiado contaminado por las preferencias ideológicas. Las ideologías no están ni bien ni mal, pero pueden funcionar como búsqueda de culpables o como una interferencia para la pregunta de fondo, la pregunta por las causas, la pregunta por el “por qué”.
A la vez, la pregunta entraña otro presupuesto muy fuerte. Si algo “se jodió” es porque antes de joderse estaba bien ¿Y cuándo estaba bien? Hay dos visiones predominantes, la de quienes añoran el modelo agroexportador y la de quienes añoran el modelo de la Industrialización Sustitutiva de Importaciones, la ISI.
El liberalismo más tradicional, incluido el libertarianismo, cree que la era dorada fue la de la Argentina agroexportadora, con toda su mitología de riqueza y PIB al tope del ranquin mundial, datos que confrontan con documentos históricos como el informe de Bialet Masse de 1904 sobre “el estado de las clases obreras en el interior de la República” o los informes realizados por el Ejército a partir de 1901 sobre las condiciones sanitarias de los conscriptos que ingresaban al servicio militar obligatorio, informes en los que los datos predominantes eran la desnutrición generalizada, la proliferación de enfermedades prevenibles, la pobreza extrema, el trabajo infantil y femenino en condiciones insalubres, la explotación laboral en jornadas extenuantes y la falta de legislación protectiva. El peronismo en sentido amplio, en tanto, ubica la edad de oro en los tiempos de desarrollo industrial de la segunda posguerra. En ambos casos las alternativas de política que se sugieren son regresivas en el unívoco sentido de regresar a un statu quo ante.
No se revivirán aquí los términos de un debate conocido, pero ambas visiones suelen desentenderse de las siempre molestas contradicciones internas de los modelos añorados. Ni la economía agroexportadora indiferenciada, totalmente dependiente de las condiciones de los mercados de destino, podía seguir creciendo sobre la base de la expansión de la frontera agrícola, ni la ISI continuar sustituyendo en el contexto de una producción mundial en la que comenzaban a predominar las cadenas globales de valor, es decir bajo el cambio significativo en las escalas de la producción.
Sin embargo, lo que no puede negarse es que entre el siglo XX y XXI se produjo un cambio de fondo que puede expresarse en preguntas de superficie. En el siglo XX una pregunta clásica de las ciencias sociales era por qué Argentina no había sido como Canadá o Australia. En el siglo XXI, en cambio, es por qué resultó superada por Chile y Uruguay. Incluso hasta se piensa en el excluyente y precarizador modelo peruano como un ejemplo de estabilidad macroeconómica a seguir. Las expectativas bajaron y las referencias se latinoamericanizaron.
Siempre inmersos en la coyuntura es posible perderse en el dato más reciente del estancamiento del PIB per cápita a partir de 2011, pero lo cierto es que el crecimiento de la economía en el último medio siglo se encuentra por debajo del 1 por ciento anual promedio. Más allá de cualquier lectura ideológica, la Argentina se volvió un ejemplo de estancamiento económico secular, en el que fenómenos como la inflación, la pérdida de funciones de la moneda y, en general, la degradación política, aparecen como consecuencias de las tensiones sociales provocadas por este estancamiento.
Pensar el desarrollo de la economía local, entonces, demanda como punto de partida desentrañar las causas reales del estancamiento secular dado que es este estancamiento el dato que distingue a la economía argentina de todas las demás. Cuando se dice que la diferencia fue la alta inflación y la consecuente pérdida de la moneda, se confunden causas con efectos.
La primera tentación es creer que la causa del estancamiento se debió principalmente a diversos mecanismos de extracción de renta, sea entre clases sociales y/o entre países. Tales extracciones existen, son el producto del capitalismo y, en general, de las relaciones centro periferia. En el capitalismo, sin embargo, y contra la literatura del tipo “Las venas abiertas”, la relación no es de suma cero, no es que lo que se lleva la metrópoli o el capitalista es exclusivamente a costa de la colonia o del trabajador, sino que, aunque con reparto disigual, existe la agregación de valor, el excedente. Luego en esta relación se encuentran todos los países capitalistas periféricos ¿Por qué uno se estanca y los otros no? La explicación parece estar en otro lado.
Lo que parece haber fallado en la economía local es un desarrollo productivo orientado a la inserción dinámica en los mercados internacionales. Primero, sobre el final de la etapa agroexportadora se intentó sostener el modelo frente al colapso de los mercados de destino, un ejemplo conocido fue el pacto Roca-Runciman. Ya durante la ISI, fue la propia clase capitalista creada por el Estado desarrollista, la que trabajó para patear la escalera del Estado. En paralelo, el propio Estado tuvo “empresas socialistas”, disociadas de sistemas de premios y castigos y por lo tanto de cualquier noción elemental de productividad para su desarrollo en un contexto capitalista.
Luego, frente a la profundización de las contradicciones de la ISI el objetivo de las elites fue terminar con el Estado y sus funciones elementales, debilitándolo progresivamente, lo que no solo significó achicarlo, sino restarle capacidad de conducción del proceso económico. Sus funciones elementales se fueron limitando, la educación y la salud se transfirieron progresivamente a las provincias. La Constitución de 1994 y la ley corta de 2005, con la transferencia de los recursos naturales a las provincias, consolidaron la tendencia.
El objetivo de las elites fue siempre la desarticulación del poder de acción del Estado nacional, lo que se consiguió, pero en el proceso se dio lugar a una balcanización del poder que fue delegándose a los subestados provinciales, muchos de ellos además sobre representados políticamente a partir de la reforma constitucional. Con menos poder del Estado nacional, la inserción internacional de la economía quedó completamente en manos de la espontaneidad del mercado. Por eso se desarrolló solamente el agro pampeano como principal sector proveedor de divisas y solo prosperaron por encima de la media los servicios asociados al agro, desde las finanzas a la logística, ahora casi completamente privada a partir del abandono de la infraestructura ferroviaria. A partir del nuevo siglo, la transferencia de los recursos naturales a las provincias profundizó las desigualdades regionales, con un puñado de provincias exportadoras ricas y subsidiarias pobres. Ello también fue un impedimento para la articulación de políticas nacionales orientadas a la explotación de estos recursos naturales. El caso arquetípico fue el de la minería y la demora en su desarrollo, pero también impactó en la política hidrocarburífera, en la que sin embargo existieron avances a partir de la recuperación de YPF como empresa mixta, lo que significó que funcione como gran articuladora para el desarrollo de la producción no convencional. Lo que faltó fue una YPF minera.
La proyección frente a la progresiva retirada del Estado nacional parece ser una profundización de la balcanización, tanto defensiva como “espontánea” de acuerdo a las fuerzas del mercado. Si todo marcha más o menos bien habrá dos grandes ejes productivos, uno minero energético volcado a lo largo de toda la franja del oeste cordillerano, y otro agropecuario cruzando el centro del país. Estos ejes comenzarán a funcionar como economías de enclave frente a los grandes conurbanos empobrecidos, que serán la fuente de inestabilidad política de la próxima década. No está claro todavía si ello alcanzará para superar el estancamiento productivo secular.