El mito de la sociedad buena y el gobierno cruel

La narrativa de una sociedad buena gobernada por una elite cruel no resiste el análisis: Javier Milei fue elegido porque representó el hartazgo colectivo, en un país donde los valores sociales mutaron al ritmo del derrumbe del Estado, la informalidad laboral y la fragmentación del lazo solidario. El problema no es solo el gobierno, sino la sociedad que lo eligió.

03 de agosto, 2025 | 00.05

Hay un debate antiquísimo de las ciencias sociales, la dicotomía entre la naturaleza humana y el sistema, entre quién formatea a quién. Entre “el hombre es bueno, pero el sistema es malo” de Rousseau y “el hombre es el lobo del hombre” de Hobbes. Según sea una u otra la visión de dónde está “el mal” será la propuesta para el ordenamiento político, para el contrato social o el Leviatán. El balance contemporáneo, o no tanto si se recuerda a Maquiavelo, es que siempre es preferible excluir del análisis a las valoraciones morales, una tarea particularmente difícil, mucho más si a la naturaleza humana y al sistema se le suma el problema de las clases y el Estado. Por ejemplo, para parte de la izquierda, los culpables de los males del presente son los empresarios, o en términos más generales, la “clase capitalista”, de la que el Estado es su aparato de dominación, visión que necesita convivir con la idealización de la inocencia de la clase trabajadora. Si se extiende el razonamiento, los problemas de Argentina se deberían a que tiene peores empresarios que, por ejemplo, Chile o Brasil. Lo mismo corre para la derecha más rancia, que cree que la culpa de todos los males del país fue el empoderamiento de los trabajadores y sus representantes, lo que se atribuye exclusivamente al peronismo y que, por supuesto, idealiza a las clases dominantes, hasta el punto de considerarlas “la reserva moral de la nación”, cuando no la Patria misma.

Acercándonos al presente, siempre dentro de la dicotomía de buenos y malos, seguramente puede recordarse un eslogan publicitario de los gobiernos kirchneristas, el que rezaba “Argentina, un país con buena gente”. Esta visión puede relacionarse con la idea de “crueldad” como atributo del gobierno de La Libertad Avanza (LLA). La síntesis es inmediata, habría una sociedad buena, pero un gobierno cruel. Es evidente que no solo se trata de una visión demagógica y tranquilizadora, en tanto se exculpa a los votantes y se delimita “el mal” a la minoría de quienes hoy gobiernan, sino que va contra un principio central del sistema democrático, el de representación. Cualquier político fogueado en su profesión sabe que para ser elegido debe representar. Las vanguardias, iluminadas o no, son minoría por definición. Por ello existe el negocio de las encuestas, de los focus groups y los cambios de opinión repentinos de algunos políticos que escandalizan al intelectual purista. La primera conclusión preliminar parce clara: Político que no representa no gana, a lo que le sigue que los gobiernos elegidos por el voto popular son como la sociedad que los votó. Sociedad buena, pero gobierno cruel es una disociación.

LLA ganó porque representó. En los actos de campaña, el fondo de pantalla de los escenarios en los que se presentaba Milei eran explosiones, escenas que parecían tomadas de la película “Apocalipsis Now”. Al político acostumbrado a la búsqueda de consensos y a la formulación de propuestas esto debe haberle parecido un desatino. Sin embargo, fue todo lo contrario, las explosiones representaban a una sociedad harta que quería que todo lo conocido vuele por los aires. Este es el fenómeno que antropólogos, sociólogos e historiadores seguirán explicando en el futuro, pero fue el final del camino de más de 40 años de frustración democrática y el comienzo de un nuevo reseteo que, como el de la post crisis de 2001, también parece cumplir la función de terminar con las fuerzas políticas emergentes de aquel año, el macrismo y el kirchnerismo.

El motor de este proceso fue la impotencia social frente a la imposibilidad de encontrar un modelo de desarrollo estable. La economía se estancó desde 2011. El kircnmerismo perdió en 2015 por esta razón principal. El macrismo se propuso furente a la sociedad como la fuerza “republicana” y conciliadora que venía a “conservar lo que está bien y corregir lo que está mal”, pero fue un chasco de persecución política, endeudamiento y regreso al FMI que volvió a atar al país al dominio de los acreedores. En 2019 quedaba la ilusión de regresar al paraíso perdido de los altos salarios pre 2015, que ya se había mostrado insustentable, pero el combo de internas, falta de liderazgo, deuda heredada, pandemia y sequía histórica fue letal. En 2023 la sociedad ya no tenía adonde regresar y, en consecuencia, no solo votó contra el Frente de Todos, votó un nuevo “que se vayan todos”.

Y no votó a un gobierno “cruel”, sino a un gobierno que la representa, lo que lleva a la segunda conclusión preliminar: la sociedad cambió, sus valores cambiaron. Se trata de un proceso que se relaciona no solo con las transformaciones en el mundo de la producción sucedidas en Argentina, sino a escala planetaria, con el fin del empleo estable y formal como ordenador de la vida de los trabajadores y con el progresivo retroceso de los restos del Estado de bienestar. El crecimiento de la informalidad, del cuentapropismo y de la economía de plataformas se tradujo en el deterioro de lo que solía llamarse “conciencia de clase”. El espacio de reunión dejó de ser la empresa y el sindicato. El nuevo ágora es el universo virtual, la verdadera nueva “calle”, un mundo de individuos aislados, solos, en el que los vínculos de solidaridad se rompieron y en el que una granja de trolls eficiente puede generar mejores resultados electorales que la más multitudinaria de las manifestaciones callejeras.

El problema es que, enojada y frustrada, la sociedad votó a Milei porque quería algo nuevo, pero lo único nuevo del nuevo gobierno fue solo Milei quien, a la hora de gobernar, debió recurrir a los cuadros más curtidos de la vieja derecha. La sociedad votó que se vayan todos, pero como en 2001, volvieron todos. Volvieron las Bullrichs, los Sturzeneggers y los Caputos. Y acompañaron también los que nunca se fueron, los Sciolis y los Francos, los Ritondos y los Santillis. El resultado fue que no hay nada nuevo en el nuevo gobierno, que solo es una suerte de macrismo plus cerradamente sostenido por el “círculo rojo”. Sin embargo, la mini corrida cambiaria de esta semana, que el gobierno intentó explicar con la remanida hipótesis del golpe de mercado, un mercado que lo ama, puso en primer plano la precariedad del modelo. Un modelo que, como lo hiciera el macrismo, sigue desentendiéndose de la principal fuerza tectónica que históricamente expresó el desequilibrio de la economía local: el déficit externo financiado con endeudamiento, ese que siempre explota, el fondo de pantalla que siempre está.