El fracaso libertario todavía no alcanzó su piso

11 de septiembre, 2025 | 00.05

En las democracias liberales los resultados electorales son siempre el momento de la verdad. El pasado domingo se terminó con un mito sostenido durante casi dos años, el del ajuste fiscal draconiano aceptado y celebrado por sus víctimas, un contrasentido que excitó a los mercados financieros y que puede considerarse hijo de las turbulencias del final del gobierno del Frente de Todos y de la destreza del poder mediático para venderle a la sociedad gato por liebre. Sin embargo, ya cerca de la mitad de mandato, la gran promesa del programa económico libertario se manifiesta como un fracaso multidimensional. El Estado falla sistemáticamente en toda la línea. No sólo en las áreas que a priori se intentan destruir con la falsa excusa de una mejora en la eficiencia del gasto, como la previsión social, la salud, la educación y la ciencia, sino también en las tareas más pedestres, pero esencialísimas de cualquier gobierno, como entregar patentes para automotores, pasaportes para los viajeros o garantizar la calidad de los medicamentos. Ni hablar de la infraestructura, que no solo no se expande, sino que se abandona y deteriora. Y para completar, la falsa estabilidad macroeconómica, basada en el dólar barato sostenido a fuerza de deuda, vive sus semanas finales. El destino próximo está cantado, salvo que llegue todavía más endeudamiento, lo que no puede descartarse dado el rol que todavía juegan el FMI y la política exterior estadounidense para la región.

Nada debería sorprender. El presidente Javier Milei dijo que la obra pública era “un robo” y que la justicia social era una “aberración moral”, una simple “envidia con retórica”. Y por si a alguien le quedaban dudas, afirmó públicamente que él era “el topo que venía a destruir el Estado por dentro”. En cualquier “país normal”, como le gusta relatar a la burguesía local que odia a su propio país, semejantes dichos habrían sido un escándalo. A simple vista parece una anomalía hasta lógica cederle la conducción del Estado a quien dice que hay que destruirlo. ¿Se imagina el lector el destino de una empresa cuyo presidente sostenga que su objetivo es destruir a la empresa desde adentro? Pero que el monstruo haya advertido y vociferado que nos iba a comer a todos no aquieta el asombro de que la sociedad lo haya elegido, una incógnita que las ciencias sociales todavía no agotaron.

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Tras la elección de 2023 y durante estos casi dos años, el discurso mediático fue que la sociedad aceptaba todas y cada una de las barrabasadas de Milei, incluso su retórica agresiva, primitiva y soez, a cambio de la estabilidad macroeconómica. En el camino se desempolvó la remanida teoría del esfuerzo sacrificial como paso previo al paraíso de la estabilidad. Parece un camino natural, muy a tono con la tradición judeocristiana y, como decía Max Weber, con el espíritu del capitalismo: para estar mejor en el futuro hay que esforzase en el presente. Por eso una parte de la clase trabajadora le entregó al mileísmo un cheque en blanco para que avance con el ajuste. Los sectores populares, sin detenerse en la injusticia de ser otra vez el pato de la boda, cumplieron su parte del pacto. Pero quien no cumplió con la suya fue el gobierno, que antes que a conseguir la estabilidad prometida desarrolló un programa económico monovariable: contener al principal precio básico de la economía, el dólar, a fuerza de deuda y pasándose de rosca con las dos cosas, con la contención, dólar súper barato, y con la deuda, que como con la dictadura, el menemismo y el macrismo, no para de crecer.

Pero el problema se hizo presente también en la calle. La voluntad de sacrificio dura mientras hay esperanza y, como lo demostraron los resultados electorales, la esperanza social da signos de agotamiento. Llama la atención que nadie haya advertido la dimensión productiva de la gran mentira mileísta de haber sacado a “12 millones” de personas de la pobreza. Si tal cosa hubiese sucedido se habría producido una verdadera revolución productiva, con crecimiento del PIB, de la industria, del empleo y de los salarios. Es solo razonamiento económico lógico, para que haya menos pobres tiene que haber más riqueza, más producción. En cambio, todos los indicadores de actividad están para atrás. Desde el uso de la capacidad instalada de la industria a las ventas minoristas, desde los indicadores salariales a la producción industrial. Solo hay mejoras relativas en algunos nichos de exportaciones de recursos naturales, sobre todo agro e hidrocarburos y, en menor medida dada la persistencia en la demora de las inversiones, en la minería. A propósito, la IED, la Inversión Extranjera Directa, se encuentra en mínimos históricos. La economía argentina no es precisamente el paraíso capitalista prometido al que los capitales se desesperan por venir. Y no solo no vienen, muchas multinacionales se van, en lo que va del gobierno más de una decena de grandes empresas. No aumenta ni la producción, ni el empleo. Tampoco hay una revolución exportadora, la escasez de dólares es un hecho. Con el capitalismo mileísta no se come, no se cura ni se educa. El dato nuevo tras las elecciones bonaerenses es que ahora todo el mundo sabe que la sociedad ya lo sabe, por eso el modelo entró en su cuenta regresiva.

Lo que todavía está intacto es el problema de fondo, la voluntad de las elites locales de impulsar, por pura ideología y clasismo, programas económicos que ya fracasaron no una, sino muchas veces ¿Cómo puede explicarse que los mismos actores, los Caputos, las Bullrichs y los Sturzeneggers, fracasen y reaparezcan una y otra vez como si nada hubiese sucedido, que los mismos economistas que encomiaron los fracasos del pasado y volvieron a sostener, al menos en su génesis, el fracaso del presente, sigan apareciendo como “serios” y se los siga escuchando como portadores de verdades? ¿Y ahora? ¿Qué sucederá cuando el dólar deje de sostenerse con entrada de capitales y la falsa estabilidad vuele por los aires? ¿Qué sucederá cuando todo el nuevo endeudamiento y los desastres provocados desde el dólar futuro a las súper tasas deban comenzar a pagarse con el riesgo país en niveles de default? ¿Se volverá a demandar más ajuste sobre trabajadores ya pauperizados? ¿Seguirá reinando la resignación y la mansedumbre social? ¿Los verdaderos ideólogos del Plan Milei, los grandes capitalistas que encerraron al presidente electo en un hotel, seguirán culpando a “los políticos” por el nuevo fracaso? En medio de la escandalosa corrupción mileísta, desde $Libra a las “recontra presuntas” coimas en discapacidad ¿Clarín seguirá titulando canallescamente con “los dólares de Florencia” Kirchner? Cualesquiera sean las respuestas existe una previsión única: lo peor todavía no llegó y la gobernabilidad del modelo entró en zona de riesgo.