Pensar la política para entender el presente: lecciones de la historia y desafíos ante el sismo libertario

El gobierno de Milei marca un punto de quiebre en la democracia argentina y exige un balance profundo de la experiencia peronista y kirchnerista para construir respuestas que superen las simplificaciones, comprendan los cambios sociales y permitan proyectar un futuro democrático sólido.

29 de junio, 2025 | 00.05

Entre las cuestiones que deben ser discutidas en una encrucijada de la complejidad de la Argentina actual está el del lugar de la voluntad política frente a las alternativas reales que ante ella se presentan. La ignorancia o subestimación de la iniciativa política es, sin duda, un grave riesgo para las fuerzas que reivindican su voluntad transformadora. Es así como pueden, por ejemplo, pensarse los sucesos inmediatamente posteriores a la crisis política de fines de 2001. No estaba escrita, de ningún modo, la deriva del derrumbe del gobierno de De la Rúa, ni la emergencia de una conducción de esa crisis, capaz de acompañar y, de algún modo, conducir un episodio que amenazaba seriamente la continuidad de la Argentina democrática recuperada en 2001. No estaba escrito en ningún lado que la caótica situación de entonces fuera canalizada por caminos institucionales y pacíficos. Los roles de liderazgo de Duhalde y de Alfonsín no estaban predeterminados: más bien el clima en las calles insinuaba un incierto panorama que incluía entre sus variantes las formas más caóticas y autoritarias del curso de los acontecimientos. Sin embargo, bajo esos liderazgos, impensables en el curso inmediato anterior, el país fue encontrando un sendero institucional débil y vacilante, pero que, a la postre llevaría al país a una lenta y sufrida recuperación política y social. Cualquiera que revise el debate político de entonces tendrá que aceptar que el camino posterior de nuestra democracia no entraba fácilmente en el canon de la normalidad institucional y la paz social. La interpretación de aquellos tiempos debería precaver contra una práctica muy habitual entre nosotros que consiste en la simplificación -que a veces recae en la banalización- de la acción de las fuerzas políticas que entran en el juego decisorio.

Es muy habitual -y bastante explicable- que los actores políticos elaboren una lectura de los acontecimientos acorde a sus intereses y sus cálculos. En esa lectura, la acción de las fuerzas “propias” suele adquirir una relevancia central por encima de una multitud de acontecimientos imprevisibles e inesperados. Los años de la experiencia kirchnerista han pasado a engrosar el patrimonio de este repertorio político. Así, la emergencia y/o el ocaso de tal o cual liderazgo, de tal o cual tendencia gubernamental pasan a engrosar el patrimonio de interpretaciones históricas con pretensiones absolutas a la hora de interpretar la historia. En la práctica, eso termina oscureciendo los móviles sobre cuya base actuaron los protagonistas reales y facilitando interpretaciones más cercanas a necesidades (legítimas en sí mismas) de determinados actores que a una lectura objetiva de los hechos históricos.

¿Cómo fue posible la emergencia del fenómeno Milei sobre el trasfondo de la experiencia de gobierno kirchnerista entre 2003 y 2022? ¿Es el resultado “objetivo” e ineluctable de procesos que se fueron incubando en esa experiencia? ¿fue el fruto de fuerzas que actuaron deliberada y al fin exitosamente con ese fin? ¿cuáles fueron las causas de que un proceso político como el kirchnerismo tuviera la deriva de un gobierno como el que encabeza el actual presidente? Frente a estas preguntas es muy problemática la pretensión de construir respuestas definitivas y mucho menos de determinar con precisión quirúrgica la red de acciones, de intenciones, de miedos y ambiciones que construyeron la realidad que vivimos hoy.

El actual presidente, sus aliados, adversarios y enemigos no son idénticos a quienes eran antes del triunfo electoral “libertario”. Tampoco las fuerzas que lo enfrentan se dejan interpretar por los datos de su historia previa a la conquista del gobierno. La Argentina en su conjunto ha cambiado, y pensar en la naturaleza y la proyección de esos cambios es la condición central para pensar, planificar y actuar en la política argentina de hoy, 

Viene a cuento una de las experiencias centrales de la historia moderna de nuestra patria: la del derrocamiento de Perón en 1955, su exilio, la represión contra el movimiento que dirigía. Sus reflexiones públicas en el corto período de su vida transcurrida luego de su regreso en 1972 pueden tomarse como punto de referencia: cómo pensar esas reflexiones sino como actualización política y doctrinaria, como búsqueda de recuperar el sentido histórico-general de un proceso histórico, puesto por encima de las pasiones y los impulsos circunstanciales. La obra en el caso del Perón de los años de su regreso es una obra inconclusa, pero es un testimonio histórico a la altura de cualquiera de sus acciones y sus reflexiones previas.

¿Qué tiene que ver esta historia con la que hoy estamos viviendo? Cualquier intento de traslación mecánica entre una y otra experiencia resultaría ridícula. Pero, ¿por qué no intentar que el peronismo -y el país político en su conjunto- haga un ejercicio de mirada retrospectiva del período peronista abierto en 1973? ¿por qué no intentar un balance colectivo de esta experiencia? Es posible que sin el intento de ese balance colectivo no logremos aprender gran cosa de este sismo que parece recorrer la patria sin que terminemos de entender la ilación de los hechos superando las simplificaciones infantiles y los “pases de factura” que terminan oscureciendo la historia.

El gobierno de Milei no es un pasaje más de nuestra historia: es el tránsito de un período signado por la recuperación de la democracia, por el debate de nuestra constitución, de su texto, pero sobre todo de su espíritu y sus perspectivas. Solamente un debate profundo de esta dura y dolorosa transición superaría la pobre perspectiva que nos ata al pasado. Solamente poniendo en perspectiva histórica la decadencia que sufrimos y los peligros que nos amenazan podemos organizar un pensamiento presente de cambio y un futuro democrático consistente.