Aunque algunos economistas digan que el modelo no es “deuda dependiente”, acudiendo a las típicas falacias contables del detalle y el detallecito, lo cierto es que la tarea principal del Ministerio de Economía es, precisamente, tomar deuda. La selección de personal fue brillante. El sillón del quinto piso fue para un récord man global en la materia y debe reconocerse que no lo está haciendo nada mal. Luis Caputo toma deuda, recordando viejas épocas, como un campeón de la Champion. Por eso, lo único que crece en la Argentina, además de la porción del ingreso que se llevan los más ricos, es la deuda, de la que seguramente se seguirá explicando que “todavía no es muy alta en relación al PIB en la comparación internacional”.
Nobleza obliga, es verdad que el blanqueo de 2024, que significó el ingreso de más de 23 mil millones de dólares, fue una gran ayuda para equilibrar las cuentas externas y no fue deuda pública. Pero por más creatividad que se aplique a la contabilidad, al final del día el resultado contable es matemático: si aparece un déficit persistente en la cuenta corriente del balance de pagos es porque de algún modo ya fue financiado. (Sí, cuando el déficit aparece registrado es porque ya se financió). Y si los dólares propios no alcanzan, sean de las reservas o del comercio exterior, significa que la diferencia se cubrió con entrada de capitales, sean inversiones o deuda. Por ejemplo, sólo en abril pasado, vía FMI y Banco Mundial ingresaron otros 14 mil millones de dólares a pagar por las generaciones futuras. Hace pocos días se colocaron mil millones adicionales y el objetivo, vía Bonos y Repos, es colocar 7000 millones más (pero el modelo no es deuda dependiente…). Todos los anuncios económicos de la última semana consistieron, precisamente, en generar contexto para facilitar esta multiplicación de pasivos. Se agrega que todo ocurre, además, en los meses de mayor oferta de dólares, es decir en los meses pico de liquidación de la cosecha, que van de abril a julio.
La nueva deuda tiene asignación específica: permitir la continuidad del dólar barato que, en la práctica, funciona como un verdadero bálsamo para todos quienes tienen ingresos. Las razones son múltiples, la primera es que es el gran estabilizador de la economía. La relación con la inflación es directa. Mantener a raya la inflación es mantener quietos los precios básicos. Y el principal precio básico es el del dólar, seguido de cerca por los salarios. Esta es la explicación de la festejada y festejable baja de la inflación desde que se consiguió un nuevo arreglo con el Fondo. También la razón de las turbulencias pre arreglo.
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Si el dólar se calma y los precios se calman, la sociedad se calma y los medios de comunicación pueden seguir repitiendo, sin disonancias, que la economía mileísta es una maravilla. Seguir diciendo que el personaje es una bestia peluda, “Javier es así, auténtico”, pero que lo importante es que “a la economía le va bien”. Si usted lector tiene ingresos bajos no pierde todos los meses contra la inflación, si sus ingresos superan la mínima seguramente está disfrutando de comprar pasta italiana, frutas chilenas y cerdo danés, por no hablar de las delicatesen. Y si sus ingresos son de medios para arriba seguro ya compró por Amazon y vacacionó en el exterior. En suma, el efecto riqueza del dólar barato contenta a todos, porque estabiliza y porque amplía el acceso a la oferta de bienes y servicios.
Pero no todo lo que brilla es oro, la contrapartida del esquema es la heterogeneidad que se observa en el consumo como consecuencia de la redistribución regresiva del ingreso y sus efectos sobre el aparato productivo. Se trata de fenómenos que, tanto a los memoriosos como a los estudiosos de la historia económica, hacen recordar a la década del ’90, no casualmente reivindicada por el oficialismo. En el caso del consumo se observa, siguiendo algunos números reseñados por la consultora Audemus, que en lo que va de la administración libertaria, es decir en la comparación 2025-23, el patentamiento de autos 0 km creció el 39,8 por ciento, el de motos 0 km, el 23,3 por ciento y las ventas en shoppings, el 1 por ciento. En contrapartida, las ventas en supermercados cayeron el 9 por ciento, las ventas de electrodomésticos el 13,6 y las ventas en mayoristas el 15,6 por ciento. Estas caídas del consumo reflejan lo que ocurre en el mundo del trabajo, donde solamente recuperaron levemente sus ingresos durante la era Milei los trabajadores formales, alrededor de 6 millones de personas que representan un tercio del universo de los asalariados, incluidos los pasivos. Los números agregados expresan una caída de la demanda.
En este contexto, la tarea central de la administración económica se limita a sostener la estabilidad cambiaria, lo que significa hacer todo lo posible para que el flujo del ingreso de capitales, por la vía que sea, no se corte. Las consecuencias destructivas de mediano plazo sobre la estructura productiva simplemente no forman parte de la ecuación. Todo funciona “como si” el futuro no existiese. El único objetivo del oficialismo parece ser el cortísimo plazo, llegar a octubre sin sobresaltos, ganar las elecciones de medio término y, con este capital, profundizar el modelo de aniquilación del Estado, como si ello fuese una solución en sí misma. La pregunta que todos prefieren no formularse es que sucederá cuando la historia se repita, es decir, que pasará cuando llegue el momento inevitable en el que ya no se pueda seguir tomando deuda y el dólar deje de ser barato, pero con el aparato productivo y el empleo destruidos. Que frente a ello la única propuesta de la oposición sea concentrarse en “Cristina libre” probablemente no ayude a despejar mucho el panorama.