En una época en la que cuesta levantar los ojos del teléfono es lógico que la atención se la lleven los videos de Tik Tok, los recortes en X o la viralización de contenido en Facebook o Instagram. Cada novedad política que aparece tiene un correlato tecnológico, que se convierte en el fetiche de la temporada y se lleva la marca, dejando tras de sí una estela de imitadores con mayor o menor éxito.
De lejos todas se ven igual, pero hasta que no te das de frente con una de ellas no sabés si es un iceberg, que esconde una realidad sólida debajo de la superficie luminosa de las pantallas, o un cubito de hielo que más pronto que tarde se incorporará al océano sin dejar ninguna constancia de haber existido. La diferencia entre unas y otras no está en lo que pasa en las redes sino en la calle.
¿Qué tienen en común las campañas de Zohran Mamdani, Javier Milei, Axel Kicillof o Donald Trump? Todas articularon una base social a partir de la cercanía con su electorado y la conformación de redes sociales, pero no en el sentido digital del término sino en el tradicional. Cada uno, a su manera, construyó su camino utilizando los lazos que resisten o se crean en esta sociedad atomizada.
El trabajo de voluntariado del capítulo neoyorkino de los Socialistas Democráticos, el rol crucial de las iglesias neopentecostales en el crecimiento de la ultraderecha en América, de polo a polo, y la concienzuda tarea territorial de los intendentes peronistas en el conurbano, barrio por barrio, tienen más puntos en común de lo que parece a simple vista y allí pueden encontrarse, quizás, las razones de su éxito.
El filósofo brasileño Rodrigo Nunes escribió sobre el asunto después de observar la tarea del evangelismo en Brasil, sin la cual no se puede explicar el fenómeno Bolsonaro. “Para constituir un nuevo realismo la izquierda necesitará más que una visión atractiva de un futuro alternativo e ideas plausibles de cómo lograrlo. Ella tendrá que articular una base social y construir estas ideas junto con ella”, dice.
“Para eso será necesario ejercitar la capacidad de hospitalidad, de estar presente en la vida de las personas, de conocer sus problemas, de propiciar espacios donde puedan experimentar su propio poder y, así, ofrecer respuestas situadas no sólo en el futuro sino aquí y ahora. Encontrar nuevas formas de hacer lo que las iglesias evangélicas hacen muy bien hoy y alguna vez se conoció como trabajo de base”.
El libro es de 2024 pero puede aplicarse muy bien al trabajo que viene realizando DSA, Socialistas Democráticos, la organización en la que milita Mamdani, desde hace una década, y que explica el resultado de las últimas elecciones neoyorquinas mejor que cualquier interpretación algorítmica. Aunque la mayoría de las crónicas hablan de un candidato que “salió de la nada”, la realidad es muy distinta.
Los más de cien mil voluntarios movilizados no se juntaron en las redes sino en la calle. Una crónica escrita desde adentro de la DSA por un colaborador del candidato dice: “La mala noticia es que no hay atajos: el crecimiento de Mamdani sólo fue posible por diez años de trabajo duro puerta a puerta en las trincheras de la política. La buena noticia es que no hay secretos: se puede hacer, sólo hay que hacerlo”.
La nota describe la organización del capítulo neoyorquino de DSA, en la que cada postulante debe someterse a un intenso escrutinio de la militancia antes de una votación en la que se deciden, caso por caso, y con la participación de todos los miembros de la organización, las candidaturas. Y ese apoyo es condicional a sostener los principios consensuados durante todo el ejercicio del mandato.
“Como sostenemos principios específicos, podemos movilizar a nuestros miembros para actuar en masa por esos principios. Nuestros voluntarios no esperan a que los llamen para salir, quieren salir porque creen en un proyecto político colectivo y participaron en el proceso que llevó a apoyar esa candidatura”, explica en su artículo el militante de DSA Michael Thomas Carter.
Ese proceso de construcción colectiva, además de afianzar a los candidatos elegidos también forjan vínculos reales y significativos entre los militantes y con los vecinos. Y esa es la materia prima de la que está hecha la política. Otra nota, publicada por el New York Times, da cuenta de ese fenómeno desde otra óptica: la de una generación que encontró sentido a una campaña política.
“Adictos a las pantallas, con poca plata, espiritualmente a la deriva y afectados socialmente por la pandemia, los jóvenes neoyorquinos necesitaban una razón para salir de casa. La encontraron en la candidatura de Mamdani”, escribió Emma Goldberg. “Ser voluntarios de la campaña se convirtió en un alivio para los miembros de una generación diagnosticada con ansiedad y soledad”.
“La campaña de Mamdani no quería que ser voluntario se sintiera como un trabajo sino como la oportunidad para conocer gente nueva y descubrir rincones desconocidos de Nueva York. Su visión de la ciudad, explicó el equipo de campaña, es la de un lugar alegre: uno en el que los neoyorquinos puedan pasar menos tiempo matándose de esfuerzo y más tiempo pasándola bien”, dice la nota.
Como advierte Nunes, ese trabajo capilar es uno que, en el otro extremo del arco ideológico, las iglesias neopentecostales vienen haciendo con mucha efectividad. Los pastores evangélicos suelen ser vecinos de los barrios donde tienen su congregación, lo que les confiere una legitimidad que luego vuelcan a la política a través de varios mecanismos, que incluyen el acceso a cargos de primera línea.
Esta semana se formalizó la alianza entre ACIERA, una de las dos organizaciones que nuclean a las iglesias evangélicas en la Argentina, y el gobierno de Javier Milei, con una ceremonia en la Casa Rosada. Los vínculos de estos sectores con la derecha argentina y norteamericana fueron detalladamente explicados por Diego Genoud en una nota muy completa que publicó El Destape.
De acuerdo a una encuesta nacional sobre creencias realizada en el año 2019 por el CONICET, en un año la población evangélica en la Argentina pasó del 9 al 15 por ciento en una década. El crecimiento se dio principalmente en niveles educativos y económicos bajos, en la periferia de las ciudades: sectores especialmente afectados por la volatilidad económica y el repliegue estatal.
Al ocupar los vacíos dejados por el abandono del Estado de su rol social, las iglesias ganaron legitimidad y se expandieron rápidamente. En paralelo multiplican los vasos comunicantes con el poder a partir de la doctrina del “dominionismo”, importadada de los sectores ultraconservadores de Estados Unidos y que no difiere mucho de la sharia islamista en su intento de teologizar la política.
Con más de 15 mil iglesias evangélicas en todo el país, sobre todo el conurbano bonaerense, el NOA y la Patagonia, ACIERA tiene una estructura de penetración territorial difícilmente igualable. Los recursos de los que disponen, por aportes privados o cuantiosos convenios con el ministerio de Capital Humano, se vuelcan en la construcción de vínculos sociales potentes que luego traen rédito político.
Ese trabajo de cercanía no es muy distinto a lo que muchos comunicadores y dirigentes políticos llaman despectivamente “aparato” o “clientelismo” cuando lo hacen intendentes peronistas. Los métodos pueden diferir pero el ejercicio de establecer relaciones políticas significativas a partir de la convivencia cotidiana y la resolución de problemas concretos es básicamente el mismo.
Los resultados también son similares: esa “cercanía” fue la que garantizó tanto en 2023 como en 2025 que muchos gobernadores e intendentes opositores fueran reelectos con fuerte apoyo local mientras una ola violeta sorprendía en las elecciones nacionales, un contraste que nunca se vio tan claramente como en diciembre y octubre de este año en la provincia de Buenos Aires.
Lo novedoso de la campaña de Mamdani no se trata, por lo tanto, de “algo nuevo”, sino más bien al contrario, de rescatar las formas de la vieja política, la que cambia para bien la vida de los que más lo necesitan no por la decisión lejana de un burócrata o un líder sino por el trabajo cotidiano de los que te rodean. Una vez que esas redes funcionan, las pantallas son muy útiles para que el mensaje circule.
Sin esas redes primordiales latiendo en las calles, si el cuestionamiento al individualismo de esta época sigue siendo tema de estudio de los filósofos y no materia prima en las Unidades Básicas, si los valores que se predican no se ejercen de manera cotidiana, un video de Tik Tok nunca va a ser más que eso y sus protagonistas podrán ser famosos o influencers, pero eso no es política.
