Milei, Manzano y los yates de los supermillonarios

Las actividades en las que diversifica sus intereses el empresario lo vuelven una pieza clave para Milei en esta nueva etapa: explotación de litio, potasio y gas, medios de comunicación y distribución energética. Los negocios se entrecruzan. 

08 de noviembre, 2025 | 17.30

Los negocios más importantes de los primeros dos años del gobierno de Javier Milei se cerraron en el Hotel Libertador, donde el presidente vivió durante varias semanas en el tramo final de la campaña y hasta bastante después de haber asumido su cargo. Es posible que los negocios más importantes de los segundos dos años de su mandato se hayan cerrado esta semana en otro hotel, el Marriott Marquis de Miami, donde Milei recibió, fuera de agenda, al empresario José Luis Manzano.

El mendocino fue peronista renovador y diputado a los 27 años tras la vuelta de la democracia, menemista especializado en privatizaciones desde los dos lados del mostrador, en los 90s, y empresario experto en mercados regulados a partir de entonces, durante este siglo hizo buenos negocios y buenas migas con todos los gobiernos y el de Milei no es una excepción, a pesar de la cercanía histórica de Manzano con quien fuera su rival en las elecciones de 2023, Sergio Massa.

Las actividades en las que diversifica sus intereses el empresario lo vuelven una pieza clave para Milei en esta nueva etapa: explotación de litio, potasio y gas, medios de comunicación y distribución energética. Edenor, una de las empresas más importantes del holding Integra Capital, modificó hace poco su estatuto e incluyó negocios en inteligencia artificial, minería y telecomunicaciones, alineándose con los planes de la Casa Rosada para esas áreas.

Los negocios se entrecruzan. A pocos días de la cita en Miami, Manzano participó de la compra de Telefé, YPF le compró a Integra la mitad de Refinor, una refinería que está cerrada desde abril, por algo más de 25 millones de dólares. El empresario había pagado por ese activo algo más de 10 millones hace tres años. El gobierno, en simultáneo, anunció la desregulación de tarifas hogareñas, que beneficiará a Edenor y Metrogas, otra empresa de su holding. Y el empresario apunta a las operaciones de Shell en el país.

Integra tiene inversiones en una docena de provincias, entre ellas algunas que pueden ser clave para que avancen las reformas que impulsa el oficialismo, como Chubut, Neuquén, Río Negro, Catamarca, Salta y Jujuy. Manzano cultiva buenas relaciones con los gobernadores y es un poderoso aliado para conseguir la “gobernabilidad” que exigen a Milei sus aliados locales e internacionales. Él mismo plantea, en privado, que el gobierno se beneficiaría con un gabinete más preparado.

Manzano había sido noticia hace unos meses, en julio de este año, por el incendio de su superyate Sea Lady II en el puerto de Saint-Tropez. La embarcación, de fama mundial por tratarse de uno de los navíos de lujo más grandes de su tipo, tenía más de 40 metros de eslora, navegaba bajo bandera de Malta y estaba valuado en más de cien millones de euros. Pocos meses antes del siniestro había sido renovado y modernizado por completo. Hoy sus restos van a desguace.

El año pasado el ensayista norteamericano Evan Osnos publicó su libro “Los que tienen y los que tienen yates”, donde pone su mirada sobre los hábitos y costumbres de los supermillonarios, el grotesco aumento de sus fortunas después de la pandemia de Covid-19 y en qué usan ese dinero, su aislamiento cada vez mayor de la sociedad y el mundo que habitamos, y cómo eso los terminó convirtiendo en una nueva cultura, diferente a la del resto de los habitantes de la Tierra.

Uno de los hallazgos del autor es el rol central que juegan los grandes yates en esa cultura, en la que se convirtieron en el símbolo más exclusivo de riqueza sin límites y diferenciación entre los miembros de esa verdadera élite de pocos miles en todo el planeta. Uno de ellos, citado en el libro, dice: “Vos tenés un chef, yo tengo un chef. Vos volás en privado, yo vuelo en privado. La única forma que puedo mostrarle al mundo que estoy en otra puta categoría que vos es el barco”.

Existe una relación directa y notoria entre la captura cada una fracción cada vez mayor de los excedentes de la economía global por parte de los supermillonarios, que les permite embarcarse en extravagantes competencias de consumos de lujo o carreras a Marte mientras las personas que viven de su trabajo, empleados, cuentapropistas o dueños de empresas pequeñas, en casi todos los rubros y en todos los países de occidente, lo hacen en condiciones cada vez más precarias.

Un informe sobre desigualdad global ordenado por el G20 a un grupo de expertos que encabeza el economista Joseph Stiglitz y que se dio a conocer la semana pasada da cuenta de que en un contexto en el que las grandes fortunas no paran de crecer, un cuarto de la población del planeta, más de 2300 millones de personas, se saltea regularmente comidas por falta de acceso. El número aumentó en más de 300 millones, un 15 por ciento, en el último lustro.

En el mismo período de tiempo se registró lo que el informe llama “una explosión de riqueza privada que se basó sobre todo en un aumento de la riqueza financiera”. El número de personas cuya fortuna supera los mil millones de dólares ya es más de 3000, y controlan riqueza equivalente al 14 por ciento del producto bruto global. En 1990 eran diez veces menos y acumulaban “apenas” el 2,5 por ciento. Este proceso no estuvo acompañado por una mejora en la productividad del capital.

Así como la crisis financiera de 2008, que inundó el mercado financiero de liquidez sustentada en deuda estatal, transfiriendo riqueza pública a manos privadas en cantidades inéditas, la pandemia de Covid-19 inclinó aún más la balanza en favor de los que más tienen. Durante el año 2020, mientras la economía mundial se desplomaba casi cinco por ciento, 86 de cada 100 de los supermillonarios que figuran en la lista de Forbes vieron incrementos significativos en sus fortunas.

A medida que uno se acerca a la punta de la pirámide, el fenómeno se acentúa. Si se considera al veintemillonésimo más rico del planeta, alrededor de 200 personas en total pasaron de tener, en promedio, una fortuna de 1500 millones dólares en 1987 a casi diez veces más, 15 mil millones en 2013, y 45 mil millones en 2025. Tomando al cienmillonésimo, menos de 50 personas, pasaron de 3 mil millones en el ‘87 a 35 mil millones hace diez años y más de cien mil millones ahora.

“Más allá de cierto umbral, todas las fortunas aumentan a ritmos muy elevados. Una vez establecidas, la dinámica patrimonial sigue su propia lógica y un capital puede seguir aumentando a un ritmo sostenido durante decenios, simplemente debido a su cuantía”, advirtió el economista Thomas Piketty. “Por justificadas que sean al principio, sus fortunas se multiplican y se perpetúan a veces más allá de todo límite y de toda posible justificación racional en términos de utilidad social.”

No se trata de una falla del sistema. Así funciona un “mercado perfecto” a falta de instituciones políticas que intervengan para atenuar la desigualdad. En la Argentina de Milei, como en buena parte de occidente, esas instituciones hoy trabajan para reforzar esa desigualdad y facilitar la acumulación infinita. Esa acumulación, a su vez, refuerza la influencia política de la casta de super ricos, que en estas épocas se manifiestan principalmente a través de candidatos y movimientos de ultraderecha.

Para Piketty, “están reunidos todos los ingredientes para que la participación en la propiedad del capital del planeta” por parte una casta alcance niveles desconocidos. Se trata de “una divergencia de tipo oligárquico, es decir, un proceso en el que los países ricos serían poseídos por sus propios multimillonarios o, de manera más general, en el que el conjunto de países sería propiedad de manera cada vez más masiva de los multimillonarios y demás archimillonarios”.