Tras un oscuro día de injusticia, el país se aventura en territorios inexplorados. Una Corte Suprema con apenas tres miembros desprestigiados decidió meter presa y proscribir a Cristina Fernández de Kirchner, la dirigente política más importante del siglo, dos veces presidenta y una vice, principal figura de la oposición en la actualidad y precandidata en las elecciones de este año.
Con un fallo vergonzante que hace la vista gorda sobre las abundantes irregularidades en el proceso y fue celebrado por toda la plana mayor del gobierno nacional, los cortesanos sumaron a la Argentina al club de países donde se detienen opositores con causas amañadas, un selecto grupo del que forman parte Corea del Norte, El Salvador, Nicaragua y Venezuela.
¿Se puede seguir hablando de democracia, en este contexto? El politólogo polaco Adam Przeworski habla de “un sistema democrático que se desliza por una pendiente contínua, de modo que es posible disentir, con razón, respecto de si un régimen en particular sigue siendo democrático” pues “la línea que divide las democracias de las no democracias no siempre es clara”.
En todo caso, más allá de la palabra que se use para describirlo, se trata de un sistema en el que las instituciones que deben velar por el bien común y aplicar las leyes se inclinan en cambio ante el poder económico, que gobierna a través de los mecanismos de la democracia pero los rompe sin conflicto cuando ya no le sirven, invirtiendo, en la práctica, el espíritu de la Constitución.
En noviembre de 2023, pocas horas antes del ballotage, escribí en El Destape que esa elección “se convirtió en un plebiscito sobre el consenso democrático que los argentinos nos dimos en 1983”. El resultado fue trágico.
También escribí:
“La democracia cumple cuarenta años ininterrumpidos por primera vez desde que se instauró el sufragio universal, en 1916 (momento en el que, según dijo uno de los candidatos que hoy compiten por la presidencia de la Nación, comenzó la decadencia del país).”
“Entre el primer golpe de Estado, en 1930, y el final de la última dictadura, en 1983, más de medio siglo más tarde, la Argentina tuvo apenas once años de gobiernos democráticos elegidos en comicios libres y transparentes sin proscripciones. Fueron once años de gobiernos peronistas.”
“Desde 1983, en cambio, llegaron al poder de forma democrática y gobernaron dos presidentes radicales, cuatro peronistas y un empresario de derecha que había fundado su propio partido unos años antes. Hoy, en el cuarto oscuro, estará la boleta de un obtuso economista que hizo su fama en televisión y no cuenta con apoyatura territorial en todo el país.
“Sus chances de triunfar parecen intactas, a pesar del festival de errores no forzados que adornó su campaña. Los argentinos tenemos muchos problemas. Desde hace cuarenta años, la elección de nuestros representantes no es uno de ellos.”
En diecisiete meses de Milei, este no es el único problema nuevo que nos trajo, pero sí es uno de crucial importancia.
En este año electoral, cada domingo que se abrieron las escuelas, se registró un récord negativo en la cantidad de votantes. Esos niveles de ausentismo le permitieron al gobierno nacional anotarse triunfos parciales con una cantidad relativamente baja de sufragios, reforzando una narrativa de popularidad y fortaleza política que utilizaron para seguir gobernando por decreto, una maniobra que Diego Genoud bautizó “la tiranía del 30%”.
La proscripción de CFK puede hacer que más votantes se alejen del cuarto oscuro, profundizando ese problema para los opositores. La desafección democrática es, al mismo tiempo, causa y efecto del gobierno de Milei, que de esa forma retroalimenta su maquinaria del caos con cada centímetro que el país se desliza por la pendiente.
El vergonzoso fallo contra la expresidenta debe servir, en cualquier caso, como un recordatorio para el próximo que tenga la responsabilidad de gobernar este país por y para las mayorías: ningún logro, ninguna conquista será posible si antes no se cambia un Poder Judicial que está corrupto hasta la médula y se le pone un límite estricto al poder económico que es el que lo corrompe.