A casi veinte años del crimen de Nora Dalmasso en Río Cuarto, Netflix estrena a nivel mundial una nueva serie documental sobre el caso que explora y profundiza en las complejidades del femicidio que conmocionó al país y aún permanece impune. Según el propio director, Jamie Crawford, a través de testimonios exclusivos de su círculo cercano como los de sus hijos Facundo y Valentina Macarrón, su viudo Marcelo Macarrón, amigos y periodistas, y material inédito del ámbito judicial y policial, se busca proponer una mirada que trascienda el escándalo, el escarnio y la espectacularización mediática a la que fue sometida la víctima.
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"El asesinato de Nora Dalmasso es uno de los crímenes más infames de Argentina, un femicidio transformado en una telenovela y alimentado por la intriga sexual, corrupción y conspiración", expresó al respecto el británico quien decidió encabezar el proyecto ya que vivió un tiempo en la ciudad cordobesa. El tiempo transcurrido desde noviembre de 2006 hasta hoy, y los avances en materia de lucha contra la violencia de género, invitan a retroceder la mirada para repasar no solo la impunidad judicial ante la brutalidad del crimen, sino también analizar la violencia simbólica que fue desplegada sistemáticamente por los medios de comunicación y la opinión pública.
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El espectáculo de la revictimización
A los ojos actuales se puede interpretar que el femicidio de Dalmasso estuvo recubierto y narrado por una cobertura misógina y patriarcal que operó como demarcatoria, poniendo en marcha un claro método de disciplinamiento social sobre las vidas y cuerpos de las mujeres. No casualmente “Las mil muertes de Nora Dalmasso”, el nombre que lleva la serie, hace referencia al proceso de revictimización al que estuvo sometida la figura de Nora, quien fue asesinada una y mil veces por quienes, desde los medios, se encargaron de desviar la atención de la investigación del crimen y sus responsables, hacia su vida privada, su sexualidad, y sus vínculos personales.
Cabe, en este sentido, citar algunos titulares de notas periodísticas y artículos sobre el caso que se adentraban en su estilo de vida, castigándola por no encajar en el rol de esposa y madre de country “socialmente esperable”, y de alguna manera justificando su muerte: “La historia de una reina de la belleza con final trágico. Sólo vestía ropa de marcas exclusivas y era el centro de atención de todas las fiestas”(Clarín, 03/12/2006); ”Cuando el placer se logra con extrañas prácticas” (Infobae 6/12/2006); “Caso Dalmasso: "Nora era muy seductora naturalmente"(Infobae 22/11/2007); “Caso Dalmasso: pedirán a amigas que revelen nombres de los amantes de la víctima”, (Ámbito, 27/01/2007 ); “Crimen del country: misteriosa cena con cuatro hombres en la mira”(Minuto uno, 02/12/2006). Un titular paradigmático fue “El crimen del country: harán 18 exámenes de ADN” (Infobae, 05/12/2006), que, lejos de informar sobre la investigación ya que jamás se comprobó dicha orden, buscaba manipular mediáticamente el caso y resaltar la idea de que Nora tenía 18 amantes.
No solamente eso, sino que las fotografías que mostraban el cuerpo desnudo de Nora en la escena del crimen, las cuales formaban parte de la causa judicial en oportunidad de la investigación policial, se filtraron y fueron publicadas, sin consentimiento, en junio de 2007, en la segunda edición del noticiero de América TV. Por ese hecho el abogado del viudo Marcelo Macarrón presentó una demanda contra el canal y contra los periodistas Mónica Gutiérrez, Guillermo Andino, Cynthia García y Román Lejtman. En dicha oportunidad el Comité Federal de Radiodifusión emitió un comunicado donde señala que la decisión del canal “no aporta ni tiene ningún valor periodístico para el televidente, sino que suma y favorece el exhibicionismo y la morbosidad de la que hacen uso la mayoría de los programas, además de manifestar el mal tratamiento de la información”, y advirtió a otros medios que se abstengan de reproducirlas, bajo pena de una multa de 50 mil pesos por cada emisión.
“Norita" (apodo que se convirtió en una suerte de burla e infantilización) se transformó en un personaje de novela marketinero y comercial: extravagante, provocadora, infiel, deseante, oscura y sexual. En Río Cuarto a alguien se le ocurrió que era legítimo usar el femicidio y la imagen hipersexualizada de la víctima como estrategia comercial, y lanzó una serie de remeras con la inscripción irónica "No estuve con Norita". Las piezas, en diferentes talles y colores, eran vendidas en Mercado libre a 30 pesos.
Por el impacto que había generado y el atractivo del caso, su cobertura rápidamente se volvió un show mediático con tono sensacionalista en el que lo relevante no era quién la mató, sino con quién se acostaba, cómo vestía, qué consumía, si usaba ropa interior con encaje o si llevaba maquillaje al momento de su muerte. Incluso llegó a circular información del uso de lubricante vaginal o posiciones sexuales, se instalaron rumores sobre amantes, prácticas supuestamente “anormales”, “orgias”, “sexo duro”, y hasta se insinuó que tenía relaciones incestuosa. No solamente los medios se convirtieron en reproductores de violencia simbólica y operadores de sentido, sino que legitimaron la impunidad. El morbo y la lógica de la pollerita muy corta colocaron a Nora como víctima y culpable del mismo crimen.
De crimen pasional a Femicidio
Nora Raquel Dalmasso tenía 51 años, fue asesinada el 26 de noviembre de 2006 en su casa del barrio cerrado Villa Golf de Río Cuarto, Córdoba. Fue encontrada ahorcada con el cinturón de su bata y golpeada. Las fotos en la escena del crimen llegaron rápidamente a las redacciones y en el prime time de la televisión (19 hs.) horario de protección al menor. La acusaron de infiel, mentirosa, generando un halo de sospecha en sus comportamientos, y hasta su marido, Marcelo Macarrón (absuelto en julio de 2022), llegó a decir en una conferencia de prensa: “Si se ha equivocado, la perdonamos totalmente. No soy quién para juzgarla, y si se equivocó la va a juzgar Dios”.
Es cierto que en 2006 ni la justicia ni los medios tenían herramientas, o voluntad política, para mirar el crimen con los lentes de género. El caso fue abordado como un “crimen pasional”, categoría, hoy obsoleta, completamente patriarcal que elimina la carga de género, oculta la complejidad de los femicidios, y bajo la figura de la emoción violenta servía además como atenuante para reducir las penas. La imagen de Nora fue minuciosamente configurada por las pantallas y los micrófonos de forma tal que pareciera la culpable de su propia muerte. La actuación judicial reprodujo durante muchos años la misma lógica ya que durante la investigación los fiscales a cargo se centraron más en determinar si Dalmasso había tenido sexo o no antes de morir, que en encontrar al femicida. Una actuación para la tribuna machista y patriarcal sedienta de morbo que buscaba reforzar un estereotipo de mala víctima y mujer “violable”, e indirectamente garantizar las condiciones para que el crimen quedara impune.
Recién en 2012 la Argentina incorporó al Código Penal la figura del femicidio mediante la Ley 26.791, votada por unanimidad en ambas Cámaras, que agravó las penas para los homicidios por razones de género. La inclusión de estos agravantes significó el reconocimiento, por parte del Estado y las instituciones, de la existencia de una desigualdad estructural entre los géneros que habilita las violencias. Es que, en nuestro país las cifras son contundentes y se mantienen constantes: según información de la Unidad Fiscal Especializada en Violencia contra las Mujeres (UFEM), la violencia de género es la principal causa de homicidios dolosos contra mujeres, más del 60% ocurren en el ámbito doméstico y son cometidos por parejas o exparejas. En por ello que la reforma no solo tuvo un impacto en el ámbito jurídico, sino también simbólico, al establecer que estos crímenes no pueden ser tratados como homicidios comunes, bajo criterio discrecional de los magistrados, sino como la expresión más extrema de una violencia sistemática basada en las asimetrías de género.
En los medios el punto de quiebre en términos de tratamiento y cobertura fue el Ni Una Menos en 2015, luego del femicidio de Chiara Páez, una movilización popular y masiva que impulsó la instalación del tema en las agendas e impuso una forma diferente de nombrar y abordar la violencia machista. Desde entonces se cuestionaron los discursos mediáticos amarillistas, se crearon observatorios, se diseñaron protocolos y guías de tratamiento periodístico con perspectiva de género, y se incorporó el rol de la editora de género a muchas redacciones y canales, que son periodistas que promueven una cobertura más inclusiva y atenta a los derechos humanos.
Desde marzo 2009, cuando se sancionó la Ley 26.485 de Protección Integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres, entre las modalidades de la Violencia contra las mujeres se considera a la Mediática (artículo 6º f) como “toda aquella publicación o difusión de mensajes e imágenes estereotipados a través de cualquier medio masivo de comunicación, que de manera directa o indirecta promueva la explotación de mujeres o sus imágenes, injurie, difame, discrimine, deshonre, humille o atente contra la dignidad de las mujeres, como así también la utilización de mujeres, adolescentes y niñas en mensajes e imágenes pornográficas, legitimando la desigualdad de trato o construya patrones socioculturales reproductores de la desigualdad o generadores de violencia contra las mujeres”.
Pero el lanzamiento llega en un contexto en el que los feminismos, movimientos de mujeres y LGBTIQ+ enfrentan un ataque permanente del propio Presidente Javier Milei, que se traslada en lo administrativo a recortes en áreas clave y retrocesos concretos en materia de políticas públicas orientadas a reducir la violencia de género y lograr una mayor igualdad. Ante un gobierno que niega la existencia misma del femicidio, al punto que plantea la posibilidad de eliminar su figura del código penal ya que implica un “privilegio legal”, y una ofensiva coordinada desde redes y medios para ridiculizar la lucha de las mujeres, la historia de Nora vuelve para recordarnos que los derechos de las mujeres y diversidades nunca están garantizado y siempre estarán condicionados por los vaivenes de la política.
Como en 2006 lo que observamos es la reafirmación de discursos políticos oficiales y mediáticos que reproducen estigmas y discriminaciones, y cumplieron un rol clave en la legitimación de la violencia en la sociedad y en espacios como la justicia, el estado y las instituciones. Es que los medios de comunicación no sólo construyen relatos sino que crean sentido, y la forma en que se narran los crímenes impacta socialmente tanto o más que una sentencia de un tribunal, naturalizando la violencia y obstruyendo la posibilidad de un proceso de cuestionamiento a mandatos y conductas sociales machistas.