Martha Argerich tiene 84 años y sigue dando conciertos casi cada fin de semana en varios continentes. La “diosa del piano”, ya legendaria, no sólo deja sin palabras a los que asisten a sus presentaciones por su maestría incomparable, sino también por su digitación impecable y una memoria que le permite interpretar complejísimas obras de Chopin, Liszt, Rachmaninov y Prokofiev, entre muchos otros, sin partitura y sin cometer el más mínimo desliz.
El pianista de tango, compositor y director de orquesta Horacio Salgán falleció en 2016 a los cien, pero dio su último concierto masivo en 2010, cuando tenía 94, y a los 98 participó en un film documental con su hijo, también músico.
Ya recluido en su “villa”, en el sur de Francia, Picasso siguió produciendo por lo menos una obra por día hasta que falleció, a los 91.
El médico y violinista argentino Fortunato Benaím “se enseñó” a tocar el piano cuando se acercaba a su centenario y continuó proponiendo normas para desarrollar la medicina del quemado casi hasta los 102. La pintora argentina Ides Kihlen sigue pintando ¡a los 108! Y Aurora Venturini ganó el Premio Nueva Novela de Página 12 a los 85, y siguió escribiendo hasta su muerte, a los 93.
La historia ofrece incontables ejemplos de artistas que mantienen una vitalidad asombrosa hasta etapas muy avanzadas de su vida. ¿Es lícito plantear que las actividades creativas protegen el cerebro?
Los resultados de un trabajo internacional que se publica hoy en Nature Communications (https://doi.org/10.1038/s41467-025-64173-9) y en el que participan varios argentinos parecen respaldar esta hipótesis: analizando registros de neuroimágenes, electroencefalografía y otros datos de actividad cerebral obtenidos de 1400 personas y reunidos por laboratorios de 13 países encontraron que éstas disminuyen el envejecimiento cerebral en alrededor de unos cinco años.
“En el Instituto de Salud Cerebral de Santiago de Chile (BrainLat Health Institute) que dirigen el neurocientífico argentino Agustín Ibañez junto con la investigadora chilena Claudia Durán, estamos trabajando con ´relojes cerebrales’, modelos de inteligencia artificial que se usan para predecir la edad del cerebro –cuenta Carlos Coronel, biólogo computacional y primer autor del estudio– . Hasta ahora, con estos modelos siempre tratamos de responder preguntas que podríamos llamar “negativas”; por ejemplo, si la demencia u otros factores, como las desigualdades económicas, factores genéticos y vulnerabilidad social se asocian con el envejecimiento cerebral. Pero en esta oportunidad decidimos utilizarlos para responder preguntas ‘positivas’; en este caso, si las experiencias artísticas o creativas, en sentido amplio, mantienen el cerebro joven”.
Y lo que encontraron es que participar en experiencias creativas como la música, la danza, las artes visuales e incluso ciertos videojuegos puede retrasar el envejecimiento y promover una función cerebral más saludable.
“Si bien la creatividad se aprecia desde hace tiempo por su valor cultural, esta es la primera evidencia científica en gran escala que vincula directamente la participación en tareas creativas con una protección directa y medible de la salud cerebral –explica un comunicado del BrainLat Institute–. Los autores examinaron datos de expertos creativos (bailarines de tango, músicos, artistas visuales), estudiantes y no expertos. Descubrieron que la participación sostenida en actividades creativas se asociaba sistemáticamente con cerebros más jóvenes, y que incluso el entrenamiento de corto plazo producía beneficios menores, pero cuantificables”.
“La creatividad emerge como un poderoso determinante de la salud cerebral, comparable con el ejercicio o la dieta –explica Agustín Ibáñez, coautor del estudio, director del brazo latinoamericano del Global Brain Health Institute y profesor del Trinity College Dublin, y la Universidad Adolfo Ibáñez–. Nuestros resultados abren nuevas vías para intervenciones basadas en la creatividad que protejan el cerebro del envejecimiento y las enfermedades. También mostramos que los relojes cerebrales pueden utilizarse para el monitoreo de intervenciones destinadas a mejorar la salud cerebral”.
Los “relojes cerebrales” se utilizan para determinar la edad biológica del cerebro comparando la prevista con la cronológica. De ese modo, generan una brecha que refleja un envejecimiento de este órgano crucial más o menos acelerado. "Lo conveniente de esta herramienta es que funciona a partir de neuroimágenes, una técnica no invasiva para obtener medidas del cerebro, y permiten estimar la edad cerebral in vivo y sin necesidad de marcadores moleculares u otras técnicas parecidas –explica el físico Enzo Tagliazuchhi, coautor del trabajo–. En general, estos modelos se piensan como instrumentos para medir algo. Uno los calibra utilizando un conjunto de datos muy grande de personas que en principio no tienen ninguna enfermedad y así puede estimar la edad del cerebro en otras poblaciones. Como todo instrumento, tienen un error, que tiene que ver principalmente con que las neuroimágenes son métodos que miden la actividad neuronal de forma indirecta. Esas incertezas limitan un poco a qué se pueden aplicar. La pregunta que hay que hacerse es si son suficientemente fidedignos para lo que uno quiere estudiar. Cuando se intenta medir diferencias muy sutiles, empieza a ser muy importante tener modelos lo mejor entrenados posibles. Sobre la base de neuroimágenes hay un límite que ya sabemos que no podemos superar, pero son muy útiles en ciertas aplicaciones".
“Lo que encontramos comparando expertos versus no expertos es que todas estas actividades, por diferentes que sean, tienen un efecto protector –destaca Coronel–. Un segundo diseño exploró qué ocurría en personas que no sabían nada y eran sometidas a un entrenamiento corto, de unas 30 horas distribuidas en seis meses, para ver si había algún efecto. Y en ellos también observamos que había una reducción de la edad cerebral, aunque en menor medida. Este es justamente uno de los mensajes del trabajo: no necesitas ser un experto en estas disciplinas para ver algo de beneficio. Inclusive con una exposición corta, controlada, puedes recibir efectos positivos”.
Pero más allá del resultado, sin duda el quid de la cuestión es cómo se ejercen estos efectos. “Nosotros manejamos dos hipótesis –dice Coronel–. Una está relacionada simplemente con la reducción del stress. Todas estas actividades son recreativas, una forma de expresarse y de disfrutar de la vida, que es algo que no hay que subestimar. La otra está más bien relacionada con la promoción de mecanismos de plasticidad neuronal. Lo exploramos en el trabajo con modelos matemáticos, que llamamos ‘de cerebro completo’, ecuaciones diferenciales que se pueden usar para responder este tipo de preguntas. Por ejemplo, hay conexiones que se pueden alterar, regiones que son más susceptibles a dañarse con el envejecimiento. Y algo que hallamos es que todas estas disciplinas protegen las regiones que son vulnerables; es decir, que son más propensas a dañarse y esto es lo que produce en parte este envejecimiento retrasado o rejuvenecimiento cerebral. Por último, también pensamos que tienen que ver con la modulación de algo que llamamos ‘excitabilidad cerebral’ y que se registra en la demencia: hay una primera fase (hiperexcitabilidad) en la que tu cerebro empieza a sobreactivarse, trabaja de más como si estuviera en constante presión, en constante carga. Y luego, si esto se combina con genes de riesgo, pasa todo lo contrario, el sistema colapsa, entra a un estado de baja actividad, la hipoexcitabilidad. Lo que hacen estas experiencias creativas, otro de los aspectos que estamos estudiando, es modular esta excitabilidad cerebral, evitando que caiga en estos estados de ‘sobreactivación’ en etapas tempranas. Un dato curioso es que una de las funciones que se preserva en la demencia mientras otras se deterioran son las destrezas musicales”.