No quiso atender la primera vez que escuchó el celular, pensó que se había disparado sin intención una llamada colectiva en el grupo de Bell. Pero no pudo esquivar el mensaje que entró enseguida, tampoco la impotencia, la bronca, esa sensación de injusticia estructural; siempre hay algo más, siempre algo peor. ¿Cuánto hace que terminó su arresto domiciliario? ¿dos meses? Justo ese día, el jueves, se iban a llevar las cosas del predio de Bonpland, las de manicura y pedicura sobre todo, para empezar a trabajar en el lugarcito de Flores, ahí en la casa de YoNoFui. Ya habían pintado el espacio, empezaban a marcar la agenda con clientela nueva.
Mientras contesta el mensaje que muestra cómo, entre policías, se va un camión del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires con las herramientas que permitían aprender peluquería, masajes, estética para que salir de la cárcel no sea un agujero sin fondo de hambre y precariedad, Griselda se mira las uñas. Esculpidas, claro.
Ella sabe hacerlas y sabe también apoyar las yemas de los dedos sobre teclados táctiles mientras las uñas quedan en el aire, o sobre la cara cuando se corre el flequillo y el brillo del esmalte hace luces sobre sus ojos. "Menos mal que no estaba ahí" dice, porque sabe que las causas penales no se acaban nunca, ni siquiera cumplidas. "Pero ahora todo se cayó, se llevaron todo y otra bronca más, porque qué se yo, pensaba que iba a tener un ingreso económico una herramienta, y no, te sacan lo poco que tenés", dice y se escucha la congestión del llanto entre las palabras.
Las cosas de las que habla Gri, las herramientas de trabajo del grupo de Bell, espacio de formación para el trabajo cooperativo de YoNoFui, una asociación civil que desde hace 23 años trabaja acompañando a mujeres y disidencias sexuales encarceladas o que recuperaron su libertad, están en la tele mientras ella se acostumbra una vez más a la idea de empezar de nuevo. Se exhiben como si fueran armas, indicios de actividades delictivas, "encontramos un salón de masajes, pasen a sacarle fotos si quieren", había dicho el secretario de Seguridad de la Ciudad, Maximiliano Piñeiro, siguiendo el guion de la estigmatización de la pobreza.
"Pero si había un comedor y se encuentra todo esto ¿de qué estamos hablando?", se espanta una presentadora de noticias mientras colabora a montar otra fake news similar a la del "prostíbulo en la UBA ” que distribuyó Bertie Benegas Lynch y la "discoteca en la Universidad de Madres de Plaza de Mayo", a la que le puso el cuerpo Manuel Adorni en esas conferencias matutinas que dejaron de brillar.
El gobierno de la Ciudad no deja de festejar el desalojo, en la red X; en su página oficial, le suma al relato un audio del secretario Piñeiro en el que habla de las banderas políticas que encontraron en el predio, donde la Agrupación La Dignidad -cuyo referente es Rafael Klejzer y no Juan Grabois, como se repitió todo el jueves- sostenía un merendero, un centro cultural y donde funcionaba además del espacio de Yonofui, un mercado de productoras cooperativas.
“En la Ciudad, la propiedad se respeta”, escribe el jefe de Gobierno, Jorge Macri y en el video que acompaña el tuit se ve a policías con cascos, escudos y armas caminar hacia el predio desalojado. Sin embargo, hasta ahora no han devuelto las cosas confiscadas, compradas con financiamiento de la organización, para ese propósito específico que tenían. Tampoco han indicado a dónde pedirlas. María Medrano, poeta y fundadora de Yonofui, siguió el camión hasta un lugar que no conocía, “paredones altísimos y ninguna indicación de entrada”, describe, encontró un guardia, pero no quiso darle información.
Es el mismo Gobierno de la Ciudad que le retacea a Griselda una cama en el Hospital Santojanni para que pueda operarse de un cáncer de cuello de útero, cuyo diagnóstico llegó casi al mismo tiempo que el cese de su prisión preventiva. Porque los tres años que pasó encerrada en su casa con tres hijos a cargo fueron sin condena, sin que pudiera defenderse frente a un tribunal, sin que nadie la acusara.
"Nadie piensa, nadie se pregunta cómo hacés para llevar los chicos a la escuela si estás en arresto, cómo hacés las compras, de qué vivís. A veces pensaba que era mejor estar en el penal y tener trabajo ahí adentro para mandarle a los chicos", pero ¿quién los iba a cuidar? Iban a tener que ir a un hogar, "son las cosas que le pasan a la gente pobre". Griselda se mantuvo en el encierro haciendo manicura, uñas esculpidas, con las vecinas que iban a su casa. Pero no puede atender más ahí, "ya es mucho tiempo de aislamiento", dice.
El tiempo es una sustancia díscola para Griselda, una mujer de poco más de 30, mirada aterciopelada y un cuerpo liviano como el de un pájaro. Durante el arresto, el tiempo tenía la consistencia de esas masas que se usan para modelar en la infancia, acumulaba pelusas, restos de comida, el azúcar que queda en las manos después de un caramelo, pelos de mascotas, su propia sensación de pérdida permanente. Ahora que está en libertad, pero con una causa abierta, ahora que está en libertad, pero a la espera de que le hagan una histerectomía que le salve la vida, el tiempo se acelera como un incendio desbocado, traga lo que encuentra y aun así se consume.
Cuando está en YoNoFui se abre un paréntesis entre la impotencia y la vida que quiere vivir: "Es ese abrazo, ese mate, ese estar siempre para el segundeo", dice. Segundeo: una forma de acompañar manteniéndose cerca, sin juzgar, haciendo la segunda hasta que se encuentre ese proyecto de vida colectivo en el que los días por fin se acomoden sin tanta voracidad ni excesivo letargo. “Bell transmutará y seguirá funcionando en nuestro espacio de Flores. Allí les esperamos para seguir insistiendo en que toda belleza es política”, posteó el colectivo Yonofui .
Griselda tiene ese mismo ánimo, si hay que empezar de nuevo se empieza. Pero el tiempo, el tiempo no es eterno para quien espera una cama en un hospital, saber si por fin podrán curarla o no, porque todo es incierto según los médicos del servicio de oncología ginecólogica del Santojanni. "Esto le pasa a las personas pobres, ya lo sé". Ojalá pudiera olvidarse de ese saber machacado a golpes. Que el tiempo de una vez vaya al ritmo de sus pasos. Que la injusticia se suspenda. Que no se pueda decir que "se detuvo a centenares de trapitos" porque son personas y no cosas. Y que esto no sea una lista de deseos, sino una agenda colectiva.